Queda mucho por hacer. Queda por socializar la necesidad de la deslegitimación política de ETA. Queda por preguntar cómo ha sido posible que en el seno de la sociedad vasca haya surgido la aberración de ETA; por preguntar por qué ha podido sobrevivir tanto tiempo, dónde han estado durante tanto tiempo no sólo los partidos políticos, sino la sociedad misma.
Y si ETA con cada asesinado coloca un obstáculo más a la libertad de todos los vascos, eso quiere decir que va colocando un obstáculo más a la consecución de su proyecto político. Con cada asesinato, ETA demuestra que su proyecto político es contrario a la libertad de todos los vascos. Ni los medios dejan de influir en los fines que pretenden alcanzar, ni los fines dejan de tener influencia en los medios que se eligen. Lo acaba de poner bien a las claras Arnaldo Otegi en Radio Euskadi(¡): la violencia de ETA es manifestación del conflicto. Quien crea que es posible terminar con la violencia de ETA sin acabar con el conflicto, es un ingenuo. Más claro, agua.
Era sabido que, a pesar de todos los éxitos policiales, a pesar del camino recorrido en la denuncia del terror de ETA por la sociedad vasca, ETA podía volver a atentar. Y lo ha hecho una vez más. Ha asesinado a un policía dedicado a luchar contra el terrorismo, o lo que es lo mismo, a defender la vida y la libertad de todos los ciudadanos vascos. El lehendakari ha dicho que era uno de los nuestros: porque su función era fundamental en un Estado de Derecho, defender la vida y la libertad de los ciudadanos. Y ETA lo ha matado por eso: porque no admite el Estado de Derecho, no porque no admita el Estado español, o el francés, o porque prefiera el ‘Estado’ vasco. No: porque no admite el Estado de Derecho, la sumisión de la soberanía, del sentimiento, de la identidad, de los deseos, al imperio del derecho y de la ley, lo único que garantiza la convivencia en libertad, pudiendo cada uno preservar, de forma limitada, sus sentimientos y sus identidades.
Es el primer asesinato tras las elecciones al Parlamento vasco, y tras la nueva mayoría en ese Parlamento, y tras la elección del nuevo lehendakari. Desde el nacionalismo se trató de deslegitimar las elecciones, la nueva mayoría y el nuevo Gobierno vasco. Las palabras recordadas de Arnaldo Otegi ponen claramente de manifiesto por qué el Estado de Derecho se tiene que defender de opciones políticas como la suya: porque afirma que si no se concede a ETA lo que pide no habrá paz ni libertad en Euskadi, porque pide la sumisión del derecho y la ley a la fuerza del terror, porque pretende consagrar la ley del más fuerte, la ley de la selva, la negación del pluralismo y de la democracia.
No es el meollo de la cuestión, pero quienes hicieron aprobar en las Juntas Generales de Bizkaia la moción para negar la entrada a uniformados en la Casa de Juntas de Gernika pusieron de manifiesto algo más que un símbolo anecdótico, el desconocimiento de que las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad del Estado en una democracia, en un Estado de Derecho, son garantes de libertad, de esa libertad cuyo símbolo es el árbol de Gernika. Al parecer un árbol al que los nacionalistas le quieren cortar algunas ramas.
Todavía no hemos terminado con ETA. Todavía tenemos que seguir defendiendo la libertad contra las amenazas de ETA. Sabemos que la lucha contra ETA sigue siendo compleja. No porque la contraposición de lucha policial y lucha política tenga sentido alguno. No. Sino porque la lucha policial necesita de algunos complementos fundamentales, como son los que se recogen en los términos que, poco a poco y no sin dificultades, van entrando en el discurso público, como es el término de la necesaria deslegitimación política y social de ETA.
Queda mucho por hacer. Queda por explicar qué significa la deslegitimación política de ETA. Queda por socializar la necesidad de esa deslegitimación: que todo el mundo entienda que es necesario plantear la pregunta de si los fines de ETA no quedan hipotecados por los más de ochocientos asesinatos que su búsqueda ha causado. Queda por explicar con claridad que esos ochocientos asesinatos no pueden haber pasado sin consecuencia alguna por el motivo que los provocó, por el proyecto político que los legitimó, por los fines que se convirtieron en causas de esos asesinatos.
Queda por preguntar cómo ha sido posible que en el seno de la sociedad vasca haya surgido la aberración de ETA, por preguntar por qué ha podido sobrevivir tanto tiempo, dónde han estado no sólo los partidos políticos, sino la sociedad misma, durante tanto tiempo. He escuchado estos días al ararteko decir que todos podemos hacer más en la lucha contra ETA. Y lo primero que podemos hacer es evitar que exista ni siquiera la apariencia de la más mínima legitimidad para la existencia de ETA, para su forma de actuar, para sus asesinatos. Ni directa, ni indirecta.
Hay quien piensa, y lo escribe, que los asesinados por ETA son víctimas del conflicto, y que el conflicto es entre Euskadi y España. No. Las víctimas son víctimas de ETA, del terror de ETA, del proyecto político de ETA. Y el conflicto, antes que un conflicto entre Euskadi y España, es un conflicto entre vascos, entre distintas maneras de ver Euskadi, entre distintas maneras de ser vascos. Porque, en definitiva, el conflicto existe entre quienes pretenden que la sociedad vasca sea homogénea, se defina desde la homogeneidad, y quienes piensan, quienes pensamos, que la convivencia debe ser posible sea cual sea la forma de entendernos como vascos que podamos tener unos u otros. Porque más allá de los sentimientos y de las identidades nos une nuestra condición de ciudadanos constituidos en los derechos y en las libertades.
Es el primer asesinato de ETA tras la firma del acuerdo para la investidura del nuevo lehendakari entre el PSE y el PP. Se me antoja que los principios básicos de ese acuerdo contienen las líneas maestras de la lucha contra el terror de ETA: el valor del ciudadano por encima de las identidades y las lenguas, el valor del derecho por encima de los sentimientos de pertenencia, el respeto a las leyes por encima de los gustos, el valor de la cultura constitucional y de la cultura pactista por encima de toda pretensión de homogeneidad. La defensa de todo lo que aborrece ETA: el pacto, el compromiso, la colaboración, la complejidad, el derecho, la sumisión de la soberanía, la territorialidad, la identidad, la cultura, los sentimientos al imperio del derecho y de la ley.
Contamos con una mayoría parlamentaria y con un Gobierno que no sólo entiende la lucha contra el terrorismo de ETA como una de sus tareas, sino que su propio punto de partida es la proclamación de lo mejor de la lucha contra ETA. Contra este nuevo asesinato de ETA, mantengamos la esperanza de que los valores que inspiran el acuerdo de gobierno terminarán siendo los valores de convivencia de la sociedad vasca.
Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 20/6/2009