Olatz Barriuso-El Correo

  • Todos los aliados nacionalistas de la inestable mayoría sanchista afrontan sus congresos en los próximos meses, lo que por fuerza les obliga a revisar los costes y beneficios de la alianza. Noticias inquietantes para la Moncloa

Cada verano los titulares anuncian un otoño caliente en lo político. No importa en qué condiciones esté el Gobierno de turno, si en problemas o con una cómoda mayoría, o con qué cartas juegue la oposición: las turbulencias se dan por seguras como si fueran hojas lamiendo el asfalto. Sin embargo, más allá de lugares comunes, la tormenta perfecta que aguarda a Pedro Sánchez a su vuelta de vacaciones es una realidad tangible y achacable no ya a una ‘reentré’ siempre pródiga en retos, sino a una conjunción endiablada de factores adversos.

La colección de obstáculos no es pequeña. A saber, la creciente volatilidad de la mayoría que le sostiene, la competencia desatada entre las siglas adheridas a ella, la ofensiva política que prepara el PP con su mayoría absoluta en el Senado como ariete, la instrucción judicial sobre la presunta corrupción en los negocios de su esposa, Begoña Gómez; la dudosa viabilidad de los acuerdos comprometidos con sus socios, la posibilidad cierta de verse obligado a sobrevivir con unos Presupuestos que ya acumulan una prórroga, los movimientos, algunos sutiles y otros no tanto, en las baronías y el satélite Zapatero orbitando alrededor, y dejando en evidencia la toxicidad de autócratas como Nicolás Maduro para las izquierdas democráticas.

Puede ser, precisamente, la cuestión venezolana, muy sensible tanto en el conjunto de España como en Euskadi, la que provoque la primera grieta en la frágil mayoría gubernamental. El radical alineamiento del PNV en el bloque antichavista y la decisión de Moncloa de ponerse de perfil y ganar tiempo anuncian curvas en septiembre. La posible derrota si el Congreso decide, a iniciativa del PP, instar al Gobierno a reconocer la victoria del candidato opositor sería un síntoma inequívoco de que las costuras se han estirado al límite y no dan más de sí.

Por ahora, Moncloa ha encontrado su oasis en el Palau de la Generalitat. La llegada de Salvador Illa al Govern sirve para un roto y para un descosido: para presumir de talante dialogante, para obviar sin rubor la escandalosa segunda fuga de Puigdemont, para atizar al PP o hasta para acusar a los jueces del Supremo de torpedear con malas artes el bien supremo de la convivencia.

Sin embargo, el fervor federal y plurinacional con que el PSOE ha decidido armar su relato y tirar millas puede volverse en su contra. Entre otras cosas porque, con la excepción de EHBildu, a sus socios independentistas y nacionalistas no les ha ido precisamente bien bajo su ala. Tanto ERC y Junts como el PNVhan visto retroceder su respaldo en las urnas y el acuerdo con los republicanos catalanes para dotar a Cataluña de una fiscalidad singular ha provocado arqueos de cejas en Euskadi y ha soliviantado igualmente a Junts, cuyo voto es imprescindible para la reforma de la LOFCA, la ley orgánica que regula la financiación autonómica, la única vía para dar luz verde a lo pactado. El ‘concierto’ catalán es más una inconcreta promesa que una realidad y, por la misma razón, una amenaza sobre esa Arcadia feliz que los socialistas proyectan en el nuevo Govern de Illa.

La dependencia del nuevo president respecto a una Esquerra en plena implosión interna no es una buena noticia para Sánchez. Los republicanos deben celebrar, en principio a finales de noviembre, un congreso decisivo que dirimirá la pugna entre los partidarios del dimitido presidente Junqueras y los de la ‘número dos’ Marta Rovira, a la que acusan de maniobrar para conspirar en su contra. Los socialistas prefieren la victoria del primero, sobre el papel más proclive a fomentar acuerdos con la izquierda.

Noticias inquietante

Por si fuera poco, Junts ha movido ficha para adelantar su congreso a la última semana de octubre y así profundizar en la cruzada para ‘comerse’ a ERC, lo que elevará, sin duda, el precio de su cada vez más quimérico apoyo al Gobierno de Sánchez con el Supremo ejerciendo de freno a la aplicación efectiva de la amnistía. Poco queda ya por pedir, salvo un referéndum, siquiera simbólico, que siga ahondando la remoción, por la puerta de atrás, de los cimientos constitucionales.

«También en Euskadi le llegará el momento de elegir entre el PNV y Bildu», vaticina un alto cargo nacionalista, que cree a pies juntillas en la intención de Sánchez de aguantar contra viento y marea en Moncloa, con o sin nuevas Cuentas aprobadas. Sus socios vascos también afrontan en los próximos meses sus procesos congresuales y se verán en la necesidad de revisar el balance de costes y beneficios de apoyar al presidente. En el caso del PNV, que anunciará la fecha de su Asamblea General en el próximo Alderdi Eguna, hay pocas dudas de que la factura le sale a pagar: si algo alienta el hartazgo del sector más crítico de las bases es que Sabin Etxea sea rehén de un bloque de izquierdas cada vez más alejado de sus posiciones tradicionales.

A la izquierda abertzale, en cambio, la cuenta le sale más rumbosa, aunque ya ha anunciado que su congreso de este otoño servirá para perseguir un «salto cualitativo» en la cuestión territorial. Bildu, el socio que Sánchez elegiría si en su cabeza estuviera reproducir en Euskadi el modelo catalán, ya avisó de que esta debe ser la legislatura en que la reforma del Estado autonómico deje de ser una quimera. Noticias inquietantes para La Moncloa, salvo que su plan sea consolidar esa mayoría plurinacional tras unas nuevas elecciones. Un salto mortal, en todo caso.