Pedro Chacón-EL CORREO
- El aspirante del PNV representa la modernidad y el de EH Bildu, más de lo mismo
Cuando, después de conocer al candidato del PNV, Arnaldo Otegi habló de cambio de ciclo, lo que no sabía el de Elgoibar era qué significaba de verdad eso que él mismo estaba describiendo. Algunos intuimos entonces que se trataba de algo más, de mucho más que un cambio generacional.
Después del nombramiento de Imanol Pradales Gil, costaba imaginar que se pudiera superar ese listón de sorpresa y novedad. Materialmente imposible, a no ser que EH Bildu hubiera nombrado a un Arkaitz Rodriguez Torres, por ejemplo. No me extrañaría que lo hubieran sopesado, pero en el mejor de los casos habría quedado como repetición o réplica forzada del candidato jeltzale.
El nombramiento de Pradales ha sido un sorpresón tan mayúsculo que ha dejado descolocado a todo el mundo político vasco. Es como si el PNV lo hubiera vuelto a hacer. A mí me da que la designación tiene algo de genial y da al partido una modernidad impensable, al menos en apariencia, por lo que supone de dar la vuelta completa a su propio origen ideológico. Al menos por lo que tiene de atrevimiento, podríamos estar ante una jugada maestra.
Si Imanol Pradales Gil representa la modernidad en la política vasca, Pello Otxandiano Kanpo, en cambio, es más de lo mismo, por más joven que sea (1983) respecto al peneuvista (1975). Es que hasta en el nombre, Pello Otxandiano Kanpo presenta problemas digamos de orden estético que traen consigo, como siempre ocurre, un significado cultural e ideológico. Imanol Pradales Gil es un nombre limpio: Pradales y Gil no hay forma de cambiarlos, ¿para qué? Son lo que son. En cambio, Otxandiano tiene una composición dudosa. La localidad de origen del apellido es Ochandiano, que se cambió a Otxandiano. Pero luego el topónimo, no contentos con cambiar la ‘ch’ por la ‘tx’, se comprimió en Otxandio. Como se ha hecho con otros municipios vascos, a los que se recorta y comprime en euskera, tipo Legutio o Fruiz. Y como además Pello Otxandiano es de Otxandio, queda más evidente aún el artificio. Claro que es más fácil cambiar el nombre a las localidades que a los apellidos. Pero esa falta de sintonía entre la toponimia y la onomástica deja ver una falta general de armonía y de cohesión en un proyecto político nacionalista empeñado en cambiar apellidos y topónimos, con tal de euskerizarlo todo y a toda costa, que llega un punto en que pienso que resulta contraproducente hasta para quienes impulsan ese objetivo.
Es lo que pasa también con el segundo apellido, Kanpo. ¿Por qué no Campo y ya está, si es el original? Kanpo tiene el aval de que lo aceptó Euskaltzaindia en el año 2000, como versión eusquérica de Campo, pero si vas al archivo de actas sacramentales de Euskadi (web Artxibo) no encontrarás ningún Kanpo porque no existió en Euskadi nadie apellidado así al menos hasta 1900; en cambio, con Campo hay 6.000 bautizados, 1.400 matrimonios y 1.800 decesos. Esa es nuestra historia. ¿Por qué taparla o tergiversarla?
La autenticidad de Imanol Pradales Gil, en cambio, no tiene parangón con ningún otro candidato posible. Siendo de Santurtzi y viviendo en Portugalete, puede arramplar con todo el voto de la Margen Izquierda, a la que, si le sumamos la histórica cuenca minera y los municipios del Alto Nervión, todos los que rodean a Bilbao por el oeste y el sur, tenemos una población total de más de 350.000 personas, superior a la del propio Bilbao. Y eso sin contar con municipios como Erandio o Leioa, construidos también con la inmigración llegada de otras partes de España en los años 50 del siglo pasado. Esa tipología humana, la misma de las localidades industrializadas de Gipuzkoa, es la de Imanol Pradales Gil. Ese voto masivo lo va a tener garantizado el candidato del PNV a nada que muestre contención y moderación, que es el perfil que parece que se ha buscado.
El lado evidentemente pragmático de la elección de Imanol Pradales Gil, si les salen bien las cuentas, compensará los sarpullidos que, a buen seguro, habrá levantado en mucho votante clásico del PNV. Pero sobre todo supone una bocanada de aire fresco que nadie se podía ni imaginar. Incluso me sorprende ahora que Patxi López de lehendakari no me produjera, ni de lejos, la misma impresión. Es como si el Patxi, convertido en nombre oficial, le diera un aire impostado, forzado.
Hay un pueblo en la España profunda, en Segovia, en el límite con Burgos, que se llama Pradales. Tiene solo 6 habitantes. Perdió la condición de municipio en 2016 porque otra localidad del mismo término, Carabias, lo superó en población. Es la España vaciada de la que procede toda la emigración que engrosó Madrid, País Vasco y Cataluña en el siglo XX. Que un descendiente de esa emigración llegue a lehendakari por el PNV me parece lo más moderno que cabría imaginar.