Ramón Pérez-Maura-El Debate
  • El ministro cree que el Rey, el jefe de su Casa, Camilo Villarino, y Juan González-Barba, un diplomático que le da sopas con honda, conspiran contra él. Como si no tuvieran otra cosa que hacer

Cada vez es más evidente que Napoleonchu padece de una sensibilidad creciente cuando le tocan los perendengues. Esta semana hemos vivido un capítulo inverosímil con una nueva reacción incomprensible contra el Rey en la persona del embajador Juan González-Barba. Conozco poco a González-Barba. Creo que lo he saludado una vez en mi vida, en un cóctel. Fue brevemente director general de África en el Ministerio de José Manuel García-Margallo. Éste lo destituyó fulminantemente tras un viaje a Túnez en marzo de 2012 en el que al ministro se le ocurrió utilizar un Airbus 310 con 26 periodistas a bordo y doce miembros de tripulación para atender a su séquito y a la prensa. Aquello generó las críticas imaginables a un ministro que llevaba tres meses en el cargo. ¿Qué necesidad había de gastarse 49.800 euros en la gasolina del Airbus cuando en un Falcon 900B el coste del combustible hubieran sido 23.500 euros? Y de los costes añadidos de los invitados del ministro ni digamos. Recordemos además que España corría entonces el riesgo de ser intervenida por los «hombres de negro». ¿Resultado del escandalillo que generó el viaje? Margallo destituyó al director general de África Juan González-Barba.

Hay que reconocer que este diplomático ha tenido bastante mala suerte con los ministros que le han tocado. Tenía una vieja relación con su colega José Manuel Albares antes de que éste se convirtiese en Napoleonchu. Porque desde ahí sólo se puede ir para atrás. Al poco de llegar Albares al Ministerio destituyó a González-Barba como secretario de Estado de Unión Europea y lo mandó de embajador a Croacia, tras interceder por él el exministro Josep Borrell que ha tenido en el rescate de las víctimas de Napoleonchu una de sus más arduas tareas mientras ha sido Alto Comisionado de la Unión Europea.

González-Barba ha durado en Zagreb dos años y siete meses. Cuando hace unos meses se anunció el llamado «embabombo», Croacia no aparecía en la lista. Simplemente porque este año no tocaba. Pero resultó que tenía que tocar.

González-Barba es uno de esos diplomáticos que tienen la manía de escribir en Prensa regularmente. Y él publica en El Confidencial. Yo definiría sus artículos como asépticos. Nada polémicos. De hecho, el pasado 5 de enero leí su artículo «La proyección exterior de la Corona española» y me resultó un tanto anodino. No me contaba nada que no supiese. Una semana después se celebró en Madrid la Conferencia de Embajadores, donde González-Barba participó con normalidad y al día siguiente de volver a Zagreb le llamó el subsecretario para decirle que estaba destituido. Segunda decapitación a manos de Napoleonchu. Realmente lo tiene enfilado.

Lo que se está viviendo en Exteriores es un verdadero régimen de terror. Lo digo porque hace un año o año y medio casi nadie se atrevía a hablar. Ahora no tengo tiempo para atender las llamadas de diplomáticos. Cada año, cuando se renueva los destinos en el exterior, es normal que el ministro ponga unos pocos asteriscos. Es decir, que señale uno pocos puestos, entre cinco y diez, que quedan reservados a quien designe el propio ministro. La última vez Napoleonchu ha puesto más de treinta asteriscos. Y Croacia no era uno de ellos, claro. Pero Napoleonchu cada vez está más convencido de que se le tiene que reconocer como un verdadero Napoleón, sin el diminutivo que le aplican sus compañeros de la carrera. Recordemos que con su espíritu imperial ha tomado posesión del palacio de Viana para uso personal. Muchos ministros han residido en Viana, incluso con sus familias desde que se restaurara en el Ministerio de Castiella. Pero nunca habían excluido el uso del palacio para funciones del Ministerio. Ahora ya sólo es para el señor ministro.

Y ¿qué más hay detrás de la destitución de González-Barba? Lo más relevante de todo. Su imposible relación con la Corona. Ve enemigos en todas partes. Cree que el Rey, el jefe de su Casa, Camilo Villarino y Juan González-Barba, un diplomático que le da sopas con honda, conspiran contra él. Como si no tuvieran otra cosa que hacer. Al final, como me dice un diplomático, «el problema es que es muy incómodo mirar al Rey y su 1,97 de estatura desde la diminuta talla de Napoleonchu». Y esta fuente nunca me falla.