Supongo que Snchz volverá a las andadas, o sea, a las primarias, para recalentar lo que, a escondidas, había cocinado: un pacto de Gobierno con Podemos y los separatistas, con los pujoles y rufianes guardando cinco meses ese inaplazable referéndum que llevan cuatro años aplazando. Es lo que pidió obscenamente Iceta en la prórroga de Cocomocho y lo que autoriza el gatillazo de Mas, perdonado y recompensado por Rajoy con el sablazo de 8.000 euros a las empresas para pagar el prusés. «Si Rajoy hace como que no se entera de lo que hacemos –decía Iceta– lo que debéis hacer ahora es aparcar el derecho a decidir unos meses, hasta formar un Gobierno PSOE-Podemos. Y entonces decidiremos qué decidimos». Pero Ana Gabriel, que comprobaba a mano la vigencia de su desodorante, no lo oyó.
Este pacto es una de las mentiras que, según Snchz, le prohibieron, sin éxito, sus padres. La otra fue decir en su investidura que quería un gobierno con C’s, jamás con separatistas y comunistas. Pero ese pacto estaba hecho y es lo que precipitó la salida en tromba de los críticos artríticos: o lo paraban ya o Snchz se iba a la Zarzuela con una precaria mayoría comunista-separatista y él de Compañero Florero.
Lo más grotesco de este PSOE que sale de la crisis como entró, sin definir su idea de España, es que Schz barritara: «¡Más que nunca hay que estar orgullosos de ser socialistas!». ¿Orgullosos, de qué? ¿De sacar una urna para votar a escondidas el prusés disfrazado de congrés? ¿De que, a gritos de «¡sinvergüenzas!», le obligaran a guardar su urna-exprés? ¿De los ultrapedristas acarreados a Ferraz como el 13-M a Génova 13? Si tuviera vergüenza, Snchz se avergonzaría, pero está orgulloso de desconocerla.