Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 27/2/12
La difícil digestión para Batasuna de su reconversión a la escena democrática necesita de estaciones intermedias, a las que decidir acompañar de un mensaje específico para cada ocasión y, sobre todo, del manejo controlado de sus propias coordenadas. Así debe entenderse la declaración de Kursaal, que viene a cumplimentar la enésima entrega en este tránsito, a la que han sabido alimentar como es costumbre de un creciente interés mediático y que apenas con un pasito más hacia adelante -«nuestro profundo pesar por el dolor de ETA»- vuelve a situarse en el epicentro político consolidando entre los suyos las nuevas bases ideológicas, pero arrastrando de paso la desazón de quienes mantienen muy alto el listón de la exigencia y alimentando, una vez más, las permanentes dudas de los incrédulos sobre sus sinceras íntimas intenciones.
Con su reflexión, asentada en varias fases sobre una terminología militarista que parecía superada, donde las víctimas vuelven a ser equiparadas, donde ve necesaria una comisión internacional para que el pueblo vasco conozca la verdad de su tragedia terrorista después de más de cuarenta años de sufrimiento y donde el futuro en paz se resuelve, a su juicio, con una nueva configuración jurídica de Euskadi, resulta fácilmente convenir que el punto de partida sobre el que asentar los pilares de la convivencia está aún muy lejos.
Sin embargo, con la misma exigente vara de medir debería afirmarse que la izquierda abertzale sigue haciendo esfuerzos para escenificar, paso a paso es cierto, una actitud que le permita adecuarse a convivir con quienes hasta ahora ha denigrado y señalado con el dedo por pensar diferente, a creer en unas instituciones democráticas que aborrecía y a convivir en un mismo Estado de derecho. A ello está comprometido como razón de ser de su futura existencia. Por eso debería aplicarse un canon de mayor flexibilidad para catalogar su adaptación. Así las cosas, no debería convertirse en una implacable exigencia que Batasuna reclame a a ETA su disolución. Posiblemente no sea competencia suya y, desde luego, nunca la asumirá como propio para así delimitar el único escenario, el político, en el que quiere jugar. Por contra, para la democracia adquiere una mayor importancia que quienes jalonaron a los terroristas y quienes hicieron del sectarismo su bandera admitan que se equivocaron y que ahora están dispuestos a convivir en igualdad entre diferentes. Así sí se puede vivir en paz.
¿Y después del Kursaal, qué? Posiblemente, más de lo mismo. La izquierdaabertzale, conforme a su guión, volverá a decir que ya ha hecho sus deberes, que ya ha atendido, según sus parámetros, el dolor de las víctimas; desde el otro lado se les dirá que todavía es insuficiente. Menos mal que, en realidad, la auténtica intrahistoria de este final de la violencia, por encima de estas escenificaciones, se libra en silencio, en otro escenario con capacidad de decisión. Y ahí, cada paso sí que es decisivo. Más que en el escaparate del Kursaal.
Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 27/2/12