Otra ponencia de autogobierno

MANUEL MONTERO, EL CORREO 18/04/14

Manuel Montero
Manuel Montero

· Si el PSE manda a su presidente a negociar la ‘Ponencia de Autogobierno II’ pondrá a PNV y Bildu en un brete, como unos nacionalistas de pacotilla.

Se ha formado la ponencia de autogobierno, de la que se esperan grandes nuevas. No es la primera. La hubo en 2002, de nombre ‘Comisión Especial de Autogobierno’, también del Parlamento vasco. La de ahora se llama ‘Ponencia sobre la actualización del autogobierno como expresión de la voluntad política del pueblo vasco’. La denominación conlleva una interpretación doctrinal –sienta de entrada que debe actualizarse el autogobierno por insatisfacción popular o nacional–, pero por lo demás todo indica que estamos ante una reedición de lo que se hizo hace doce años. Como parece haber caído en el olvido, no está de más repasar qué dio aquello de sí.

El recuerdo no servirá para evitar los errores de entonces, pero sí para entender que los que vendrán ahora tienen pedigrí. La política vasca se basa en el eterno retorno.

Lo más raro de la ponencia de 2002 es que después nunca más se acordó nadie de ella, y eso que tuvo una función precisa: justificar parlamentariamente lo que después se llamó ‘Plan Ibarretxe’. La pertinencia (nacionalista) de éste quedó sentada en la ponencia, así como algunos de sus ejes. Sin embargo, después la defensa del plan no apeló al mandato parlamentario. Siguió otras líneas conductoras, en una argumentación lineal sobre las presuntas virtudes del proyecto. Muchos de los slogans los anticipó la ponencia, pero se desgajaron de ella, sin reclamarla como criterio de legitimidad. El olvido posterior de la gesta parlamentaria tiene dos explicaciones posibles: o bien fue porque resultaba obvio su papel secundario, por no decir paripé, sin más objetivo que justificar el siguiente paso; o bien por la radicalización posterior del plan, que fue más allá de lo que sugería el dictamen parlamentario.

Aquella comisión de autogobierno tuvo un aire de parlamentarismo-ficción. Se le dio solemnidad, con serios anuncios de las intervenciones, expectación y declaraciones sesudas. Fueron llamados a declarar notables y expertos, elegidos por los partidos. Acudieron con el ademán responsable que adopta el vasco cuando le dicen que le toca decidir el futuro de unas cuantas generaciones.

Hubo pluralismo, pero no primicias, pues aquí nos conocemos todos y sabemos qué dirá cada cual (en realidad se les seleccionó para que dijeran lo que quería oír el partido). La novedad residió en el empaque argumental. Como llamaron a varios universitarios, los razonamientos tuvieron una elaboración inusual en la vida política vasca, más proclive a las metáforas pedestres –del tipo «hacer cocina», «momento ilusionante» y «antiguas recetas del pasado»– y al irrintzi desafiante. Seguramente el esfuerzo intelectual fue baldío, pues no dejó secuelas: después se siguió con lo de «poner el carro delante de los bueyes» y «la pelota está en el tejado del gobierno» no como recursos retóricos sino como columna vertebral del pensamiento político vasco.

En el paseíllo de opinantes lo importante fue la escenificación de las distintas posturas, que fueron jaleadas por los propios como verdad universal. No fue un espectáculo edificante, pues quedó claro que a cada cual sólo le interesaba el suyo. Se les había llevado para demostrar que las respectivas opiniones tenían respaldos de altura.

Lo más sorprendente de la comisión fue el uso que luego se dio a tanta intervención. Del dictamen se deduce que no hubo un intento de articular argumentaciones, contrastarlas o clasificarlas con criterios democráticos o al menos lógicos. Está cargado de expresiones del tipo «en opinión de muchos comparecientes». En la cantidad de los que colocó cada uno y la cualidad de haber comparecido parecía estar el quid de la cuestión.

Al final, se agruparon «las distintas opiniones» en ¡seis tesis! reunidas por yuxtaposición o al buen tuntún, sin establecer ninguna jerarquización por su enjundia o cercanía a la realidad. Quedaban equiparados política e intelectualmente quienes afirmaban que la Constitución no tuvo voluntad democrática sino que quería dominar (o negar) a la nación vasca y quienes hablaban del Estatuto como lugar de encuentro. Y todas las variantes intermedias que cabe imaginar. En otras palabras, no hubo nada nuevo bajo el sol, aunque sí sorprende la mediocridad de las conclusiones, tras tanto esfuerzo de los comparecientes: lo que natura no da, Salamanca no presta.

Después llegó el volatín, un texto que desarrollaba las posiciones del tripartito y que no se deducía de lo que habían dicho quienes fueron al Parlamento, excepto los propios. Tan nutrida comparecencia sirvió sólo para decir que en el País Vasco hay posiciones diversas y, sin más argumentación ni crítica, colar como centralidad las opiniones rupturistas del Gobierno tripartito. La mezcla de prejuicios, juicios de valor y aspectos más o menos documentados lo convierten en un texto curioso y peregrino, sobre todo porque de la redacción pedantesca se colige que tenía pretensiones de altura.

Y llegaron las resoluciones, de retórica rimbombante que podría resumirse en «debe seguir el Gobierno con el plan del lehendakari». Para tal viaje no hubiesen hecho falta alforjas.

Nada indica que la ‘Ponencia de Autogobierno II’ vaya a ser sustancialmente diferente. Si sale algo no dependerá de lo que digan los llamados sino de los acuerdos a que lleguen los partidos: eso es todo. Pero puede aportar emociones. Si, por ejemplo, el PSE manda a su presidente a negociar el asunto, les pondrá a PNV y Bildu en un brete, como unos flojos moderados, nacionalistas de pacotilla, por no decir españolistas.

MANUEL MONTERO, EL CORREO 18/04/14