Otro otoño sin épica

EL MUNDO 12/08/16
JORGE BUSTOS

UN TÓPICO periodístico de mucha fortuna solía advertir de otoños calientes a la vuelta de veranos pachorreros. El articulista en cuestión avizoraba crisis larvadas y estallidos sociales cerniéndose sobre septiembre como la distancia letal, inexorable, que la ciudad interpondrá con el romance de chiringuito. El otoño se convertía así en el cascabel apocalíptico que agitaba otra serpiente de verano. Y la rentrée se pintaba tanto más tremenda cuanto menos noticioso iba resultando agosto.

Este año, sin embargo, uno no está siendo lo suficientemente alarmado por artículos casandristas, quizá porque ya hay bastante noticia con las negociaciones de investidura y bastante alarma con la perspectiva de unas terceras elecciones. Pero es que además el principal agente agitador de los últimos veranos ya no inspira ese terror mediático de ratón en el tobillo de la Castafiore, sino que vegeta como lagarto entre dos pieles. A los chicos del blitz del maíz se les ha agostado finalmente la revolución, cuya expectativa tantas columnas estivales socorría. Ni tienen los votos, ni la cohesión, ni la fiscalidad al corriente como para soñar octubres rojos, aunque sus cachorros menos domesticables apenas disimulan la gana de volver a montar la quechua en Sol si como parece acaban mandando los de siempre, los que se empeña en elegir el pueblo contumaz.

Si eso llega a suceder, será cosa de ver cómo Podemos replica la vieja ley histórica de la escisión entre románticos de barricada y nuevas élites institucionales. Una mitad regresará a la abstención y a la calle, la otra se pesoizará. Nada más incongruente que Cañamero en un escaño y Errejón con una azada. Semejante crisis de identidad los tiene negados para la tarea parlamentaria, y apenas cumplen con las ruedas y canutazos de rigor. Contemplen ustedes el prodigio de la chicharra muda, del populista aburrido, de la antítesis sintetizada por la tesis, del antisistema metabolizado por el sistema, del asalto a los purgatorios de la mera oposición.

En realidad, el retorno de nuestros populistas a su condición politológica, burladero de los comentaristas de la acción de los demás, corona una trayectoria llena de coherencia. A despecho de la misión transformadora que don Karl encomendó a la filosofía, el fuerte de los marxistas siempre fueron los diagnósticos, jamás los tratamientos. Lo que tampoco calculó el filósofo es que sus seguidores acabarían engordando el concepto de fetichismo de la mercancía: el triunfo absoluto del capitalismo convierte la revolución en otro entretenimiento burgués. Iglesias debería sentirse orgulloso de haber colocado su morado en la línea de productos más vendidos de la factoría indie, junto a la camiseta guevariana y la estrellita soviética. El capitalismo es un estómago leviatanesco que traga contracultura y escupe el enésimo bálsamo para conciencias pijas; no por nada Podemos fue la sigla predilecta entre las rentas de 4.500 o más al mes. Ahora bien, camarada: nunca se trató de que mandaras de verdad, no nos volvamos locos. Y no por nada personal, solo negocios: el que hacían las teles con tu discurso pintoresco. El destino más tristemente contraproducente del rojo vocacional. En todo caso, siempre hay tiempo para sacudirse los últimos escrúpulos teóricos y hacerse un Felipe: acabar próspero, venerado y moreno. ¿Terminará la coleta de don Pablo subastada al fin en Sotheby’s, único foro desde el que ella aún podría seguir epatando al burgués?