ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

Ni hay argumento, ofrenda, súplica, humillación o advertencia capaz de hacer entrar en razón a los separatistas catalanes

ESTÁ visto que no hay golpe, engaño, violencia o chantaje capaz de hacerles aprender la lección. Nuestros gobernantes, sean del color que sean, llegan al despacho de La Moncloa y piden «¡otra de diálogo!» como el «cuñao» especialista en hacer lo propio con las gambas. Durante lustros, sin más que una honrosa salvedad, esa costumbre ignominosa se siguió al pie la letra con la banda terrorista ETA y sus cómplices peneuvistas. Una vez consumada la traición a las víctimas y a la verdad, se pasó a la charla amigable con la nueva vanguardia del separatismo, instalada a la sazón en Cataluña.

José Luis Rodríguez Zapatero, artífice del enjuague bautizado como «paz», abrió la ronda catalana con el compromiso suicida de aceptar el estatuto que viniera del parlamento autonómico. Lo que vino era claramente inconstitucional y como tal hubo de ser recortado por el Tribunal correspondiente, brindando con ello un pretexto impagable al independentismo para redoblar la dosis de victimismo, incrementar la presión en la calle y subir varios escalones el listón de sus exigencias.

Lo sustituyó en el poder Mariano Rajoy, a quien los españoles otorgaron una holgadísima mayoría absoluta para, entre otras cosas, poner definitivamente coto a ese desafío. Vano empeño. Ni con ese respaldo abrumador se atrevió el nuevo presidente a cortar las alas del soberanismo. Iba más con su personalidad y con el dictado de lo políticamente correcto tender manos a quien no dejaba de morderlas y habilitar fondos ilimitados, vía FLA, con el objetivo de financiar los dispendios de una Generalitat embarcada en la promoción de su onírica «república catalana» dentro y fuera de nuestras fronteras. Dicho de otro modo, intentar desesperadamente apaciguar a la fiera, como si la historia no diese pruebas sobradas de lo inútil que resulta siempre semejante conducta indigna.

Ahora llega al despacho Pedro Sánchez, sin ni siquiera pasar por las urnas, y vuelve el cántaro a la fuente. De nada sirve la experiencia de los errores cometidos por sus predecesores en el cargo. Tampoco la evidencia empírica de que no hay argumento, ofrenda, humillación, súplica o advertencia capaz de hacer entrar en razón a quienes han hecho bandera de la reivindicación permanente, no aspiran a nada menos que la secesión y exhiben impúdicamente su supremacismo. Borrón y cuenta nueva con el intento de rebelión que instruyen la Audiencia Nacional y el Supremo. Pelillos a la mar con las injurias proferidas contra el Estado español, su Justicia y sus Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, acusados de cometer las peores felonías. Adiós al 155, a la poquita firmeza empleada en defensa del orden constitucional y a la unidad de los demócratas contra los golpistas. ¡Otra de diálogo! Y a seguir reculando ante ellos hasta que no quede espacio para dar un paso atrás.

Nada nuevo hay bajo el cielo de esta España hoy mayoritariamente socialista, a tenor de unas encuestas que pintan al electorado patrio como la «donna móbile» de Rigoletto, voluble y cambiante al albur de cada última noticia. La Soraya del puño y la rosa, Meritxel Batet, flamante ministra de Política Territorial, retoma el discurso del «diálogo» y ofrece algo tan «original» (e ilegal) como lo que originó esta escalada debida a la «genialidad» de Zapatero: desautorizar al Constitucional y regresar al estatuto que pretendía instaurar un poder judicial catalán independiente. En prenda de buena voluntad, el Ejecutivo del que forma parte devuelve a la Generalitat el pleno control de sus gastos, para que sigan empleando a placer nuestro dinero en robarnos la soberanía. Sea el pago debido por su apoyo en la moción de censura o sea que realmente creen poder cabalgar el tigre, demuestran muy pocos escrúpulos y aún menos inteligencia.