Juan Carlos Girauta-ABC

  • «Marx afirmó que los filósofos tenían que cambiar el mundo en vez de interpretarlo, que es lo que habían hecho hasta que él llegó. Creo que lo contrario es cierto: no hemos visto más que intelectuales empeñados en cambiar el mundo cuando de lo que se trata es de interpretarlo. Con urgencia»

Ora…. No sé lo que pasa. Tomen en consideración mi sinceridad si deciden no seguir con la lectura. Si por el contrario me brindan su atención durante unos minutos, nos adentraremos con cuidado en arenas movedizas que a veces parecen eludir la lógica. El caso es que la brújula geopolítica no funciona porque los códigos que requieren los tiempos aún no han sido inventados. A la consternación por el fin del imperio estadounidense se une una preocupación más o menos honda, más o menos impostada, por la tragedia que se viene a las puertas de Europa. A lo mejor solo se puede rezar.

Marx afirmó que los filósofos tenían que cambiar el mundo en vez de interpretarlo, que es lo que habían hecho hasta que él llegó. Creo que lo contrario es cierto: no hemos visto más que intelectuales empeñados en cambiar el mundo cuando de lo que se trata es de interpretarlo. Con urgencia. Vean si no la confusión general, el desconcierto y el fandango. Es como el juego de las sillas musicales: andan todos dando vueltas asustados por si se quedan sin asiento, sin tesis y sin voz en las tertulias públicas o en las cenas privadas. ¿Hay que dejar o no a los pueblos a su aire? ¿Es legítimo o no juzgar sus culturas y, por tanto, sus prácticas? La gente de progreso no se recuperará hasta que alguien les elabore un argumentario aseado. Mientras tanto solo pueden rezar.

Otros creyeron en la bella utopía neocon. Los neocon, como sabe todo el mundo salvo los analistas, eran excomunistas redimidos que quisieron llevar la democracia liberal a todos los rincones del orbe. Era como cumplir el fin de la historia del hegeliano Fukuyama, de cuya obra los analistas tampoco saben nada. Por mi parte, solo admití la inviabilidad de aquel proyecto -esto es, su naturaleza utópica- gracias a una selección de artículos de John Gray. Ello pese a lo difícil que lo puso su editor titulando el volumen ‘Anatomía de Gray’. Hoy es innegable que Fukuyama erró, que la democracia liberal está en franco retroceso y que el futuro sonríe a China y a Rusia, que han mantenido el realismo a base de no dejarse penetrar por nuestros valores.

¿Qué hacemos pues? ¿Solo rezar? No. De entrada, encontrar una interpretación del mundo sin consignas ni chorradas. Es como volver al Paraíso terrenal pero como castigo, pues se trata de un escenario y la historia del Génesis está invertida. Buscamos el árbol del conocimiento del bien y del mal, probamos frutas de aquí y de allá tratando de dar con una que nos devuelva el sentido de las palabras. Seguimos sintiendo la vergüenza del desnudo. ¿Y lo de ganarnos el pan con el sudor de la frente?…‘et labora’

Nos contaron que a estas alturas estaríamos en la sociedad del ocio. Cierto es que Errejón, y a lo mejor la ministra de Trabajo, desean reducir la semana laboral en un día o dos. Ambos parecen capacitados para entender el tema de la productividad, pero hacen como si no. Como fuere, aquí el único que disfruta de la sociedad del ocio es Castells. Aducirán quizás ustedes que ya le toca, aunque igual nunca salió del verdadero Paraíso, se quedo allí él solo en tiempos inmemoriales.

El que va también bastante servido de ocio es Sánchez. No sé si muchos jóvenes lo admiran, pero no me extrañaría. Al fin y al cabo es la prueba viviente de que cualquiera puede llegar a lo más alto. Ha desmentido limpiamente a cuantos nos venimos oponiendo a las formulitas pelmas de la autoayuda. Al final va a resultar que el ‘sí se puede’ de Podemos, que antes fue de Obama, se refería a Sánchez. Desde La Mareta, con todo el lujo de que es capaz un señor como él, nos apela, como los afganos a Solana, nos invita a creer en el pensamiento mágico de El secreto, en los mil epígonos de Dale Carnegie, en las cursilerías de Paulo Coelho y en las pegatinas con que se motivan los incautos, malas traducciones del inglés americano. Nos dice que todo es posible y nos quedamos desarmados, sin argumentos, porque el hecho es que él está ahí, en una larga siesta de verano que no se interrumpe así se derrumbe el orden mundial, así reviente Afganistán y así se queden con un palmo de narices los que seguían creyendo que el mundo tenía un guardián, que la OTAN jugaba algún papel, que la ONU -por inútil que fuera- tenía buenas intenciones, y que un presidente, por muy grande que le venga el cargo, hará al menos gestos de cara a la galería para que parezca que está trabajando en ello.

El campeón del descanso tuvo un momentín, entre canóniga y zorrera, para una especie de Zoom, sin papeles ni nada. Se ha querido sacar conclusiones de las alpargatas que desmienten el traje, pero uno no se siente cómodo comentando la indumentaria del prójimo. Al fin y al cabo no calzaba zapatillas con borla de peluche ni con un Mickey Mouse. No le reprocharé el ‘alpargate’ al presidente, sino la ausencia. La ausencia efectiva, no la como ausencia nerudiana de cuando calla, que ahí sí lo aprobaría. Pero hombre, salga un momento del palacete, que la comunidad internacional se ha quedado en blanco, que se ha abierto un socavón del siete en el tejido de la realidad que nos contenía desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, que el planeta se ha quedado sin gendarme y ha cogido a Europa con los calzoncillos bajados. Pues nada.

No descartemos que Sánchez, al okupar una residencia de la Familia Real, esté experimentando un placer tan intenso que resulte físicamente imposible arrancarlo de ahí, como sucede en algunas ocasiones con las cópulas. Se han encogido, se han agarrotado las candentes puertas de La Mareta y no hay manera de despegar al hombre del palacio sin fuertes relajantes musculares para la piedra.