Jon Juaristi-ABC

  • Para entender a Orwell no basta con haber visto la peli

A mí, Óscar Puente me cae mejor cuando se muestra en público conforme a su naturaleza, que es por lo que su Puto Amo lo puso donde está, o sea, para amenazar, agredir (verbalmente, de momento) al enemigo, sembrar el caos ferroviario y negar las evidencias. Cuando pretende ir de leído y sensible, estraga. Se pasa de hortera. Por ejemplo, cuando citó la pasada semana a Orwell para acusar al PP de haber sido más aficionados a la neolengua que el propio sanchismo. Como no ha debido leer a Orwell cuando le tocaba (si lo leyó, no lo entendió), no se ha enterado que una cosa son los eufemismos y otra la neolengua. Los eufemismos son la vaselina de la política, y los utiliza todo quisque, a derecha y a izquierda.

En cambio, la neolengua, como su nombre indica, consiste en la creación compulsiva de neologismos, y los neologismos –tanto en voces como en fórmulas– no se emplean para lubricar ‘La violación de las masas por la propaganda totalitaria’, como rezaba el título del ensayo de Sergei Chajotin (1939) que Orwell leyó en la versión inglesa de 1940 y que inspiró sus escritos de esa época. La propaganda totalitaria de la que hablaba Chajotin, con sus eufemismos, corresponde a la fase previa a la toma del poder, pero los totalitarismos triunfantes ya no necesitan dulcificar su sadismo: lo ejercen mediante el asesinato, la tortura y la neolengua, cuyos neologismos imponen a las masas la ideología única.

¿Cómo se construye el neologismo totalitario? Orwell lo explica muy bien: se fabrica en dos fases. La primera, como una fórmula, o sea, como un sintagma lexicalizado que yuxtapone dos términos hasta entonces no relacionados. En ‘1984’, el caso extremo es el que encadena –y nunca mejor dicho– ‘thought’ (pensamiento) y ‘crime’ (crimen). Como es sabido, en las democracias liberales el pensamiento no delinque, pero, bajo los totalitarismos, sí. La segunda fase consiste en reducir el sintagma a un solo término, como ‘thoughtcrime’, que establece y consolida un nuevo tipo de delito, el crimen mental (o ‘crimental’, en las versiones españolas de dicha novela). Expresiones como ‘financiación singular’ o ‘migración circular’ son fórmulas neolingüísticas, o sea, de primera fase, que derivarán, cuando el sanchismo alcance su plena madurez, en neologismos de resonancia china como ‘finsing’ o ‘circmig’.

Ahora bien, más aplicable al Gobierno sanchista actual es lo que Orwell llamó, en el prefacio a ‘Animal Farm’, la «mentalidad de gramófono», que es lo que yo intentaba explicar, hace pocas semanas, con una imagen de perrillas extasiadas ante la Voz de su Amo que me valió las iras de un tal Papell (¿higiénico?) y de la consabida Alegría de la Huerta, señora de irremediable continente pero horra de contenido. Cuidado, canceladores. He escrito «horra», así, con hache de Valladolid, de Óscar y Zorrilla.