Editorial-El Debate
  • Arremeter contra Israel es una excusa para desviar la atención de sus problemas domésticos que solo añade más gasolina al incendio en Gaza

No es casualidad que Sánchez haya elegido el comienzo del curso político para lanzar su enésima cortina de humo, esta vez con Israel y Gaza de excusa: la tregua estival, más autoconcedida que real, no ha frenado los formidables problemas parlamentarios del Gobierno, la acumulación de casos en los juzgados, el desafío irresponsable al resto de poderes del Estado o la patética sumisión a los partidos separatistas.

Todo ello sigue allí, y la declaración de la ‘fontanera’ Leire Díez, la inminente testificación de Begoña Gómez, el sainete de Ábalos y su antigua esposa son solo un adelanto del calvario que le espera a un líder de pega, alicaído, cercado y sometido por sus lamentables aliados. En ese escenario, presentarse como adalid de los derechos humanos en Gaza demuestra sobre todo desesperación doméstica: no tiene otra cosa con la que intentar desviar la atención de su horrible agenda y no se le ocurre nada más para tratar, en vano, de movilizar a los cada vez más exiguos seguidores.

Resulta irresponsable irrumpir en un drama como la guerra en Palestina con medidas que no ayudan en nada a la resolución del conflicto y, todo lo más, se sirven de él para fabricar una imagen propia de consumo interno, con lamentables consecuencias internacionales.

Desde luego en el propio conflicto, al que nada añade un presidente europeo utilizando la terminología de «genocidio» para referirse a Israel, completada con un catálogo de medidas inanes, insuficientes o directamente inútiles con una única consecuencia: reforzar el relato victimista de Hamás y alejar a España de la interlocución con Israel, que ha de ser europea y alejada de maximalismos. Porque las sanciones unilaterales a Netanyahu no solo son ineficaces, viendo la humilde relación comercial entre ambos países, en todo caso favorable a España en términos de tecnología y ciencia; sino que además apuntalan un discurso falso sobre la naturaleza del conflicto.

Porque una cosa es que Europa deba buscar la manera de ayudar a Israel a defenderse en ese horror fundamentalista que busca su desaparición, como la del conjunto de Occidente; sin olvidar los valores que distinguen la civilización de la barbarie; y otra bien distinta que se suscriba la falacia de que Palestina está siendo exterminada por la crueldad intrínseca del pueblo hebreo.

Eso solo auxilia a Irán, auténtico agitador de la paz mundial y patrocinador de todos los grupos terroristas que han hecho de Oriente un infierno en el que, nunca debe olvidarse, Israel ejerce de algún modo de embajada de todos. La mediación con Netanyahu debe hacerse desde la perspectiva de un aliado, no con el ímpetu de un enemigo.

Disfrazar a España con esos ropajes, al margen de la comunidad internacional y con un tono simplemente insultante, delata los planes de Sánchez, que no son otros que intentar cambiar el foco del debate público para que, en lugar de parecer la cúspide de un entramado corrupto y autoritario, emerger como absurdo faro humanitario del mundo.

Que eso lo haga en plena celebración de la Vuelta a España, con el antisemitismo de grupúsculos abertzales o antisistema violentando el evento deportivo, añade otra gota de irresponsabilidad a los trucos de Sánchez, enfrascado en una lamentable huida hacia adelante que lo mismo le lleva a confrontar con el Poder Judicial que a agitar un complejo avispero internacional, en ambos casos con la misma falta de escrúpulos ya conocida.

Los derechos humanos, por último, no se defienden a tiempo parcial: pretender que el mismo presidente que ha ayudado a Maduro a culminar su represión golpista en Venezuela o a Marruecos a apropiarse del Sáhara puede dar lecciones a todos en Gaza es, simplemente, una bellaquería.