José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Tome Ciudadanos la decisión eutanásica y deje ya de interpretar el penoso concierto de estertores agónicos
Uno de los disparates políticos que están aconteciendo en nuestro país es el intento de refundación de Ciudadanos. Mucho más cuando para llevarla a cabo dos grupos de dirigentes y militantes se han introducido en una reyerta casi tabernaria. El partido que con Albert Rivera rozó la gloria —abril de 2019, con 57 escaños— y con el que se desplomó en el peor de los fracasos —noviembre de 2019, 10 escaños— está ya extinto. Del millón seiscientos mil votantes de los que recibió la confianza en las últimas generales (6,9% de las papeletas), apenas si quedan —tirando por alto— 400.000 o 500.000, de tal manera que su eventual presencia en el Congreso, de lograrla, sería puramente simbólica. Aunque lo más probable es que ni siquiera obtuviera representación, porque ni una sola encuesta le atribuye más del 3% en ninguna circunscripción de las 52 en liza.
Parece que estamos ante la segunda decisión catastrófica de un grupo de amigos enfrentado a otro de enemigos, y a la inversa, unos con Inés Arrimadas y otros con Edmundo Bal que se aporrean a través de lo que el segundo denominó «testaferros». Este absurdo aquelarre reúne a unos pocos miles de militantes que es la indigente masa crítica que aúna ahora Ciudadanos. A sus dirigentes, hoy enfrentados y hasta agosto pasado bien avenidos, no les entra en el caletre que el diagnóstico que se deduce de las urnas no es otro que el de la necesidad de su disolución porque si se presentan por separado a las próximas legislativas drenarán unos cientos de miles de votos que no resucitarán al fallecido partido y volverán a dañar las posibilidades del PP, que debe acaparar todo lo que pueda en su espectro para no depender de Vox o, de hacerlo, de la forma menos condicionante.
El juego debería haber terminado hace tiempo: después de que, en las secuencias electorales autonómicas de esta legislatura, la prescripción popular haya sido la de que se vayan a su casa o se integren en el PP (o en el PSOE), pero que no oficien como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Ni en Galicia, ni en el País Vasco, ni en Madrid, ni en Castilla y León, ni en Andalucía, ni en Cataluña (de 36 a seis escaños) los naranjas han ofrecido una prueba de vida. Las siglas y su evocación nostálgica las han secuestrado los que estos días se enfrentan en unas primarias que —con todo respeto al diccionario y a los actuantes— son estrictamente ridículas porque, lejos de rehacer lo deshecho, destrozarán un final que podía haber sido mínimamente airoso y, sobre todo, más digno.
Vencer democráticamente al PSOE de Sánchez y al archipiélago de grupos que lo sostienen —especialmente, ERC y Bildu, además de Unidas Podemos— tiene su mejor oportunidad en la reducción de opciones electorales en el espectro de la derecha. Ejemplo: los 129.000 votos que obtuvo en Madrid la lista de Ciudadanos el 4 de mayo de 2021, ¿no hubiesen dado la mayoría absoluta al PP de Ayuso? Probablemente, sí. Otro ejemplo: ¿para qué sirvieron los 120.000 votos de Ciudadanos el pasado 19 de junio en Andalucía? Para nada. Fueron votos improductivos. Si Ciudadanos se presenta, su funcionalidad será nula y los daños colaterales de esa tozudez podrían resultar muy graves para la derecha.
No hay en Ciudadanos —habitualmente, no lo hay en las causas perdidas— ningún héroe o heroína de la retirada. Porque el partido que alumbraron los 15 intelectuales del manifiesto de 2005 en Cataluña nació como «una idea poderosa a la que le había llegado su tiempo», en expresión celebérrima de Victor Hugo, y ahora, pasado su momento sin el más mínimo provecho, la España por la que Ciudadanos decía luchar le requiere para que lo que queda de la organización dé un paso atrás y entre en liquidación. Sería catastrófico (como lo fue la decisión de Rivera en 2019) que este grupo de amigos y de enemigos pretenda continuar reptando por la insignificancia, pero, al tiempo, infligiendo un daño electoral que —sin cuantificar— no sería menor para las expectativas de la derecha. Por lo demás, toda la plana mayor del PP ha abierto las puertas a responsables de Ciudadanos que se identifiquen con esa organización para satisfacer su vocación política.
Al final, los que lanzaron iniciativas políticas ilusionantes en los años 2014 y 2015 debieran reconocer que han fracasado; que sus propósitos no han sabido llevarlos a cabo; que el pluripartidismo, que pudo ser una gran oportunidad de regeneración y de reformulación del espectro representativo en España, nos ha conducido a la tesitura en la que ahora estamos, bajo el arbitraje de los que descreen del Estado y lo atacan, de los que desprecian la nación, que es uno de los fundamentos de la Constitución de 1978. Tome así Ciudadanos la decisión eutanásica y deje ya de interpretar el penoso concierto de estertores agónicos.