Frente a la libertad y los derechos que el sistema postula para la generalidad, éstos suelen brillar por su ausencia en el seno de los partidos. El empecinamiento en el disentimiento puede acarrearle al tozudo afiliado el mobbing más severo; al final se cansa y acaba formando otro partido, donde se encontrará con el reto de no caer en los mismos defectos.
Aunque alguien con bastante osadía se atreviera a declarar que Montesquieu había muerto, quizás seducido excesivamente por Largo Caballero, lo cierto es que no, y si un día lo matamos volveríamos a jugar a guerra civiles con todo lo entretenido que resulta, sesenta años después, desenterrar sus cadáveres. Que el sistema político tenga contrapoderes en su seno es fundamental para que éstos garanticen la convivencia democrática, que es la gran aportación de Montesquieu. Pero quizás estemos en unos tiempos en los que el sectarismo tendente hacia el fanatismo haya sustituido al discurso racional y que un debilitado Estado no sea capaz de estar presente como ente necesario ante la ciudadanía cuando ésta acaba por creer que la política es ese ejercicio exclusivo de los partidos, es más, que ésta se reduce a eso, a las broncas que montan los partidos.
Declaración, la de la muerte del teórico francés, que hace pensar que los primeros en necesitar una asignatura como la de Educación Para la Ciudadanía, cuya idoneidad no pongo ni un solo segundo en duda, sean nuestros representantes políticos, aunque un alto porcentaje de ellos, a excepción de una minoría, jamás tomará en sus manos un texto de teoría política, aunque éste sea divulgativo para jóvenes, porque a ellos qué se les va a enseñar si al fin y al cabo ya tienen el poder, que es lo que cuenta, o al menos una parcelita de él en el partido en el que milita . Y en cierta manera tienen razón dentro de la lógica frívola y hedonista que nos domina desde hace unos años.
Educación Para La Ciudadanía para enseñar que Montesquieu no debe morir, ni Hobbes, tampoco Locke, ni Rousseau, ni Voltaire, ni Tocqueville, ni todos esos padres del republicanismo, entre otras razones para que no juguemos con las cosas de comer y tengamos que seguir dirigiéndonos a cualquier líder de partido, por modesto que fuere, con la frase a repetir a los césares emperadores: “recuerda, ¡oh fulanito!, que eres humano”. Y que como toda cosa humana que es la política ésta se pacta, se conviene con los demás si no queremos pudrirla, y evitar que la gente se escape de su compromiso político como de la peste, como bien indica la baja participación ciudadana en los referéndums de los estatutos de Cataluña y Andalucía. Y cuando hablo de Educación para La Ciudadanía, hablo de educación en los valores cívicos, republicanos, y no en la multiculturalidad pronacionalista ni en la diferenciación a la búsqueda del privilegio.
Cuando desde el seno del sistema, desde el seno de los partidos instrumentos imprescindibles para articular la representatividad y la gestión del poder, éste se anquilosa, vemos la creación de nuevos partidos para enderezar la situación aunque probablemente, si entre todos no podemos remedio a la deriva partitocrática, los nuevos que se creen con el sano fin de revitalizar la democracia pueden encontrarse en muy pocas fechas haciendo lo mismo que sus predecesores, y es que el protagonismo en España de los partidos ha sido muy fuerte frente a la debilidad del Estado. Por eso los partidos han creado tales pautas y tal escuela de comportamiento que va a ser muy difícil salirse de ella.
Mientras los partidos existen porque hay democracia su régimen interno, sin embargo, es feudal. Quizás sea una afirmación muy rotunda, pero a excepción de una pequeña élite que debatirá los asuntos, siempre exhibiendo el número de clanes en el seno del partido que puede representar, la gran masa de afiliados están ahí para hacer número en los mítines y esperar que su presencia un determinado día le pueda acarrear algún favor por parte de algún cuadro de la nomenclatura. Es realmente paradójico que frente a la libertad y los derechos que el sistema postula para la generalidad, en el seno de los partidos éstos suelen brillar por su ausencia, y en los momentos actuales el empecinamiento en el disentimiento puede acarrearle al tozudo afiliado el mobbing más severo. Por eso al final se cansa y acaba formando otro partido, que se encontrará con el grandísimo reto de no caer en los defectos del que abandona.
La cosa se complica porque con el sistema federal cada vez más asimétrico (camino del confederal) que vamos soportando la dispersión feudal de los partidos, instituciones que cual el ejercito de Napoleón vive sobre el terreno, se acrecienta y los cuadros locales de los partidos se han convertido en auténticos cabos de vara de la línea oficial por un lado y en sátrapas por otro, lo que no hace muy atractiva la militancia en esas condiciones. Es tan encorsetada la vida interna de los partidos -Gramsci en un portento de optimismo e ingenuidad llamó al comunista el intelectual orgánico cuando la experiencia española nos dice que si se es orgánico no puede ser intelectual-, mucho más que en las democracias vecinas, que el diputado como persona se difumina y su pensamiento queda sumido en el del colectivo, que es a su vez dirigido por esa élite oligárquica. Cuando la crisis salta, porque no existen cauces para el disentimiento, surge otro partido.
No se si la política española está para nuevas aventuras de partidos, lo que si sé es que éstos han anquilosado la vitalidad política de la sociedad y lanzan sus singladuras con poco respeto a ella. Es lógico que surjan alternativas, pero a lo dicho, el primer reto de todo aquel nuevo partido que nazca no es sólo no hacer exactamente lo mismo que el que deja, sino además, no hacerlo peor. Para optimismos ya sabemos quien anda por ahí.
Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 4/9/2007