José Antonio Zarzalejos, LA VANGUARDIA, 22/9/11
Que Otegi y Díez Usabiaga hayan sido condenados por pertenencia a banda terrorista es la cosa más lógica del mundo. Durante muchos años ambos fueron los ventrílocuos de la causa etarra. Manejaban los eufemismos con destreza: el asesinato era una consecuencia indeseable del «conflicto» y se trataba de un «daño colateral» del que debían tomar nota los «Estados español y francés» que sojuzgaban a Euskal Herria. La solución consistía en una negociación de imprecisos perfiles pero, en todo caso, de naturaleza política. Mientras, y para macerar las voluntades renuentes a tan democrático planteamiento, ETA ponía cadáveres sobre la mesa y/o expoliaba los patrimonios de empresarios y profesionales del País Vasco.
A Otegi los comportamientos de ETA le han parecido aceptables hasta hace poco tiempo. Justamente hasta que comprobó que la pegada de sus pistoleros no era la de antaño y a él le tocaba permanecer recluido, primero en Navalcarnero y luego en Logroño. Así que decidió, con otros, practicar el arte de la mutación. Primero en el diario El País el 17 de octubre del 2010. Luego, en la vista por la causa en la que ha resultado condenado. El año pasado declaró al periódico madrileño que «si ETA matase mañana, la izquierda abertzale se opondría». En la sala de la Audiencia Nacional, espetó a los magistrados que «ETA sobra y estorba». El encadenamiento de ambas aseveraciones pareció a muchos una catarsis. La jurisdicción penal ha sido menos impresionable.
Que nadie se asuste: en Euskadi no pasará nada porque ambos prohombres hayan sido condenados. ETA y sus sucesivos entornos disponen de una rara habilidad para dolerse de la «caída» de uno de los suyos y, al mismo tiempo, amortizarlo. La estancia en la cárcel de Otegi y Díez Usabiaga no cambiará un ápice la hoja de ruta que la autoridad competente tenga diseñada para Bildu y, eventualmente, Sortu. Cuando Batasuna fue ilegalizada en el año 2003, multitud de augures alertaron de que las siete plagas de Egipto pasarían a ser las que padeciese Euskadi. No hubo tal.
ETA y su entorno –Otegi, Díez Usabiaga y los demás mutantes– han perdido todas las oportunidades de las que han dispuesto desde el 20-N de 1975. Despreciaron la ley de Amnistía de 1977; la Constitución de 1978; el Estatuto de Gernika de 1979; el concierto económico de 1981; el despliegue integral de la Erztaintza en Euskadi y el repliegue de los cuerpos policiales del Estado; la tregua y negociación de 1989 en Argel; el contacto en Suiza con los delegados de Aznar en 1998 y el «proceso de paz» con el Gobierno de Zapatero en el 2006. Por despreciar, ETA despreció el significado de los atentados yihadistas del 11-S del 2001 en Estados Unidos y los de Madrid del 2004. Aunque toda rectificación es de sabios, no siempre llega a tiempo. La de Otegi et alii no responde a un duelo moral, a una contrición ética, sino a un oportunismo. Y, además, con una ETA presente como telón de fondo, con esa presencia «terca y desafiante» a la que se refirió el fiscal general del Estado.
José Antonio Zarzalejos, LA VANGUARDIA, 22/9/11