- Las leyes estrella de la legislatura son para Podemos la de libertad sexual y la trans, que se aprueba hoy rechazada por las mujeres del PSOE y que ha sido una de las causas de la dimisión de la escocesa Nicola Sturgeon
El Gobierno, en claro proceso de deterioro, aprobó el martes el salario mínimo interprofesional (1.080 euros), sin el acuerdo de los empresarios, que atraviesan también por una etapa de contradicciones tan obvias que les resta autoridad moral para según qué discursos. Pedro Sánchez —y todos los entornos que lo arropan— va a tratar de sepultar en sus discursos e intervenciones el fracaso de la ley del solo sí es sí y el escándalo de la reforma penal a los líderes separatistas y abundar en las políticas sociales, aunque, y ya lo saben en la Moncloa y en Ferraz, las estadísticas de presos beneficiados por los efectos retroactivos de la ley de libertad sexual tengan una mayor capacidad de impacto en la opinión pública.
Además, en dos o tres meses podrían comenzar las vistas orales de una veintena de actores secundarios en el golpe de 2017 en Cataluña, a los que se les aplicará la misma malversación agravada que a sus mayores. La desinflamación catalana podría, así, revertir el nuevo clima que el Gobierno se atribuye haber logrado. Naturalmente, si son condenados, reclamarán el indulto, porque si los que mandaban se han beneficiado del perdón les avalaría el principio de igualdad. Quizá cuando las resoluciones judiciales sean firmes, el Consejo de Ministros no lo presida Sánchez. O sí.
Es muy verosímil que la ley estrella de Unidas Podemos, la del solo sí es sí (también lo es la trans, que se aprueba hoy), tenga que reformarse con los votos del PP porque, siendo esta la peor hipótesis para Sánchez, es la mejor para Iglesias, que sigue ejerciendo el liderazgo en Podemos mediante la redacción del guion que luego interpretan con convicción tanto Montero como Belarra. El auténtico líder de Podemos, el que dejó la vicepresidencia, el escaño y la posición orgánica en su partido, se ha convertido en el deus ex machina en esta representación hostil y enquistada. Y los dioses habitan en los cielos.
Hay que tomar nota de la dimisión de Nicola Sturgeon, ministra principal de Escocia, a la que Londres vetó una ley trans del corte de la española que hoy se aprueba y que es una desautorización en toda regla de los criterios del feminismo del PSOE, como demostró la ruptura de la disciplina de voto en el Congreso por Carmen Calvo, que se abstuvo de respaldar el texto. A la exvicepresidenta se le han impuesto 600 euros de sanción. La verdad es que los socialistas están tragando. A los que Sánchez impide, incluso, votar a favor de conceder la nacionalidad española a los saharauis para no molestar a Mohamed VI.
Los morados se han instalado, con la negativa a alterar los términos de la ley del solo sí es sí, en la épica de la resistencia que siempre les ha funcionado. Esa ley y la que garantiza la transexualidad con una holgura temeraria son las dos grandes apuestas legislativas de Podemos en la coalición de gobierno. En su tramitación, los morados están demostrando al presidente del Gobierno que ellos fueron —bajo la dirección de Pablo Iglesias— el aglutinante de la mayoría de la investidura y, para acreditarlo, ERC y Bildu tampoco aprobarán la reforma de la ley de libertad sexual si no lo hace Unidas Podemos. Republicanos y abertzales han apoyado a Sánchez porque Iglesias los incorporó a la “dirección estratégica del Estado”. Con el PSOE, el vínculo es de interés; con Podemos, es de fraternidad ideológica y plena coincidencia estratégica.
La cuestión es si el secretario general socialista se ha enterado o no de que estas y no otras eran las reglas del juego que el fundador de Podemos está imponiendo desde bambalinas. Iglesias despliega sus mejores cualidades agitadoras fuera del perímetro institucional. Ya ha repetido que estar “en el Gobierno no es tener el poder”. Una conclusión coherente con una concepción renuente a institucionalizar su organización.
Por otra parte, tanto Belarra como Montero y sus colaboradoras —algunas de ellas tan combativas o más que las dos ministras— han comenzado un hilo argumental en el que se parapetan para negarse a alterar la ley de libertad sexual según la propuesta socialista: el feminismo no punitivo. Primero atribuyeron a los jueces una aplicación sesgada, por machista, de los beneficios retroactivos de la ley, luego, ante la evidencia de que tanto la judicatura progresista como la conservadora mantenían el mismo criterio de aplicación, han optado por negar que la nueva norma pretenda remediar los delitos sexuales mediante la disuasión con una mayor dureza en las sanciones penales. Y añaden: la discrepancia con el PSOE no es de técnica jurídica, es de carácter político.
Concurren circunstancias muy erosionantes para el PSOE: por una parte, el goteo de excarcelaciones y rebaja de condenas a delincuentes sexuales; por otra, la resistencia de Unidas Podemos a alterar los términos de la ley. Y ya se perfila una tercera, verdaderamente corrosiva: esta ley es la ley Sánchez, no la ley Montero. El lunes pasado, en un artículo rotundo en El País, Juan Luis Cebrián atribuía —con razón— la responsabilidad de la norma al presidente del Gobierno (“Qué no entiende el presidente del solo sí es sí”).
Y como los efectos retroactivos beneficiosos para los reos de delitos sexuales van a producirse durante muchos meses, incluso años, el secretario general del PSOE quizá no tenga más remedio que adoptar decisiones expeditivas, no de ruptura de la coalición (“El que rompe pierde”, según Juan Carlos Monedero) pero, quizá sí, de remodelación de la parte del Consejo de Ministros sobre la que tiene autoridad. Por lo demás, la segunda víctima política de esta coyuntura está siendo, sin duda, una Yolanda Díaz cada vez más difuminada y que carece de discurso. Repite “acuerdo, acuerdo, acuerdo” con la coletilla de “discreción, discreción, discreción”. O sea, no dice nada de nada. En definitiva, que siempre tuvo razón Pedro Sánchez: con Podemos en el Consejo de Ministros padecería insomnio. Efectivamente.