Editorial-El Español

Alentado por el éxito cosechado en el acuerdo de paz para Gaza, Donald Trump se ha propuesto lograr inmediatamente la paz también para Ucrania.

Este jueves, en una llamada telefónica con Vladímir Putin, ha acordado reunirse próximamente en Budapest con su homólogo a fin de terminar la guerra.

La pretensión de Putin de plantarse en territorio europeo sólo puede leerse como un desafío a la UE.

Porque el autócrata está sancionado a título personal por el Consejo comunitario desde 2022 «por su responsabilidad en la agresión militar injustificada contra Ucrania”, teniendo prohibida la entrada al territorio de la UE. Y sobre él pesa además una orden de detención emitida por la Corte Penal Internacional en 2023, como responsable de crímenes de guerra por la deportación ilegal de miles de niños de Ucrania a Rusia.

Esta humillación es sólo el último de los desafíos que Putin ha lanzado a la UE en los últimos meses, mientras se mostraba a priori abierto a una solución negociada a la crisis de Ucrania: el GPS del avión de Von der Leyen sufrió una interferencia cuyo origen apuntaba a Rusia; el ejército ruso lanzó un ataque sobre Kiev a unos 50 metros de la Delegación de la UE en Ucrania; y Moscú ha violado varias veces el espacio aéreo de países europeos miembros de la OTAN.

De algún modo, la situación ha vuelto a los momentos previos a la reunión en Alaska entre Trump y Putin, donde no se consiguió ningún avance para la paz, pero que sí sirvió a Rusia para ser oficialmente rehabilitada como actor internacional, y para que EEUU aceptase un marco favorable a los intereses del Kremlin.

De modo que la UE se ha descubierto gastando decenas de miles de millones en comprar armamento estadounidense para que Trump siga con la misma actitud: avenirse a las preferencias de Putin y gestionar las negociaciones de paz bilateralmente por su cuenta.

Es cierto que Trump había venido endureciendo su postura hacia el Kremlin, llegando a amenazar con sanciones a Putin. Y que últimamente ha aumentado la asistencia militar a Ucrania, con la previsión de entregar pronto a Zelenski los misiles Tomahawk estadounidenses.

Pero, bajo esta apariencia de compromiso, subyace la misma irreverencia de siempre de Trump, que se suma a la humillación a la UE compadreando con el apestado Viktor Orban. Y que además pretende apuntarse también el tanto de un éxito diplomático, con objeto de ampliar su narrativa propagandística sobre las «siete guerras terminadas en siete meses».

Ahora aflora en toda su dimensión el error que supone que la UE no haya empleado todo este tiempo en reforzar su capacidad defensiva autónoma, en lugar de haber perpetuado su dependencia de EEUU.

Si Europa se ha acabado encontrando en esta trampa del lo tomas o lo dejas de Trump, es debido a su inacción a lo largo de estos años. La UE está pagando ahora su irrelevancia.

Y es que, a pesar de todos los gestos de la coalición de los dispuestos, lo cierto es que la UE ha perdido la credibilidad sobre su capacidad para influir en Ucrania en detrimento de EEUU, que amerita un acuerdo de paz para Gaza ciertamente histórico.

De ahí que, de entrada, la UE no pueda oponerse tajantemente a un encuentro que podría suponer un avance para la paz.

Eso sí, habrá que vigilar qué clase de paz se alcanza, dado que el caso ucraniano no es comparable al del conflicto entre Israel y Palestina.

Y por ello la UE no puede resignarse a que se firme un armisticio que no tome en cuenta ni a Ucrania ni a los países europeos.

La unilateralidad asertiva de Trump debe ser atemperada con una presión de los socios comunitarios que evite que se pliegue directamente a las exigencias del Kremlin, y que le fuerce a seguir encimando a Putin a fin de que el ruso llegue debilitado a la reunión en Budapest.

Porque lo único que podría compensar mínimamente el agravio moral que supone que Putin entre impunemente en la UE es que sirviese para alcanzar un alto el fuego

La UE ya se ha mostrado insignificante en la consecución de la paz en Gaza. No puede serlo también en Ucrania.