Editorial El Mundo
EL FRACASO de las negociaciones –o sucedáneo de negociaciones– entre el PSOE y Podemos deja a España al borde de otras elecciones generales el próximo 10 de noviembre. Que nuestro país esté abocado a las cuartas elecciones en cuatro años constituiría un fracaso sin precedentes en la democracia española. Ello es fruto, fundamentalmente, del empecinamiento de Sánchez al anteponer sus ambiciones personales al interés general del país. Si en 2016 forzó la quiebra del PSOE tras empeñarse en el no es no a Mariano Rajoy, ahora es también Sánchez quien ha sido incapaz de sumar una mayoría parlamentaria que le permita superar la investidura. Pese a que el resultado del 28-A le permitía mirar a izquierda y derecha para formar gobierno, el líder socialista ha dejado que corra el tiempo de forma tacticista. Nunca quiso la coalición con Podemos, nunca negoció a fondo con Iglesias y nunca tendió la mano a PP y Cs para pactar su abstención con contrapartidas. Al contrario, aprobó el pacto vergonzante de Navarra, fulminando así cualquier posibilidad de acuerdo con el centroderecha.
La incapacidad de todos los partidos para garantizar la gobernabilidad provoca estupor y hartazgo entre la ciudadanía. Sin embargo, resultaría más nocivo para el país la conformación de un Ejecutivo débil y sin apoyos estables que volver otra vez a las urnas. En el pleno de ayer en el Congreso volvió a exhibirse el choque entre Sánchez e Iglesias, y no parece que la apelación de éste a retomar la negociación a la desesperada sirva más que para escenificar otra vuelta de tuerca en la batalla del relato. Pero es el ganador de las elecciones y presidente en funciones el principal responsable del bloqueo que atraviesa nuestro país, cuyas consecuencias económicas son graves. A las señales claras de desaceleración se suma la preocupación de buena parte de la patronal. Según una encuesta del Círculo de Empresarios entre sus socios, ocho de cada diez consideran que los decretazos del Gobierno socialista han erosionado la situación económica. No son solo los nubarrones que se ciernen sobre la economía global lo que amenaza a la española, sino de la demagógica y errática gestión sanchista.
España no se merece otras elecciones, pero tampoco el espectáculo deprimente de dos partidos que han sucumbido a un impúdico mercadeo de puestos. A lo largo de los últimos cuatro meses, Sánchez no ha dado muestras de tener interés en pactar su investidura. Ha preferido dilatar los tiempos, desgastando así el trámite institucional que acarrea la formación de Gobierno. El resultado de esta disparatada estrategia no puede traducirse en la eterna prolongación de una dañina agonía. España necesita retomar cuanto antes la senda de la estabilidad y de las reformas.