JON JUARISTI – ABC – 20/11/16
· La Biblioteca Nacional y la Fundación Blas de Otero recuerdan el centenario del poeta.
Comenzó el pasado martes, en la Biblioteca Nacional, un ciclo de conferencias para conmemorar el centenario del nacimiento de Blas de Otero, que vino al mundo en Bilbao el 15 de marzo de 1916. El primer acto consistió en una serie de breves disertaciones sobre la obra del poeta, fallecido en 1979, a cargo de varios catedráticos de una generación muy posterior, que lo conocimos y admiramos su obra. Armando López Castro habló de la influencia en Otero de la lírica tradicional; Antonio Carreira se refirió a problemas de edición de su poesía derivados de la existencia de variantes, y yo intenté situar su figura en la poesía bilbaína del pasado siglo. Presentó las tres intervenciones Mario Hernández.
Como observó Carreira, cuando conoció personalmente a Blas de Otero sintió la emoción de encontrarse ante un clásico de nuestra lengua, lo que no suele ser frecuente. Creo que a los demás nos pasó lo mismo. También Carreira rompió un tabú tácito de los demás ponentes al recordar que Otero militó en el PCE desde los años cincuenta hasta su muerte y que no fue en absoluto crítico con el aplastamiento de la revolución húngara en 1956 ni con el de la primavera de Praga en 1968. Es cierto.
Sin embargo, tampoco sacó demasiado provecho de su lealtad política. Los comunistas no lo promovieron a archipámpano del partido, como a Alberti, ni a poeta laureado y publicado hasta la saciedad, como a Celaya. Hace mucho tiempo, Jorge Semprún me contó que cuando, bajo su avatar de Federico Sánchez, se entrevistó por vez primera con Blas de Otero, en París, supo que sería difícil, si no imposible, dada la taciturnidad del personaje, explotarlo como un histriónico líder de masas.
Yo creo que Otero fue un espíritu dividido, desgarrado y sufriente, al igual que Unamuno. Suele ir incluido en lo de bilbaíno, y si no hubieran sido también unos excepcionales escritores, nadie los habría aguantado y hasta sus paisanos los habríamos olvidado muy a gusto. ¿Dónde radica la excelencia de la poesía de Otero? Solo me atrevería a sugerir que algo tienen que ver con su eficacia estética determinados recursos formales que el autor compartió con otros poetas de su tradición local: la desconfianza innata hacia las pirotecnias verbales de las vanguardias y un arraigo en fórmulas clásicas e indelebles.
En ningún lugar se han escrito tantos sonetos como en Bilbao (y no sólo en español, también en vasco). En parte, esa desconfianza se debe a sabernos blanco frecuente de la pedantería ajena. Ortega decía de Unamuno que su castellano era aprendido y que lo manejaba como una lengua muerta. No deja de ser una tontería, aunque la dijera Ortega. Los buenos poetas bilbaínos hacen virguerías con la doble articulación del lenguaje.
Véase Otero, por ejemplo. Mario Hernández recordaba el martes uno de sus grandes poemas aliterativos: «Árboles abolidos, /volveréis a brillar/ al sol. Olmos sonoros». Yo aporté otro de sus versos fonológicos: «Por Pagazarri las últimas nïeves/ y por Archanda helechos hechos llanto», añadiendo que tal aliteración remedaba otra de Unamuno: «No de Apenino en la riente falda, / de Archanda nuestra la que alegra el boche,/ recogí este verano a troche y moche/ fresas rojas en campos de esmeralda». Borges dijo que estos versos unamunianos son ridículos, porque si aliterar es un recurso poético eficaz en las lenguas germánicas, en español la aliteración «es más bien un defecto». Vaya parida, por mucho que se la debamos a Borges. Si aliterar es un recurso poético eficaz en las lenguas poéticas germánicas lo será hasta en arameo. Total, pura envidia y ganas de tocarnos las narices a los de Bilbao, so pringadillos.
JON JUARISTI – ABC – 20/11/16