Jorge Vilches-Voxpópuli
Una parte del PSOE considera que la “normalización” democrática pasa por tratar a EH-Bildu como una organización más. La sociedad, dicen, quiere pasar página, dejar el terror, los asesinatos, los secuestros, las torturas y las extorsiones como historietas del pasado. La democracia, insisten, derrotó a ETA y es hora de ser generoso con los miembros de la banda, pero están equivocados.
No hay “líneas rojas” con los filoetarras, ni puerta que no esté abierta ni mano tendida porque, afirman estos socialistas, son el resultado del voto de los ciudadanos. Es como si los sufragios fueran capaces de blanquear cualquier organización, llenarla de legitimidad y, por tanto, pasar a engrosar las filas del sistema. Una vez integrados, piensan, no es necesario insistir en lo que hicieron, fueron y sostuvieron, aunque no se arrepientan. Tampoco importa la violencia estructural que mantienen, ni su justificación, como se vio en las agresiones de Alsasua.
Esa “normalización” solo funciona cuando va acompañada de dos cosas: un relato contundente sobre el triunfo de la democracia desde el referéndum de 1976 sobre la Ley de Reforma Política, y una declaración solemne de arrepentimiento de ETA, que contenga una petición de perdón. Esto es todavía más obligado si hay demasiados asesinatos sin resolver. Nada de esto se ha hecho, y nuestra democracia se degrada.
El relato que nos presentan las izquierdas, incluido el mundo bilduetarra, es la de una democracia fallida, trufada de franquismo. Es un revisionismo histórico que cuestiona la legitimidad de las instituciones, como la Monarquía, las Cortes, e incluso el Estado de las Autonomías. No hay, por tanto, una rectificación, sino una ratificación de su interpretación inicial: se hizo mal en los setenta, y es hora de ajustar cuentas.
El trasfondo es evidente: ETA tenía tanta razón para luchar contra el Estado, como el Estado para perseguir a la banda. Era una guerra entre iguales. La verdad ya no existe. Solo hay opiniones, y todas valen lo mismo. Así, las muertes fueron el precio de una batalla que mereció la pena librarse, tanto como que los castigos impuestos por la ley española responden a un tiempo histórico pasado y, en consecuencia, absurdo, antiguo, premoderno, desfasado.
Más de un centenar de homenajes en tres años son muchos, demasiados
¿Por qué no, entonces, homenajear a los terroristas? Más de un centenar de homenajes en tres años son muchos, demasiados. La democracia ganó la partida judicial a la banda, pero no quiso dar la batalla del relato, de la victoria moral que avergüenza al delincuente. Los bilduetarras se han crecido por el abandono y la complicidad de los miserables. Por eso, Otegi, el zapateresco “hombre de paz”, el que se fotografía con el ahora “moderado” Rufián, se paseaba por Barcelona para que los independentistas se hicieran selfies con él; eso sí, con el viejo Hipercor de fondo. Y quieren hacernos creer que si se te revuelven las entrañas es porque eres un facha.
María Chivite va a formar en Navarra un “gobierno de progreso” con el apoyo de Geroa Bai -el PNV navarro-, Podemos e Izquierda-Ezkerra, y la abstención de Bildu. Las bases de este último han dado su apoyo al PSN con unos números que rompen cualquier calculadora: 1.432 a favor, y 477 en contra. La dirección bilduetarra mandó una carta a los suyos diciendo que votaran positivamente porque tenían atados acuerdos con el gobierno de Chivite. Son garantías, dicen, sobre “el proceso soberanista”.
Es cierto que Chivite dio tranquilidad a los barones socialistas: no pasaría nada porque sería un “gobierno progresista”, de esos que se dicen “para revertir años de gobierno de la derecha”. Cerraron el acuerdo antes del 7 de julio y lo comunicaron a Moncloa y Ferraz. Redondo era partidario de que el PSN se hubiera abstenido para facilitar un gobierno de Navarra Suma y, así, añadir sus dos diputados a la investidura de Sánchez. No fue así, entre otras cosas porque el PNV -la madre patria de Geroa Bai-, se negó.
Frustrada la vía Redondo, entró en liza la vía Ferraz: Ábalos y Santos Cerdán comunicaron que el PSN estaba al borde de la ruptura, de colocarse en una situación muy parecida a la del PSC: nuestra decisión o autonomía organizativa. El motivo es que el PSOE ya había frustrado en dos ocasiones el gobierno de coalición. Zapatero lo vetó en 2007 y Rubalcaba hizo lo propio en 2014, cuando frenó una moción de censura contra Yolanda Barcina, de UPN.
Controlaron los tiempos: primero la constitución del Ayuntamiento de Pamplona en junio, luego la investidura de Sánchez, y después el gobierno de Navarra. A cada problema, una solución coyuntural. Así, el PSN de Chivite se abstuvo en Pamplona para que gobernara Navarra Suma y no Bildu. Luego el proceso presuntamente fallido de Sánchez, que aclaró el mapa de pactos. Por último, lo que quería el PSN desde 2007: gobernar con los nacionalistas, que es el estilo de los socialistas en todas las comunidades.
El PSOE de Sánchez ha pactado en Cataluña con ERC y en Navarra con Bildu con beneficios para los intereses de los independentistas, si no los filoetarras no se habrían decidido por la abstención. De esta manera, el relato enemigo de la Constitución, ese mismo que quiere romper esta democracia, se abre camino. Mientras, los socialistas se sienten orgullosos.