Antonio R. Naranjo-El Debate
  • El ministro es un vulgar portero de sauna, pero también una metáfora del Régimen y de sus adláteres

Óscar Puente se cree un marine sanchista defendiendo «La colina de la hamburguesa», pero no pasa de vulgar portero de las saunas de su protector. La renuncia al debate, la apuesta por el mamporro, el brochazo sobre el argumento y el desprecio frente al contraste le ubica en ese lupanar real y metafórico donde también habita Sánchez: todo lo ha logrado a oscuras, sea su domicilio marital en la elitista Pozuelo de Alarcón o la Presidencia, negociada en cuartuchos en Waterloo o Ginebra.

Ahora le ha dado por meterse con el corresponsal David Alandete, por preguntarle a Donald Trump por España y obtener respuesta, como antes le dio por servidor a cuento de mi programa en Telemadrid y mi pódcast en El Debate y, antes, con Elisa Beni, ejemplo de decencia intelectual: es de izquierdas y, por serlo, se distancia del sanchismo, cuya única ideología es la búsqueda del poder a cualquier precio.

Reírle las gracias a Puente, un chulángano agresivo, demuestra la desesperación del Régimen, la calidad moral de sus adeptos y la ausencia de límites en esa mortecina búsqueda de la supervivencia, que de eso va todo: Sánchez se ve ya más cerca del Tribunal Supremo que de La Moncloa, como huele ya las posibles condenas de familiares y colaboradores, ya sentenciados por la opinión pública por comportamientos que, más allá de que tengan o no reproche penal, son los propios de unos quinquis y unos horteras.

La tardanza de las asociaciones de la Prensa en señalar a Puente, matoncete sin medio sopapo que se crece por el cargo, los recursos que le confiere, los cómplices retribuidos que le secundan y las tribunas que le regala, es peor aún que las andanzas del ministro, que no serían nada sin ese juego de silencios y de complicidades.

Ahora han saltado un poco con la persecución a un periodista al que conceden palabra en la Casa Blanca, que es algo imposible en España, donde solo preguntan a Sánchez aquellos dispuestos a preguntarle lo que él quiere responder: ninguno de ellos ha tenido a bien, por ejemplo, pedirle su opinión sobre un auto de la Audiencia Provincial de Madrid (no del malvado Peinado) de la pasada primavera en el que, literalmente, se describían las andanzas de Begoña Gómez como un intercambio de favores e intereses gracias a su posición junto al presidente del Gobierno.

Tampoco dijeron nada cuando, en plena tormenta de corrupción, con un cúmulo de pruebas e indicios tan abrumador, las Silvias Intxaurrondos de turno impulsaron un manifiesto en el que se acusaba a la prensa y a los jueces de impulsar un «golpe de Estado judicial y mediático», en el mismo tono que Puente y con las mismas explicaciones alternativas a la solidez de las investigaciones periodísticas, policiales y judiciales: ninguna.

Era una cacería personal que conculcaba el principio básico de que, para contradecir una evidencia, hay que contraponer otra aclaratoria, sustituida aquí por un ataque ad hominem rematado por un impulso legislativo del Gobierno para cerrar ese ciírculo chavista de coacciones y censura.

Puente es un verdulero con ínfulas, una especie de Diosdado Cabello de Sánchez, pero sobre todo es un síntoma de hasta dónde es capaz de llegar su promotor y todos sus cómplices, a quienes algún día juzgará la historia por haber alfombrado el paso de este Atila de la democracia: hasta donde haga falta, quizá por ambición y sectarismo, pero sin duda también por el pánico a acabar todos en prisión. Allí está ya Santos Cerdán, que no en vano se presenta a sí mismo como el «arquitecto» de un Gobierno de maleantes sin escrúpulos secundados por demasiados sicarios a sueldo. No lo olvidaremos.