ABC 28/04/17
HERMANN TERTSCH
· Busca épica y solo consigue mayor sosiego para Rajoy
PABLO Iglesias se aburre. Está hasta el gorro de hacer el gamberro adolescente como guía en autobuses o en el lanzamiento de soflamas en defensa de la novia más preparada de la izquierda revolucionaria podemita. Ella iba a ser la inspiradora de la épica revolucionaria que fue Margarita Nelken para el abuelo de Pablo. Eso en caso de que hubieran tomado el poder cuando lo esperaban, hace casi dos años. Nos habríamos enterado de lo que es el miedo los fachas y los reaccionarios si llegan a tomar a la primera el BOE, La Moncloa y las armerías del Ministerio del Interior. Pero no pasó y ella ha demostrado ser, en ausencia de violencia revolucionaria, tan profundamente desasistida que ya ha aburrido hasta a las emisoras de radio que más cariño han derrochado por ellos. Eso es como que una abuela se declare aburrida de una nieta. Motivo de un inmenso trastorno de autoestima de la niña. Así ha sido y la novia lleva dos días rasgándose las vestiduras por los patios y plazas virtuales. Ella es capaz de hacer un drama de cualquier cosa. Pero él necesita emociones más fuertes. Lleva suficiente tiempo en la Carrera de San Jerónimo como para saber que el trabajo parlamentario es una lata horrorosa, tediosísima tarea carente de toda épica. Del Parlamento solo le divierte chupar cámara y jugar a quedarse con todas las portadas de prensa del día siguiente, besándole la boca a algún camarada. De seguir sumido en el tedio podía acabar pensando en extravagancias mayores como besarle a algún adversario el trasero o lanzarse a piruetas eróticas diversas. El coro de periodistas jovencitos que hacen con él picnic en las alfombras de la Real Fábrica le aplaudirían eso como cualquier otra cosa. Pero quiere algo con bombo y platillo. No le basta el fácil aplauso de unos periodistas más podemizados que Pedro Sánchez. Ni con los baños de baba almibarada de los socios y amigos de las televisiones, de sus camaradas de LaSexta o los imitadores de LaCuatro. Pablo Iglesias necesita emociones fuertes y acción. Como mi querido Peter Kemp, que se bajaba de las montañas albanesas a los valles a matar alemanes e italianos incluso cuando Londres le pedía que estuviera quieto unas semanas. O mi admirado Milovan Djilas desesperado por combatir a los alemanes pero impedido por sus jefes comunistas, vigente aún el pacto de Stalin con Hitler.
Con ese mismo ánimo del heroico asalto partisano contra el mal absoluto que es, según ellos, el partido más corrupto del universo mundo, se nos puso ayer muy serio y trascendental Pablo Iglesias, reunió a toda la tropa de jefecillos tribales –novia incluida– y nos anunció que una vez más pretende asaltar el cielo. Lo cierto es que el público se va haciendo mayor y eso ya se lo ha oído antes. Las bravuconadas desgastan. Susana Díaz le ha recordado que ya hubo momentos en que se creía vicepresidente y jefe del CNI y le recomendó se quite el bicornio de Napoleón. Pedro Sánchez no le dio el corte de mangas que merece a la nueva burda trampa del partisano. Debía haberlo hecho. Pero a estas alturas no sorprende. Probablemente sabía antes que otros que Iglesias iba a elevar de tono sus gamberradas con una para ayudarle a él a ganar votos en ese tipo de primarias que son la ruina para cualquier partido.
Así las cosas y en la obsesión de secuestrar al PSOE con ayuda de ese personaje atrabiliario que es Sánchez, Iglesias solo habrá conseguido que Mariano Rajoy tenga un poco más de tranquilidad tras estos días agitados. Y le habrá quitado a don Mariano hasta la última tentación de hacer nada.