- Muchas gracias José Antonio por haberme concedido el privilegio de pasar unas horas a tu lado. Antes te consideraba un héroe, ahora creo que eres más que eso, en esta sociedad descreída y materialista eres un faro que nos alumbra para evitar el naufragio. Y gracias también a la Guardia Civil que te salvó la vida a ti, y a tantos otros
El 21 de julio de 1997 –veinte días después de su liberación por la Guardia Civil– tuve ocasión, como miembro de la comisión de derechos humanos del parlamento vasco, de visitar el agujero en el que los terroristas de ETA enterraron en vida a José Antonio Ortega Lara. Siempre quise conocerle personalmente para decirle que el modo en que afrontó su secuestro y su vida posterior, le habían convertido en un héroe para mí. Venciendo un apuro que me ha durado demasiado tiempo, y gracias a un amigo común, he tenido el privilegio hace unos días de pasar unas horas con él.
He estado en varias ocasiones en Burgos, pero recorrerlo de la mano de José Antonio fue toda una sorpresa. Resultó un cicerone magnífico, estoy convencido que hay guías profesionales que no tienen su conocimiento de la ciudad. Gracias a su vasta cultura me explicó con todo lujo de detalles la construcción de la catedral y la vida de todos los reyes implicados en la misma o la historia de las cuatro puertas que aún quedan pie de las doce que guardaban la muralla de la ciudad. Lo mismo hizo con el palacio de los Condestables, conocido popularmente como casa del cordón, construido por orden de Mencía de Mendoza para su marido, el condestable Pedro Fernández de Velasco. También me habló de Covarrubias y la princesa Cristina de Noruega, casada con el infante Felipe, hermano de Alfonso X el Sabio, y aún tuvo tiempo para hablarme del cartulario de Valpuesta, en el que aparecen las primeras palabras en vascuence.
Doy detalles de su erudición para que conozcamos la fortaleza moral de un hombre que, tras permanecer 532 días enterrado en un agujero infecto pensando que el siguiente podía ser el último, no solo se rehizo tras ser liberado, sino que adquirió un compromiso más firme con España mediante su testimonio y su implicación política. Durante la comida, ya con más confianza y tras haber hablado de otras muchas cuestiones, conocí algunos detalles de su cautiverio que guardo para mí.
Con la reserva debida, creo no desvelar ningún secreto al mencionar las claves de su fortaleza para soportar aquella tortura. Fueron tres y se repitieron sistemáticamente cada día para no perder la dignidad que los terroristas quisieron arrebatarle: Dialogar imaginariamente con su mujer, rezar varias veces el rosario y la disciplina de su aseo personal y del habitáculo en que fue encerrado. Frente al cúmulo de inanes libros de autoayuda, pódcast y youtubers que nos ilustran sobre cómo superar con éxito el más leve contratiempo, la fórmula de José Antonio ante una situación extrema, se convierte en un ejemplo para afrontar la adversidad. Estoy seguro de que la fe fue su principal sostén, saberse acompañado siempre por Dios al margen de cuál fuera su futuro resultó clave. Como clave resultó también la tenacidad de aquel capitán de la Guardia Civil –ese amigo común que decía al principio– empeñado en no abandonar el agujero de Mondragón sin hacerlo acompañado de José Antonio.
Al despedirme le pedí una cosa, poder dedicarle un artículo en El Debate. Hombre tan educado como discreto, no quiso decirme que no, de ahí estas líneas que espero no le incomoden. Muchas gracias José Antonio por haberme concedido el privilegio de pasar unas horas a tu lado. Antes te consideraba un héroe, ahora creo que eres más que eso, en esta sociedad descreída y materialista eres un faro que nos alumbra para evitar el naufragio. Y gracias también a la Guardia Civil, que te salvó la vida a ti, y a tantos otros, aun a costa de perderla hasta en 210 ocasiones, en aquella dura y larga batalla contra el terror.
Carlos de Urquijo fue delegado del Gobierno en el País Vasco