Ignacio Camacho-ABC

  • Caretas fuera. Sin remordimientos, sin vergüenza. Sí, nos hemos corrompido pero… ¿preferís que gobierne la derecha?

Hay que tenerlos cuadrados para convocar una manifestación de autodefensa. El día del Orgullo Corrupto. Caretas fuera. Sin complejos, sin remordimientos, sin vergüenza. Ya lo avanzó Pedro el Grande, oh capitán, mi capitán, en su última comparecencia: sí, nos hemos corrompido pero… ¿preferís que gobierne la derecha? ¿Os gusta más la corrupción del adversario que la nuestra? Ese va a ser el marco mental, el ‘frame’ de lo que queda de legislatura y de las próximas elecciones, cuando quiera que sean. Los socios tienen clara la respuesta: aguantarán con un gestito de asco y la mano extendida para trincar el precio de su anuencia. Los votantes tendrán que esperar a las urnas, y de aquí a entonces puede dar la vuelta el estado de indignación que hoy reflejan las encuestas.

La democracia liberal, la única posible, tiene tres pilares, tres premisas básicas. Elecciones libres y limpias, sometimiento a la ley y posibilidad de alternancia. La ausencia de una sola de ellas abre la deriva autocrática. La primera todavía tiene un margen razonable de credibilidad, aunque intentar un pucherazo en las primarias y poner a Leire al frente del voto por correo no sea la mejor manera de generar confianza. La segunda está en cuestión desde que la insurrección separatista fue amnistiada y el Tribunal Constitucional se muestra dispuesto a hacerse un cucurucho de papel con la Carta Magna. Y la tercera ha originado una alianza parlamentaria construida sobre la voluntad de revocarla.

Si la compra de la investidura a cambio de la impunidad de graves delitos –y del alivio penitenciario a condenados por terrorismo, aunque ese acuerdo real no esté reflejado por escrito– basta para poner en duda la legitimidad de origen del actual Ejecutivo, los posteriores escándalos de corrupción institucional y los verosímiles indicios de venalidad recién conocidos arruinan por completo su legitimidad de ejercicio. La corrupción no es sólo la malversación o la mordida; lo es también el fraude de ley, la falta de transparencia, el enchufismo de familiares y amigos, la desviación de poder, la mentira como método político. Todas esas anomalías sistémicas que conforman el estilo de gobernar (?) llamado sanchismo.

Hasta ahora ningún partido se había atrevido a sacar pecho de los episodios de extravío moral en los que se ve envuelto. El PSOE de Sánchez pretende sin embargo blasonar de superioridad moral desde el fondo de una alcantarilla de sobornos y putiferios organizados a un palmo de distancia física y emocional del presidente del Gobierno, responsable necesario por negligencia, por tolerancia o por encubrimiento. Nadie había ido nunca tan lejos en el descaro de exculpar su deshonestidad y sus desafueros como pequeños, inevitables errores de una esforzada tarea al servicio del pueblo. Es menester una jeta de cemento para dar lecciones de limpieza con la basura al descubierto.