EL CONFIDENCIAL 15/05/17
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· El espíritu elevado se lo debió a su querido Blas de Otero; su pensamiento hondo, a Miguel de Unamuno, y su notoriedad, a Esperanza Aguirre
Es injusto que Germán Yanke haya debido una parte de su notoriedad pública a la entrevista que mantuvo en Telemadrid con Esperanza Aguirre. Corría 2006. El periodista bilbaíno y Pablo Sebastián compartían la conducción de ‘Diario de la Noche’. Fue un noticiario fresco, libre e interesante. Nunca se atuvieron a consignas y cuando la lideresa se pasó por el estudio, Germán le hizo la entrevista que cualquier periodista serio le hubiese hecho. Naturalmente, duró poco tiempo en la TV autonómica madrileña. En el mutis le acompañó Sebastián, al que invité —y lo hizo— a escribir en las páginas de ‘ABC’.
Sin embargo, insisto, Germán Yanke fue, profesionalmente, mucho más que ese programa e infinitamente más que esa entrevista. Antes había dirigido la revista ‘Época’ y, en Bilbao, había desempeñado la subdirección de la edición vasca de ‘El Mundo’. Fue un periodista más de reflexión, tertulia y lectura que de noticia e información. Fue un bilbaíno culto que biografió a uno de nuestros grandes poetas —Blas de Otero— y peleó por la conservación y expansión de la obra de Miguel de Unamuno, el bilbaíno más universal de cuantos ha dado el Bocho.
En la vida de Bilbao, Germán Yanke fue eso que en nuestra ciudad llamamos ‘un hombre de pro’. Generoso en asistencias y ayudas; cálido en el trato; amigo de sus amigos; ayuno de malos humores —salvo cuando se entraba en enfado: resultaba temible— y contemplativo de una vida que disfrutó hasta que pudo. En 2013 le fallaron las fuerzas y ya nunca se recuperó. No quiso demasiados tratos, ni contar sus penas, ni explicar sus males. Sobrio. Germán era un tipo sobrio en sus maneras y se conducía con elegancia, seguramente porque amaba la poesía a la que dedicó tiempo y esfuerzos.
Germán Yanke escribía bien, con claridad y sin empalagos. Pero nunca fue ni hiriente ni innecesariamente brusco. Era tan de Bilbao que parecía educado en algún ‘college’ británico. Nunca pudo instalarse enteramente en Madrid porque volvía recurrentemente a su casa en las cercanías de la capital de Vizcaya. Anduvo entre una y otra ciudad y al final los de allí le vieron como un transterrado y los de aquí como interino. Estuvo allí —no puede olvidarse— en los tiempos más duros del terrorismo etarra, al que plantó cara, de lo que doy fe. La misma que presto sobre su bonhomía y calidez. El espíritu elevado se lo debió a su querido Blas de Otero; su pensamiento hondo, a Miguel de Unamuno, y su notoriedad, a Esperanza Aguirre. Esas fueron sus circunstancias, muy menores a un yo —el Germán Yanke solo y aislado— siempre rotundo y respetable.