EL CORREO 23/12/14
JOSU DE MIGUEL BÁRCENA, ABOGADO Y PROFESOR DE DERECHO CONSTITUCIONAL
Por fin Pablo Iglesias llegó a Barcelona. Todos esperábamos impacientes su intervención como nuevo secretario general de Podemos, con la esperanza de que por fin aclarase cuál era la posición del partido con respecto a la secesión de Cataluña. Los principales interesados en escuchar al profesor de la Complutense eran Mas y Junqueras, que ven cómo Podemos sigue creciendo en las encuestas y puede convertirse en un actor importante a la hora de respaldar o enfriar el proceso secesionista en el que estamos inmersos.
Como era de esperar, Iglesias no dijo nada relevante en Barcelona. Simplemente ganó tiempo, que es a lo que se dedicará de aquí a las elecciones generales. Se mostró favorable al derecho a decidir, pero no como instrumento independentista, sino como proceso de radicalidad constituyente. Dijo que España es un país de países, aunque encajó esta idea en el viejo concepto de nacionalidades culturales, que por cierto ya está reconocido en la Constitución española. Por último, señaló que no quiere que Cataluña se vaya porque no le gusta levantar fronteras, pero que la casta española había insultado a los catalanes. En resumen, trató de repartir peces y panes en todos los espectros, aunque con su imprecisión ha logrado poner más nerviosos a los que prometieron que al término de 2014 Cataluña sería un nuevo Estado de Europa.
Para entender la indeterminación de Podemos con respecto a la cuestión nacional en España u otros temas, hay que analizar su discurso en el contexto de sus propios fines, intereses y dinámicas de funcionamiento. La formación que ya dirige Pablo Iglesias no es un partido político al uso que pretenda acceder al poder ocupando las instituciones que articulan la democracia representativa. Por el contrario, Podemos quiere encarnar el poder, es un movimiento social que aspira a integrar en su seno al pluralismo político, no representarlo. En otras palabras, la razón de que ni Iglesias ni ninguno de los dirigentes del nuevo partido tengan una opinión definida sobre el pago de la deuda, la renta básica o la secesión de Cataluña, no es que no haya habido tiempo para preparar un programa, sino que entienden que Podemos se tiene que convertir en el ámbito hegemónico donde se desarrollen todos los debates que interesan a la sociedad española.
Nada expresa mejor esta intención de suplantar el circuito institucional que da sentido al partidismo en nuestro país que las repetidas palabras de la coordinadora de la Secretaría de Plurinacionalidad de Podemos, Gemma Ubasart, en las que se mezclan la neutralidad ideológica y la lógica deliberativa, como si la formación cumpliera la función garantista que le corresponde a la propia Constitución: «No somos independentistas, ni federalistas, ni unionistas … somos demócratas». Ubasart, de conocida tendencia soberanista, ha sido designada por Iglesias para competir por el liderazgo del partido en Cataluña, donde existe un círculo muy activo y bien articulado, llamado Podemos Unidos, que además de disputar dicho liderazgo ha enhebrado un discurso coherente donde denuncia la convergencia de intereses nacionalistas y capitalistas y la dificultad lógica de ser de izquierdas e independentista, todo un hallazgo en la política española y catalana de las últimas décadas.
Al margen de esta cuestión, la irrupción de Podemos coincide con una pérdida de apoyos del independentismo, según las últimas encuestas del Centro de Estudios de Opinión catalán. El 9-N supuso sin duda el ciclo alto de la movilización independentista. La euforia de los primeros momentos ha dado paso a una cierta depresión política, con una Generalitat incapaz de hacer frente a las necesidades financieras más inminentes y con un Parlament polarizado que hace muy difícil la aprobación de unos presupuestos para 2015. Este escenario deja a Mas dos opciones: convocar elecciones antes de las municipales de mayo próximo, bien con la lista única o con el modelo de ‘lista paraguas’ que le ha propuesto Junqueras, o esperar a que el panorama político español se despeje de aquí a 2016, momento en el que podrá comprobarse si el efecto Podemos tiene una dimensión desestabilizadora del sistema constitucional español en su conjunto, que otorgue oportunidades al independentismo para lograr sus objetivos.
Sea como fuere, es importante recordar que Iglesias y Mas representan la cara de la misma moneda: ambos pretenden conducir un movimiento político alimentado por la crisis, de rasgos mesiánicos, cuyo principal atractivo es la promesa de crear una sociedad nueva al margen de la influencia de la España castiza y corrupta. Se entiende, desde este punto de vista, que los más acendrados independentistas hayan recibido con desconfianza al líder de Podemos en Barcelona. Existe un espacio electoral en competencia entre el nacionalismo periférico y Podemos, como ya se advierte en Navarra y probablemente ocurrirá en Euskadi. Sin embargo, ese espacio no es tan amplio como el que se juega con respecto al PP y PSOE en el resto de España, lo que también explica la ambigüedad de la formación con el tema territorial. Pero dicha ambigüedad únicamente sirve para reforzar el marco mental nacionalista, que históricamente ha logrado expulsar del debate político el eje izquierda-derecha en favor del identitario. Solo desde esta premisa ideológica distorsionada, pudo decir el portavoz Homs que discutir sobre recortes sociales constituía un factor de españolización de la vida política catalana.