- Con los ferrocarriles fallando a diario, el mamporrero en jefe subestima la inteligencia de los españoles y proclama que el servicio está «mejor que nunca»
Si gastásemos el estilazo de Óscar Puente, podríamos tener la tentación de iniciar este artículo haciendo una broma chusca. Comentando que la primera vez que escuchamos a nuestra izquierda gobernante hablar de una inminente «ley para la protección integral de los grandes simios» pensamos que tal vez podría concernir incluso a cierto político.
Pero no vamos a caer en el «puentismo», aun cuando el ministro responsable del Departamento de Intimidación de Sánchez insultó en su día a este periódico y a su director con la siguiente retahíla: «fascismo puro y duro», «matones de la derecha» y «gente que apesta». Un resumen de la paupérrima catadura moral de Puente, al que Sánchez trajo de Valladolid para convertirlo en el mamporrero en jefe del PSOE.
Como no somos como Puente, vamos a reconocer que no cabe centrar solo en él la responsabilidad del caos ferroviario que sufre en España, pues solo lleva nueve meses en el ministerio competente. Pero sí cabe pedirle explicaciones cabales, que respete la inteligencia del público y que reconozca que si el servicio ha empeorado como nunca es atribuible al Gobierno de Sánchez, pues lleva seis años gestionándolo.
De un tiempo a esta parte, la puntualidad ha desaparecido en los trenes. Subirse a un vagón es como comprar un décimo de lotería. El último AVE que tomé de La Coruña a Madrid se retrasó media hora. Cuando nos quejamos, nos puso en contexto un viajero habitual, que hacía gala de la paciencia de un sabio estoico: «No, no, ¡lo de hoy es casi puntualidad!».
No existe reconocimiento más explícito del inmenso fracaso del Ministerio de Transportes con los trenes que la rebaja de las indemnizaciones de Renfe por retrasos, adoptada en junio. Hasta entonces, la compañía devolvía íntegro el importe del billete si el retraso superaba los 30 minutos. Pero con el gran Puente la tardanza para lograr ese reembolso se ha ampliado a 90 minutos, lo cual supone oficializar que no dan una.
Los follones se han vuelto casi diarios. Hemos vivido escenas tan tercermundistas como la del pasado día 5, con los pasajeros de un Valencia-Madrid tostados a 40 grados en un túnel de Chamartín, sin luz ni aire acondicionado. Acabaron rompiendo cristales con los martillos de emergencias para aliviarse un poco. Pero no eran catalanes. Así que el Gobierno no le dio importancia.
Este viernes, Puente tuvo que dejar el golf por un ratito y acudir al Senado para explicar qué pasa con los trenes (el mismo día, por cierto, en que emergió de su largo asueto el marido de la imputada, con un estupendo bronceado, obtenido en el palacete canario que le hemos pagado todos, y a la misma hora en que la Guardia Civil registraba las oficinas del socio de su mujer, hecho que se percibía en su sonrisa híper postiza).
Puente estuvo en su línea: la mejor defensa es un buen ataque. Los problemas de Renfe y Adif obedecen a una conjura universal, de la que forman parte los pérfidos operarios de Talgo, que de repente se han vuelto unos paquetes, el apocalipsis climático, malvados vándalos fachosféricos que sabotean las vías, la falta de inversión de los cicateros Aznar y Rajoy… No faltó ni una invocación al inevitable Franco, el ministro sin cartera de Sánchez.
Como resumen, Puente pidió «paciencia» a los españoles e insultando alegremente la inteligencia del público manifestó que «nunca ha habido mejor servicio ferroviario en España».
¿Qué estamos viendo? Pues lo de siempre, un Gobierno débil e ineficaz, que no se dedica a la solución de los problemas de la vida cotidiana, sino a la ideología: ingeniería social y propaganda a saco e insultos y persecución para los adversarios, a los que se empieza a negar su derecho a existir.
Puente ejemplifica las dos fórmulas por las que se rige el sanchismo: 1.–El matonismo y la bordería han de ser inversamente proporcionales a la falta de eficacia. 2.–Miente sin complejos, porque en la nación de naciones, plural, diversa y confederal, antaño España, el principio de realidad ha desaparecido.
La verdad es que podían haber seguido de vacaciones. Incluso perpetuas.