Ignacio Camacho-ABC
- Aquel cine de caspa conserva una vigencia inesperada en este paisaje político y sociológico de corrupción chabacana
Las películas de Mariano Ozores resultaban más o menos divertidas cuando podían verse como el reflejo de una España superada. En su época, el despliegue de comicidad rijosa y zafia no hacía tanta gracia a quienes soñaban con un país moderno, culturalmente avanzado y mentalmente limpio de caspa. Lo que nunca imaginó la generación que las vio con la benévola mirada de un retrato costumbrista retrospectivo era su amarga vigencia en medio de una realidad rancia de amantes colocadas, parientes enchufados y políticos sátiros sorprendidos en juergas prostibularias. La muerte del casi centenario actor y director merece una revisión de su extensa obra cinematográfica como versión popular, de brocha gorda pero traza atinada, de la de Berlanga: un esperpento cuyos personajes y situaciones guardan sorprendente y tragicómico parecido con esta actualidad chabacana. Que ya no es la de los años balbuceantes de la Transición sino la de la penosa degradación de la democracia.
Quizá es que esos tipos que encarnaban Landa, Pajares y Esteso, o el Torrente de Segura, nunca desaparecieron de un paisaje sociológico que considerábamos de otro tiempo. Entre los calzoncillos de Roldán, los volquetes de putas de los ‘púnicos’ madrileños, los locales andaluces de alterne pagados con tarjetas oficiales de crédito o los catálogos de ‘escorts’ de Ábalos hay un hilo directo que demuestra la pervivencia de una variante mostrenca del género picaresco encastrada en las instituciones con carácter perpetuo. Bajo el fulgor de la posmodernidad digital y el progreso de la igualdad de géneros sigue latiendo una pulsión castiza de sobornos en especie carnal, derechos de pernada y visitas a locales de luces rojas a cargo de fondos para el empleo. Corruptelas derivadas de una voluntad de desclasamiento a través del poder como medio de acceso fácil al sexo o a un tren de vida de lujo cateto. A los bingueros de hoy les toca el premio del aforamiento.
Hay una corrupción de cuello blanco, de altas esferas en cuyos despachos se tejen y destejen negocios milmillonarios y transacciones bursátiles con avisos privilegiados. Existe otra, concomitante y transversal, la de la malversación presupuestaria y la de los partidos financiados a base de comisiones sobre contratos; y luego una tercera más rústica de billetes en fajos, de mordidas en bolsas de deporte, de chalés alquilados a nombre falso, de canonjías de poca monta concedidas a familiares, ligues ocasionales o correligionarios. Sobre esta última dibujó Ozores sus chuscos cuadros de viajantes libidinosos, esposas cornudas, secretarias destapadas y concejales aficionados a trincar bajo mano. El problema es que cuando las generaciones contemporáneas veíamos películas como ‘Que vienen los socialistas’ en ‘Cine de barrio’ lo hacíamos con la condescendiente, ingenua sonrisa de estar contemplando una parodia del pasado.