JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO – 24/08/14
· La cuestión es si los autonomistas reflexivos podrán contener a los independentistas sonámbulos para evitar que se consume la quiebra social y cívica.
Una de las grandes incógnitas políticas que aparecen con septiembre a la vista es la de comprobar el efecto del ‘caso Pujol’ en la marcha del proceso independentista. CiU parece encontrarse en estado catatónico y deambula noqueada por una escena política sacudida hasta su último rincón. La confesión de Pujol, la fortuna amasada por él y su familia –dicho con voz ronca y deje italiano–, cuanto implica de contumacia en la corrupción y de omisión cómplice por parte de tantos, afectan de lleno al núcleo del relato nacionalista.
Ese relato construido sobre una exacerbada autoestima, sobre la apropiación de las virtudes mesocráticas del trabajo y el ahorro, sobre el supuesto expolio exterior y la victimización y, como consecuencia de todo ello, sobre la superioridad moral, individual y colectiva, de la causa independentista. Pujol ha destruido millones de páginas, ha aniquilado miles de horas de programas, conferencias, y discursos; ha convertido en ridícula la propaganda pueril y extravagante de los que se han proclamado herederos del austracismo derrotado en 1714 que, en realidad, había sido derrotado un año antes aunque en Barcelona no quisieran enterarse. Para ser los carolingios de la península Ibérica, Pujol ha demostrado corromperse como los peores meridionales.
Y no, Pujol no es ‘un caso puntual’. Qué más quisiera CiU. No lo es porque Andorra – sospecho– no es sólo el destino al que el expresidente de la Generalidad y sus hijos dirigían su oscura recaudación sino una ruta bastante concurrida para otros que ahora pueden sentirse inquietos ante la información de que la Agencia Tributaria puede estar recibiendo desde lo que ha dejado de ser el plácido patio trasero de la corrupción en Cataluña.
No es Pujol ‘un caso puntual’ porque es fundador, referente y cúspide del poder político y social del nacionalismo catalán; porque ha tenido en sus manos en diversos momentos de nuestra historia reciente resortes de influencia en el Gobierno de todos los españoles y porque, ahora, sintiéndose retribuido por sus desvelos hacia Cataluña, se había convertido en el principal legitimador del independentismo.
No es que el de Pujol sea una suerte de ‘caso Dreyfuss’ a la catalana. Sería una analogía excesiva e inmerecida para el interesado. Pujol nada tiene que ver con el oficial francés de ascendencia judía injustamente acusado de espiar para los alemanes. Por otra parte, nada más inverosímil en la Cataluña del nacionalismo hegemónico que un Zola clamando «yo acuso» sin ser reducido al ostracismo. Pero como culpable y defraudador confeso, la peripecia escandalosa del patriarca remueve posos largamente asentados en la sociedad catalana, obliga a esta a hacerse preguntas inevitables, saca a la luz esqueletos que parecían bien guardados, acaba con sobreentendidos y silencios que blanqueaban fortunas y fachadas y deja huérfanos a no pocos ‘tontos útiles’ en el sentido estrictamente leninista de la expresión, que se apuntaron a la procesión independentista por seguir a la banda.
El ‘caso Pujol’ –y aquí las analogías son más procedentes– es uno de esos infrecuentes acontecimientos que agita con una enorme virulencia las creencias políticas y la imagen que una sociedad tiene de sí misma, los modelos de conducta, la credibilidad de la arquitectura institucional y las opiniones dominantes.
Es muy arriesgado aventurar cómo se expresarán esas consecuencias en el concreto ámbito de la política catalana cuando esta se encuentra embarcada en llevar a término, aunque no se sepa cuál, el proceso independentista.
Sin duda se va a dejar notar la decepción de los que ven en el fraude de Pujol la caída de la instancia que legitimaba y otorgaba respetabilidad a la opción independentista. Otros, desde el campo de la confusión se instalarán en el abstencionismo como parecen anticipar las modestas previsiones de participación en la Diada. Lo probable es que el escándalo se traduzca electoral y políticamente de una manera contradictoria y compleja, mucho menos lineal de lo que sugeriría la fuerza de su impacto y la claridad inicial de las responsabilidades que afectan al expresidente de la Generalidad y su familia.
El declive de CiU no viene de ayer, ni el relevo en el nacionalismo catalán se ha puesto en marcha desde la confesión de Pujol. CiU es, desde hace tiempo, una fuerza política abocada a la implosión. Para muchos nacionalistas en trance de pasar a ERC, lo de Pujol puede ser simplemente el motivo final que necesitaban. Habrá quien vea reafirmadas sus convicciones independentistas porque con una agencia tributaria propia estas cosas no pasarían; para otros, la independencia es la única opción que puede evitar que una derrota histórica se sume a eso que viven como una humillación en la persona del expresidente. Y los hay que ante una verdad que les resulta insoportable elegirán comprar la patraña que explica el caso Pujol como una operación del Estado para dañar la causa independentista.
Es razonable pensar que lo ocurrido en estas semanas en torno a Pujol y su familia pueda recuperar un buen número de autonomistas reflexivos que han visto espesarse en torno a la causa independentista una bruma plomiza de sospecha sobre su sentido y sus protagonistas. La cuestión es si los autonomistas reflexivos serán suficientes para contener a los independentistas sonámbulos –que el caso Pujol también ha generado– y evitar que se consume la quiebra social y cívica de Cataluña.
JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO – 24/08/14