Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez no lanzó su arenga a humo de pajas. Fuera de la tensión no tiene nada que ofrecer para sumar gente a su causa
La pregunta procedente es si a Pedro le ha valido la pena el escándalo de la Vuelta. La imagen internacional de un Gobierno que boicotea una competición deportiva cuya seguridad es de su estricta competencia. La vergüenza de un primer ministro que alienta en la capital de su país el sabotaje del orden público por grupos de extrema izquierda. La pasividad de unas fuerzas de Policía con consignas de actitud contemplativa ante la insurgencia pese al despliegue de un contingente propio de una cumbre europea. Incluso, en escala descendente de importancia, la falta de respeto a los ciclistas –meses de legítimo esfuerzo en la preparación de la prueba– y el desdén por los tres mil trabajadores de la organización de la carrera. Y la respuesta es que sí: le trae cuenta.
Sánchez no lanzó su arenga a humo de pajas. Le interesa subir la tensión y ha encontrado en la horrenda masacre de Gaza un pretexto idóneo para estimular a ese millón largo de anteriores votantes que se declaran dispuestos a darle la espalda. Lleva semanas fabricando el hilo de esas puntadas, sabedor de que el Estado judío suscita en la progresía española una visceral pulsión antipática. Los gestos simbólicos tienen bajo coste –salvo en Defensa, un ámbito al que concede escasa relevancia– y a cambio le proporcionan ganancias políticas inmediatas. Ruido, debate, carnaza. Propaganda. No tiene mucho más que ofrecer para sumar gente a su causa.
Cuestión de cálculo. El carácter atroz de la invasión israelí conmueve la conciencia de cualquier ciudadano civilizado y el drama de la población palestina activa un resorte solidario espontáneo. Ése es un sentimiento transversal que tiene que ver con la compasión y la empatía ante el sufrimiento y el desamparo de cientos de miles de seres humanos. Se trataba de convertirlo en herramienta de polarización, en arma arrojadiza, en materia de choque sectario. Y eso no se consigue con pacíficas manifestaciones de familias con banderitas, ni con simulacros de muñecos ensangrentados. Hacía falta un jaleo gordo, un conflicto callejero con vallas volando y guardias descalabrados. Un espectáculo de suficiente potencia para abrir telediarios.
Dicho y hecho. El combustible camorrista lo aseguraban las brigadas de Podemos y sus ‘borrokitas’ periféricos. Pero el presidente quería hacer saber que esta vez tenían su respaldo expreso. Ahí hay una bolsa de voto donde rebuscar las adhesiones que se escapan a chorros en los sondeos. Seleccionó con esmero las palabras: orgullo y admiración, casi una parodia siniestra del Rey Emérito. Vía libre al alboroto patotero. Y a esperar, con el habitual ejército de ‘trolls’ en las redes y el disciplinado equipo de opinión a pleno rendimiento, la reacción hiperventilada del Ejecutivo hebreo. Objetivo cumplido. El plan para recuperar iniciativa a costa del prestigio nacional ha sido un éxito de ejecución y diseño.