Luis Haranburu Altuna-El Correo

  • La solución, un único Estado para que judíos y árabes convivan en paz

Otegi se enorgullece de que los vascos nos hayamos convertido en una referencia mundial en el apoyo de Hamás y la condena de Israel, mientras que Sánchez mostró en Sevilla su «admiración por el pueblo español que se moviliza por causas justas como Palestina». Otegi habla en nombre de Euskal Herria y Sánchez lo hace en nombre del pueblo español. Ambos líderes encabezan la vanguardia del progresismo radical. La causa de la emancipación universal, objetivo de la izquierda en los dos últimos siglos, ha sido sustituida en nuestros días por las múltiples y variadas ‘emancipaciones parciales’ como el feminismo, el ecologismo o las identidades étnicas. Y ahora, otra vez, el odio al judío, como aquellos Reyes Católicos tan españoles y vanguardistas.

Tras la Segunda Guerra Mundial y la culminación del genocidio judío con más de seis millones de hebreos asesinados, el juicio de Nuremberg dejó sentenciado el antisemitismo que durante siglos estuvo en el origen de pogromos y linchamientos racistas que emborronan la historia de Europa. Tras Hitler y su solución final, parecía que el odio al judío y el antisemitismo habían dejado de ser una constante histórica, pero bastó la fundación del Estado de Israel para que el odio de los países que lo circundan se convirtiera en letal amenaza existencial. Desgraciadamente, Nuremberg no supuso un punto y aparte, sino que tras la decisión de la ONU para la creación del Estado judío, el antisemitismo adquirió la forma de un punto y seguido y no solo en el mundo árabe. La izquierda europea siempre simpatizó con la causa palestina y tras la caída del muro de Berlín pasó a convertirse en una de sus referencias, en sustitución de otras reivindicaciones y causas que se dieron por amortizadas o imposibles.

La izquierda siempre supo crear marcos políticos y relatos que condicionaron la cultura política occidental. Inicialmente, la izquierda se rindió fascinada ante los kibutz que en Israel asumieron la bandera de un cierto socialismo utópico, pero llegó la Guerra de los Seis Días (1967) y la izquierda europea miró con creciente simpatía a Yasser Arafat y a Al-Fatah. La causa palestina se convirtió en el paradigma de las causas justas. Con la actual guerra, provocada por el atentado terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023, el judío y el antisemitismo han regresado por la puerta de atrás.

Alain Badiou es una de las principales referencias de la cultura ‘woke’ que en Estados Unidos ha desencadenado las protestas contra Israel. Refiriéndose a los nombres que construyen los marcos ideológicos contemporáneos ha formulado el siguiente postulado: «Un nombre cuenta solamente en la medida en la que las divisiones que induce funcionan». Dividir y vencer; enfrentar y polarizar, he ahí la finalidad de los nombres divisivos. El nombre ‘judío’ ha recuperado el potencial de odio y polarización que tuvo en la Edad Media y en los pogromos de la Europa del Este; el potencial que provocó la Shoah de Hitler y la capacidad divisiva de las conjuras judeomasónicas de Franco.¿Qué tendrá el judío, que desata semejantes emociones divisivas?

Según el filósofo y lingüista Jean-Claude Milner, autor de ‘L’arrogance du present’ (2009), «el único acontecimiento verdadero del siglo XX es el regreso del nombre judío» y argumenta su afirmación centrándose en los cambios sobrevenidos a partir del Mayo de 1968 y la posterior caída del muro de Berlín (1989) y concluye que el nombre ‘judío’ es uno de los principales términos divisivos, de la actual coyuntura cultural y política. Constata J. C. Milner que la lucha de clases y todos los nombres a ella conectados han sido sustituidos por la palabra ‘judío’, que posee un carácter divisivo del que carecen otros términos clásicos del discurso de la izquierda política europea. Palabras como proletariado, obrero y otras del mismo jaez, ya no dividen a nadie y han dejado de tener un sentido movilizador, mientras que palabras como judío han recobrado actualidad revestidas de pasión y significación movilizadora.

La solución de los dos Estados que se acordaron en los acuerdos de Oslo (1993) fue en su día expresamente rechazada por Hamás y no parece que, hoy por hoy, sea viable pese al empeño del presidente Sánchez. Existe, sin embargo, otra posible solución a la cronificada guerra entre árabes y judíos que consiste en el establecimiento de un único Estado democrático, secular y plurinacional en el que judíos y árabes convivan en paz. La de los dos Estados es una inercia binaria y divisiva. ¿Por qué no soñar con una Palestina laica y democrática, donde la universalidad del judío encuentre, por fin, su sentido y cobijo? La solución del problema palestino jamás llegará de la mano del Sánchez ni Otegi, ambos son divisivos y como los reyes Isabel y Fernando proponen expulsar a los judíos «desde el río hasta el mar».