Otegi ha declarado varias veces que no hay alternativa a lo que interrumpió el bombazo. No la hay para él, con juicios y sentencias pendientes, ni para Batasuna si quiere presentarse a las elecciones. Por eso es decisivo que el Gobierno administre con inteligencia la cuestión de la participación electoral de Batasuna. Si cediera, se descartaría de su principal baza.
La confusión que revelan algunas actitudes en relación al terrorismo etarra es un reflejo de la ambigüedad de la situación: por una parte, hay amplio acuerdo en considerar que el proceso iniciado con el alto el fuego de marzo está irremediablemente roto, y en que no debería reabrirse sin unas garantías mucho más exigentes que en el pasado; pero al mismo tiempo ETA dice que el alto el fuego sigue vigente, y de hecho no ha vuelto a cometer atentados, ni cruentos ni incruentos, lo que supone una diferencia sustancial con lo que ocurrió en 2000 tras la ruptura de la tregua.
Esta situación es a su vez, probablemente, un efecto de las dudas existentes en ETA. Intuyen sus jefes que el tiempo de la lucha armada ha pasado; que ya no es útil para hacer avanzar sus objetivos. Pero algunos txerokis aún conservan la esperanza de que la negociación misma vuelva a dar un sentido al uso de las armas: para tutelar, presionar, obligar a ceder. Por ejemplo, como forma de convencer al Gobierno (vía opinión pública amedrentada o harta) de que acepte una negociación política -paz por cambios institucionales-, y no sólo técnica -armas por presos-. (La distinción entre negociación política y técnica fue introducida por Mario Onaindía, a comienzos de los 80, en relación a la disolución pactada de ETA p-m: era algo artificial pero resultó funcional para marcar unos límites que sectores del nacionalismo vasco querían difuminar).
En el otro campo también parece haber dudas. En general se considera que un final dialogado es preferible a una agonía sangrienta de ETA, que podría durar años. Pero hay el temor (lógico) de que el mantenimiento de una expectativa de diálogo permanentemente abierta, y más después de Barajas, sea interpretado por ETA como prueba de que el diálogo es compatible con la violencia, lo que contradice su condición básica. Eso explicaría la actitud indecisa del Gobierno: no toma iniciativas de diálogo, pero adelanta su disposición a hacerlo al mostrarse públicamente receptivo ante pequeños movimientos del brazo político de ETA.
Movimientos que en sí mismos no son nuevos. La propuesta de creación de una comunidad autónoma que comprenda las actuales del País Vasco y Navarra es tan vieja como (Herri) Batasuna: ya figuraba en la primera formulación de la Alternativa KAS que ETA y HB adoptaron como programa político en 1978. Tampoco es una novedad la referencia a la «apuesta por las vías pacíficas y democráticas» que aparece en la entrevista de Otegi en La Vanguardia (25-2-07). Con esas mismas palabras figura en el pacto de legislatura suscrito por Batasuna con Ibarretxe en mayo de 1999, lo que no impidió que se tragaran sin un mal gesto la ruptura de la tregua a finales de ese año.
Las palabras de Otegi sólo tendrían relevancia si, como ha ocurrido otras veces -la última, en enero-, fueran un adelanto de lo que se dispone a decir ETA. No sería banal que, en el comunicado que según se dice está al caer, la banda hiciera suya esa apuesta genérica por las vías pacíficas y democráticas, aceptase, aunque fuera como programa de transición, una autonomía en el marco del Estado español o admitiera que no existe proyecto independentista sin la adhesión de la mayoría. Otegi sí parece haber comprendido la necesidad de cambiar, si no de planteamientos, sí de discurso; de pasar de la revolución permanente a la revolución por etapas, que suele ser el comienzo del camino hacia el realismo. Desde diciembre ha declarado varias veces que no hay alternativa a aquello que interrumpió el bombazo. Es cierto que no la hay para él, con juicios y sentencias pendientes, ni para Batasuna si quiere presentarse a las elecciones.
Por eso es decisivo que el Gobierno administre con inteligencia la cuestión de la participación electoral de Batasuna, que la oposición volvió a suscitar ayer en la sesión de control. Si cediera, se descartaría de su principal baza, la que le permite plantarse en lo esencial: que a lo que no hay alternativa es a la renuncia a la violencia. Para que Otegi convenza de ello a ETA tiene que sentir que tampoco la hay para su partido.
Sin esa renuncia, que supone que Batasuna acepta que su influencia política depende de los votos que tenga, y no de la capacidad de intimidación de su primo (el de Zumosol), no podrá participar electoralmente. Precisamente para que haya igualdad de condiciones, como también reclama Otegi.
Patxo Unzueta, EL PAÍS, 1/3/2007