Manuel J. Ramos Ortega-ABC

  • La actual amnistía ha liberado de sus condenas a independentistas catalanes juzgados y condenados, sin nada a cambio, mejor dicho, solo con el consabido «lo volveremos a hacer»

Revisando viejos papeles a propósito de una investigación literaria en la que actualmente me encuentro ocupado, me doy de hoz y coz con el regreso de Rafael Alberti y María Teresa León a España, después de treinta y ocho años de un largo exilio, junto a otros escritores e intelectuales españoles en Hispanoamérica e Italia. El regreso del poeta, el 27 de abril de 1977, una vez aprobado el Partido Comunista de España en la Semana Santa de ese mismo año, seguida casi sin solución de continuidad por la promulgación de la Ley de Amnistía, el día 15 de octubre de 1977, fue todo un símbolo del comienzo del regreso a la normalidad democrática, después del referendo para la Reforma Política que votamos la gran mayoría de españoles y mayoritariamente ratificada por las primeras elecciones democráticas y la aprobación de la Constitución de 1978. Su llegada bajando por la escalerilla del avión, mano abierta en alto, ha quedado en nuestra memoria colectiva como pueblo como una imagen de la reconciliación entre los españoles de uno u otro signo político: «Salí de España con el puño cerrado, pero ahora vuelvo con la mano abierta, en señal de paz y reconciliación con todos los españoles», fueron sus primeras palabras nada más pisar tierra española.

La hora del regreso ha llegado para unos exiliados, Rafael Alberti y María Teresa León, después de treinta y ocho años fuera de su tierra. Unos meses antes, el 9 de febrero de ese mismo año, los ya Reyes de España, Juan Carlos de Borbón y Sofía, visitan Roma y con tal motivo hay una recepción en la Embajada de España ante la Santa Sede. Entre los invitados, como uno más de los comunistas españoles en Roma, asiste el poeta que, después de guardar una larga cola, se acerca al Rey y le hace entrega de una nota con la petición de amnistía para los presos españoles en nombre de los exiliados residentes en Roma.

Esta nota, que causó efectos casi inmediatos, fue convenientemente recordada en el solemne acto de entrega del premio Cervantes en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares por el propio premiado, dirigiéndose así a los Reyes: «Majestad: cuando le vi por vez primera en la Embajada de España ante el Vaticano, en Roma, tal vez recuerde que al momento de estrecharle la mano le entregué un breve escrito, firmado por un grupo de exiliados españoles en Italia, suplicándole la amnistía para los muchos presos que aún quedaban en las cárceles de nuestro país. Ese fue mi primer humano contacto con su Majestad y con la Reina Doña Sofía, que lo acompañaba». Antes de Rafel Alberti habían desfilado por esa misma tribuna alcalaína los poetas Jorge Guillén, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, que, junto a la concesión del premio Nobel de Literatura a Vicente Aleixandre, vinieron a restablecer y a reafirmar la presencia de España en el mundo.

Hoy, otra ley de amnistía ha sido aprobada, según el texto, «para la normalización institucional, política y social en Cataluña». Vaya ante todo mi respeto a la ley ya promulgada y en vías de resolución definitiva en el Tribunal Constitucional, aunque disiento radicalmente, con todo respeto, de los motivos y circunstancia históricas y políticas que se puedan y quieran establecer entre una y otra. En la primera, la de 1977, España salía de un largo periodo de dictadura que, como acabo de describir más arriba, condenó al exilio, si no a la muerte, a miles de españoles después del golpe de Estado de 1936. Aquella ley de amnistía, refrendada democráticamente por millones de españoles, no resiste, de nuevo con todo mi respeto, la menor similitud con la actual ley orgánica ahora aprobada por las Cortes Generales. Los hechos ocurridos en 2017 en Cataluña se perpetraron como un desafío en toda regla contra el régimen constitucional de 1978, aprobado por la mayoría de los españoles, no solo de Cataluña sino de todo el Estado español.

Para mí, como para tantos españoles, la actual ley de amnistía, aunque legítimamente aprobada, si bien no refrendada por la totalidad del pueblo español, supone de facto, en mi opinión, una reforma constitucional. No quisiera seguir acumulando razones ya suficientemente defendidas por expertos juristas a lo largo de estos años. Mis razones, si fuera posible, quisiera aislarlas de consideraciones jurídico-políticas y centrarme brevemente en lo que supuso solo cultural y socialmente para nuestro país la amnistía del 77. Ruego al atento lector que me permita llevarlas al terreno de lo que podríamos llamar inmaterial. En estos años –se ha dicho y escrito– España ha atravesado el periodo más prolongado de estabilidad política y democrática de toda su historia. Pero quisiera que fuera el mismo Rafael Alberti quien pusiera de nuevo un telón de fondo con sus palabras en la entrega del Cervantes en 1984: «Yo, señor, volví. Tuve la suerte de volver, de recomponer de verdad las rotas raíces, cubriéndolas de nuevo con la tierra de España, del pueblo de España, con quien me uno a diario. Él me da la salud, la vida, esta velocidad, este dinamismo de cometa errante que llevo y que, a mis 81 años, cuatro meses y siete días amplía aún más su recorrido, su órbita, hasta identificarla con la del milenario cometa Halley, que vi aparecer en mi infancia tendido sobre la maravillosa bahía gaditana donde nací y que reaparecerá, y conmigo, sobre el cielo de España, dentro de año y medio».

Fueron muchos miles de españoles los que se quedaron aguardando inútilmente poder regresar a su tierra si hubieran podido acogerse a la amnistía de 1977. Con razón les llamó el filósofo José Gaos a los exiliados españoles en 1936-39 los «transterrados». Mudaron de tierra, pero no de lengua ni de cultura. Si me permiten voy a enumerar solo algunos nombres: Pedro Salinas, Luis Cernuda, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, José Moreno Villa…

Hoy la actual amnistía ha liberado de sus condenas a independentistas catalanes juzgados y condenados, sin nada a cambio, mejor dicho, solo con el consabido «lo volveremos a hacer». Una sola parte de España ha decidido –sin referéndum alguno– que un amago risible de plebiscito, con toda clase de engaños y tropelías, no solo triunfara sobre otra parte de españoles, sin ni siquiera disculparse, sino que además presuma de ello y obtenga ventajas a cambio de votos. Compare el lector algunos de los amnistiados ahora con uno solo de los nombres mencionados más arriba.

SOBRE EL AUTOR

Manuel J. Ramos Ortega

es catedrático de la Universidad de Cádiz y escritor