REBECA ARGUDO-ABC
- Solo recuerdo a alguien capaz de cambiar hasta este punto nuestra manera de comunicarnos en el día a día: Chiquito de la Calzada
Algún día deberá estudiarse en etimología el sanchismo, como si de una corriente misma se tratara. Los futuros estudiosos de las palabras se darán cuenta, de pronto, de que hay un momento en el que ciertos vocablos cambiaron drásticamente su significado y su frecuencia de uso, y que este punto coincide milimétricamente con el advenimiento de Pedro Sánchez en la esfera pública. Algo así, a la semántica, como la República de Weimar al cine. No es baladí la cosa. Yo solo recuerdo a alguien capaz de cambiar hasta ese punto nuestra manera de comunicarnos en el día a día: Chiquito de la Calzada. De pronto tú te cruzabas con gente que decía «acandemor», «no puedor, no puedor» o «fistro pecador». Ahora es «maquina del fango», «bulo», «ultraderecha» y «lawfare».
Se marcará en este periodo el momento exacto en el que la palabra ‘fascismo’ dejó de designar a un movimiento político de carácter totalitario y antidemocrático para convertirse en el sintagma que define a los que piensan diferente, por poco que sea y muy a favor de las libertades y derechos que se muestre. ‘Fascista’ casi como sinónimo de ‘discrepante’, pero con un extra de mala fe y de odio. La palabra ‘mujer’, por su parte, es ahora cuando deja de significar «hembra adulta de la especie humana» (quizás hasta se estudie el día en que comenzó a ser ilegal recitar esa secuencia de palabras por tratarse de un delito de odio, no lo descarten) para pasar a ser «tener una posición en la sociedad de desigualdad y sufrir más discriminación, más pobreza y más violencia, independientemente de determinadas características biológicas». La etapa irenemonteril del sanchismo será como el periodo azul de Picasso, aventuro.
Pero el gran logro, el verdadero meritazo de Sánchez para dar su propio nombre a todo un periodo que marque la historia de las palabras, para que le estudien en las escuelas, para que se memoricen las fechas, será la de haber convertido en éxito lo que solo es fracaso. Para algo así hay que valer. Convencer a un número ingente de gente (no me he podido resistir a la aliteración) de que la sucesión de derrotas es un triunfo no es cualquier cosa. Construir una carrera presidencial batiendo todos los récords por abajo (primer candidato en presentarse a una investidura sin ganar las elecciones, primer aspirante en salir sin ser proclamado presidente, peor resultado de su partido en la actual democracia, primero en llegar a la presidencia tras una moción de censura, primero en serlo sin ser parlamentario, primero sin ganar unas elecciones) o ser campeón olímpico de mentira en campo abierto (de aquello de convocar elecciones tras la moción de censura a negar la amnistía y los indultos, pasando por el jamás pactaré ni con Podemos ni con Bildu) es su mérito. La guinda ha sido convertir las informaciones sobre los asuntillos de su mujer en un ataque a las instituciones (apunten ahí otra) y que su imputación sea baza para movilizar a su electorado. Lo que fue demérito es hoy orgullo. Acandemor. No puedor, no puedor.