ESTEFANIA MOLINA-EL CONFIDENCIAL
- La hiperactividad de Iglesias se empieza a ir de madre por la imagen escorada que proyecta del Gobierno, y síntoma de ello es que Sánchez ha dado dos entrevistas en una semana
Y es que una cosa es el poder real, que tiene Sánchez, y otra cosa el poder del relato, que tiene Iglesias —como avisé hace semanas—. El presidente es ahí el que manda, y el que decide en última instancia qué se hace. Por eso, a Sánchez le convino probablemente asestar un golpe a Ciudadanos, dando cuartelillo a Podemos para que abrazaran juntos al bloque plurinacional para los presupuestos. Los independentistas garantizan cuotas de poder en el Congreso, en Cataluña, en Euskadi… mientras que el destino del partido naranja es incierto, e Inés Arrimadas no ha dado a la izquierda ni la caída de Isabel Díaz Ayuso en Madrid.
Sin embargo, ese alejamiento respecto a Ciudadanos es perjudicial para Sánchez porque entronca con la estrategia que ha lanzado el Partido Popular en los últimos tiempos. Anda Pablo Casado llamando al votante socialdemócrata —a algunos les puede parecer una ‘boutade’— pero el fondo del asunto pivota sobre la percepción de escoramiento del Gobierno. Como conté aquí, partir peras con la línea de Vox y aprovechar el abrazo entre el Gobierno y sus socios (Bildu, ERC…) deja a Casado un espacio en el medio para presentarse como alternativa ante el votante moderado, o inquieto con todo este contexto.
A fin de cuentas, existe una tensión entre las cuotas de poder y los votos. De un lado, se puede creer que en el actual tablero polarizado el objetivo debería ser hacer políticas que retengan votos en el propio bloque —con independencia de qué partidos se los lleve—. Por ejemplo, si Sánchez indultara a los independentistas, ERC sería más fuerte, o Iglesias se colgaría una medalla, tal que el cómputo total del bloque seguiría dando la victoria a las izquierdas y sus aliados. Distinto es el lugar en el que dejaría eso a los socialistas. Sánchez ha pecado hasta ahora de fiarlo todo a las cuotas de poder y al apoyo de los aliados, en vez de pensar en el conjunto del mosaico.
Por eso, la otra cara de la moneda es que la estrategia polarizante deja margen a pocos matices de salvación para el PSOE. Si la economía se hunde, y el votante de izquierdas se desmoviliza, entonces el bloque se desplomaría por entero. Sánchez podría haberse ido dejando por el camino a los votantes más moderados. Es más, si la economía se hunde, los primeros en saltar del barco serían quizás ERC y Bildu, que culparían al gobierno para defenderse ante sus electores. Hasta Podemos también se revolvería muy probablemente contra el PSOE.
Eso es así, porque la coalición izquierda más plurinacional tiene fecha. Funcionará mientras el contexto socioeconómico sea favorable, pero una mayoría saltará del barco cuando no lo sea. La prueba de fuego, la recuperación poscovid, que quizás marcará si Sánchez agota la legislatura o decide convocar a la mínima que haya una mejoría.
Precisamente, el PSOE no parece ver venir la maniobra que ha ido tejiendo el vicepresidente segundo, sobre garantizarse un mínimo desgaste. Iglesias ha lanzado en este tiempo varios mensajes a sus bases presentándose como el único garante de defender la «república» —frente a la izquierda monárquica—; como las esencias «puras de la izquierda» —obligando al PSOE a retractarse con los desahucios—; y de ser la argamasa de los plurinacionales —para atar corto a los socialistas frente a Cs—. No sería lo mismo mantener sus 35 escaños que quedarse en 20.
De hecho, Iglesias ha ganado con ello una carta valiosa con la que el PSOE se va a tener que enfrentar, tarde o temprano. Esa es que los socios independentistas comparten con Podemos dos cuestiones esenciales, a los que el Sánchez no puede sumarse: el rechazo a la Monarquía y un historial de impugnación a algunas decisiones judiciales. Se avecina un tira y afloja por la batalla del relato.
Acaso no es curioso que el líder de Podemos pidiera la semana pasada incluir a ERC y a Bildu en la renovación del Consejo General del Poder Judicial. La realidad es que lo más probable es que la renovación salga después de las elecciones catalanas con el Partido Popular —única suma posible—. Sin embargo, Iglesias ya tendrá cómo confrontarle a Sánchez: ustedes piden que esté la derecha, y nosotros, los plurinacionales —para más daño de socialistas y populares—.
Lo mismo con la Monarquía. La «República plurinacional» de Podemos es el nuevo constructo con que dañar al PSOE entre el electorado joven. Incluso, el recurso populista que les queda, después de haber perdido todo crédito con el tema de las «élites» y la «casta». La «república» como el punto de fuga utópico a todos los males de un ciudadano precarizado y golpeado por la crisis. Las informaciones del Emérito colocan así los morados en una coyuntura cómoda, y más aún, si Sánchez intentara legislar alguna suerte de Ley de la Corona, que debería cursar con el apoyo del PP.
En ambos casos, quizás el presidente cree que la defensa de la judicatura y la Corona, cuestiones institucionales, son los elementos que necesita para centrarse frente a Podemos. Es decir, para demostrar ante la ciudadanía que el Gobierno no está escorado y, todo ello, a costa de acercarse al PP. De hecho, se habla estos días sobre qué actitud tomará Sánchez tras aprobar los presupuestos, sobre si limitará a su vicepresidente. Es probable que se vean gestos en esa línea centrada. Aunque si algo demuestra la hemeroteca es la capacidad de los morados de ser gobierno y oposición al mismo tiempo. Y es que Sánchez tiene el poder real, pero Iglesias le lleva al límite con el relato.