OTAN sí

Juan Carlos Girauta-ABC

  • «Hay un pacifismo –con honda y perversa raíz en la Komintern– que no es el de Gandhi ni el de ningún Papa, sino el de los que quieren a Occidente indefenso y a sus enemigos armados hasta los dientes. Ese seguirá con sus jeremiadas para incautos. Ahí se sitúa una parte del gobierno Sánchez»

España ya estaba comprometida a dedicar el 2% del PIB a la defensa cuando Rajoy volvió a comprometerse, poniendo un término que está a punto de vencer. Rondaba entonces nuestro gasto en la metería –que siempre es inversión– el 0,7%. Vamos por el 1% ahora mismo. La mitad de lo que debiéramos. Y eso, ¿en qué posición nos deja? En la penúltima: de todos los miembros de la OTAN, solo Luxemburgo invierte menos que nosotros (siempre en términos relativos).

Está fuera de duda el retorno de las inversiones en defensa para la sociedad. Y no me refiero todavía a la principal razón para no descuidar ese sector estratégico, que es la de estar preparados para la guerra. Me limito de momento a recordar cómo las innovaciones tecnológicas que han transformado el mundo en las últimas décadas, y que lo siguen transformando, se originaron en inversiones de defensa.

Todas las que caben en un teléfono inteligente, por ejemplo. Ese apéndice del hombre moderno, extensión de su memoria y de su orientación, inconcebible enciclopedia de bolsillo, geolocalizador, pantalla táctil que acabó con los abstrusos comandos, y la propia red de redes que aceleró la globalización, los intercambios y la expansión empresarial, que introdujo la competencia universal y estableció la bendita desintermediación.

Hablar del efecto multiplicador ni siquiera da una idea aproximada de lo que reporta el gasto en defensa. Retrocedes sobre las huellas de tanta tecnología indistinguible de la magia, que diría Clarke, y ahí está la defensa estadounidense. Busquen una explicación a la conversión de Israel en la nación ‘start up’ y encontrarán a jóvenes que realizan un servicio militar obligatorio de dos o tres años, según el sexo, antes de entrar en la universidad. Años que les familiarizan con las tecnologías más avanzadas, todas ellas militares, pues la única razón de que ese pequeño país acorralado siga existiendo es su superioridad tecnológica, descartada la demográfica. Esos jóvenes, ya en la universidad, son capaces de trasladar sus conocimientos a proyectos donde aquellas tecnologías punteras se traducen en un sinfín de aplicaciones civiles, de la sanidad a la automoción, de la cultura a la nanotecnología. Insisto, hablar del efecto multiplicador del euro, el dólar o el séquel gastado en defensa ni siquiera empieza a dar la idea aproximada de su incidencia en el bienestar, la seguridad, la salud y las facilidades crecientes a las que se accede en un círculo virtuoso que envuelve toda la economía.

Sánchez ha renovado el término. Son unos cuantos años más. Bien, es una posición realista, no parece viable doblar el gasto en un año para ponernos al día en nuestras obligaciones con la OTAN. Lo esencial es que se vaya avanzando y esta vez sí se cumpla, porque este es uno de esos casos (hay muchos) en los que cumplir con nuestros socios nos beneficia a nosotros para empezar. De una forma extraordinaria.

Cierto es que nada de esto estaría sucediendo, ni la exitosa cumbre de la OTAN en Madrid habría adquirido el realismo que le estaba a faltando a gran parte de los socios europeos, sin la ducha fría de la invasión y guerra de Ucrania. Es obligado reconocer que incluso aquellos mandatarios que tuvimos como ejemplo de sensatez –ahí está Merkel– pecaron en realidad de imperdonable temeridad. Fueron decisiones alemanas, las de aquella dama inamovible en sus valores, de la prudente entre los prudentes, las que colocaron a centroeuropea en una lastimosa situación de dependencia. Sin esa desventaja estratégica en materia de aprovisionamiento energético no andaría la diplomacia alemana en estos momentos tratando de matizar lo que no admite matices. Una agresión como la de Rusia a Ucrania no los admite. Ni tiene perdón que no lo vieran venir tantos eruditos a la violeta. Mejor dicho, que se empeñaran en negar la evidencia hasta el mismísimo día de la invasión, y aun en los siguientes.

Las primeras reacciones de muchos agentes relevantes de la política mundial fueron lamentables. A mí no me sacarán de una convicción: sin una figura como la de Zelenski, que en vez de huir recordó a Occidente sus valores, se aferró a ellos, los encarnó y apeló a nuestra conciencia, hoy Rusia habría puesto al mundo libre de rodillas con una política de hechos consumados.

Por resumir, gastar en defensa es indiscutiblemente benéfico para la economía. Y es providencial –ante el desdibujamiento de los principios, que tanto había avanzado– hacerlo desde dentro de una nueva OTAN, útil otra vez, en coordinación con una organización que ha reencontrado su razón de ser, que se sabe necesaria, que analiza y aborda las amenazas con realismo, que renueva el compromisos con sus valores, los propios de las democracias liberales, y con la independencia y libertad de sus socios. Tenemos un fleco pendiente, envuelto en la ambigüedad de diferentes interpretaciones, con Ceuta y Melilla. Cierto. Pero no hay mejor lugar para resolverlo que la propia OTAN. ¿O es que fuera de ella vamos a estar más defendidos que dentro?

Por supuesto, hay un pacifismo –con honda y perversa raíz en la Komintern– que no es el de Gandhi ni el de ningún Papa, sino el de los que quieren a Occidente indefenso y a sus enemigos armados hasta los dientes. Ese seguirá con sus jeremiadas para incautos. Ahí se sitúa una parte del gobierno Sánchez. También los endeudados morales (y los inmorales) de Putin, que seguirán con la cantinela de la provocación que ‘obligó’ a Rusia a ‘defenderse’ porque se sentía amenazada. Ellos son la amenaza. La exterior y la interior. Pero, por fortuna, los hechos y la reciente cumbre no les acompañan.