Vicente Vallés-El Confidencial
- Pablo Casado y Yolanda Díaz corren el riesgo de sufrir una molesta tortícolis en el cuello de tanto mirar por encima de su propio hombro, pendientes de si los suyos todavía están ahí
Un fino, mordaz y algo descreído asesor político americano de principios del siglo XX llamado Bernard Baruch consideraba que «un líder debe mirar hacia atrás para comprobar si los suyos le siguen, porque si no están ahí es que no es su líder». Como Pedro Sánchez está en el poder, tiene a su espalda a todo el PSOE, incluidos aquellos socialistas en los que el presidente nunca ha conseguido despertar un gran frenesí. Pero el paisaje que tienen detrás (y delante) los aspirantes a sustituirle en Moncloa es más agreste.
En estos días, y con la perspectiva de que estamos a dos años de las elecciones (si no se adelantan), Pablo Casado y Yolanda Díaz corren el riesgo de sufrir una molesta tortícolis en el cuello de tanto mirar por encima de su propio hombro, pendientes de si los suyos todavía están ahí. Y quizás estén, pero con más disimulo que entusiasmo.
Casado ya ha desperdiciado sus dos primeras bolas de partido, y solo le queda una más
En España, los métodos de elección del presidente o secretario general de un partido son las primarias, los congresos o los dedazos. Esa es la ‘potestas’. Pero el liderazgo real, la ‘auctoritas’, se adquiere ganando en las urnas. Y, por tradición, las organizaciones políticas solo conceden, como mucho, tres oportunidades de conseguirlo. Tanto Felipe González como Aznar, Rajoy y Pedro Sánchez perdieron dos elecciones antes de alcanzar el poder (solo Zapatero ganó a la primera, aunque la situación extrema y excepcional en la que eso ocurrió es bien conocida). Ninguno hubiera disfrutado de una cuarta opción. Pablo Casado ya ha desperdiciado sus dos primeras bolas de partido, y solo le queda una más. Las próximas elecciones serán su ‘match point’, y eso provoca más nervios de los que son gestionables en política.
Casado se ha sentido en la necesidad de organizar los fastos de una convención en la confianza —errada— de que el liderazgo se gana o se asienta convocando una verbena itinerante, en la que rostros conocidos acuden a rendir pleitesía. Finalmente, ha sido un evento repleto de situaciones pintorescas por absurdas, evitables y tendentes a la autolesión. ¿Era necesario enredarse en declaraciones sobre la conquista de América? ¿Era imprescindible invitar a Sarkozy, ya condenado por corrupción y un día antes de ser condenado por un segundo delito? ¿Era razonable debatir sobre si la gente vota mal? ¿Es buena idea que Francisco Camps protagonice con su presencia la última jornada de la convención (eso es lo que está previsto a la hora de redactar este artículo)? ¿Encontrará Casado algún día la manera de que se hable de él y no de Isabel Díaz Ayuso? Con una convención como esta, ¿qué puede salir mal?
Con todo, Pablo Casado tiene un partido, el PP, mientras que la aspiración de Yolanda Díaz es que Podemos se licúe. “En la alternativa en la que estoy trabajando, los partidos no pueden ser los protagonistas”, ha dicho, sin piedad, la pretendida líder de la extrema izquierda. Pretendida, porque su condición de candidata le ha sido otorgada por ungimiento de la gracia sublime de su antecesor, en un ejercicio muy clarificador de lo que de verdad ha supuesto para España la autodenominada ‘nueva política’. Quien antes lideraba el proyecto para ‘tomar el cielo por asalto’, optó por la designación mediante dedazo. Como fruto de la tendencia autocrática de todo partido populista, en Podemos aprendieron de aquella costumbre del PRI mexicano, en la que un asesor del presidente reunía a los aspirantes para anunciar la decisión. Así ocurrió en 1969, como relata con maestría Jorge G. Castañeda en ‘La herencia’: “Me permito comunicarles que el líder de nuestro partido, después de haber celebrado una auscultación muy completa, ha llegado a la conclusión de que el candidato que reúne las mejores condiciones es Luis Echeverría; y entiendo que ustedes también han llegado a la misma conclusión”.
Ni Pablo Casado ni Yolanda Díaz deberían preocuparse, porque lo que ocurra no dependerá mucho de ellos
Nadie puede asegurar que en Podemos todos hayan llegado a la misma conclusión que su exlíder. Sí ha trascendido que cautiva poco el propósito de ningunear al partido, en un intento de resucitar la fórmula de una candidatura supuestamente providencial, como la de Manuela Carmena, que ya fracasó. Pero Yolanda Díaz advierte de que “como haya ruido me iré”, y que “estoy rodeada de egos”, en referencia a los egos de los demás. Es otro ejemplo de cómo la ‘nueva política’ ha olvidado la democracia desde abajo y aquella fórmula, tan glorificada como naif e ignorada, de los círculos morados.
Pero ni Pablo Casado ni Yolanda Díaz deberían preocuparse, porque lo que ocurra no dependerá mucho de ellos. En España, rara vez gana las elecciones quien está en la oposición. Si hay un cambio es, sobre todo, porque las ha perdido quien está en el poder. Y, cuando los españoles sean llamados a las urnas, lo que se celebrará, en realidad, será un plebiscito sobre Pedro Sánchez y el sanchismo, y no tanto sobre las capacidades de los demás aspirantes.