IGNACIO VARELA-EL CONFIDENCIAL
- El debate político en España ha experimentado una regresión histórica de muchas décadas, situándose, como poco, en el periodo predemocrático
«De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España,
porque termina mal»
Jaime Gil de Biedma, 1962
De la mano del que se aclama como el Gobierno más progresista que vieron los tiempos, el debate político en España ha experimentado una regresión histórica de muchas décadas, situándose, como poco, en el periodo predemocrático; y en muchas ocasiones, en el temario, vocabulario y categorías de los años treinta. El principal agente de esa galopada hacia el pasado ha sido Pablo Iglesias, aunque últimamente disfruta de la rivalidad emulativa de Santiago Abascal; y ambos, del acompañamiento cómplice de Sánchez y Casado.
Los españoles se pasaron casi 200 años discutiendo entre sí sobre los mismos temas, de modo obsesivo y con frecuencia violento. La noción misma de España, su ser y su alma, la aparente imposibilidad de cohonestar la nación con su propia diversidad, el choque irreductible entre las pulsiones centrípetas y las centrífugas. La forma de gobierno, monarquía o república, siempre planteada en términos arcaicamente esencialistas, como si no hubiera existido la Revolución francesa (o como si en el mundo actual no hubiera monarquías impecablemente democráticas y repúblicas odiosamente tiránicas y corruptas). El papel de los curas y de los militares condicionando el poder político, cuando no suplantándolo para ejercerlo directamente. El golpismo como forma más habitual de alternancia en el poder.
Esas cuestiones atravesaron toda la historia de España desde las Cortes de Cádiz hasta el final de la dictadura de Franco. Mientras tanto, España acumuló decenios de decadencia, atraso histórico y odios fratricidas, y perdió sistemáticamente todos los trenes de la modernidad.
La transición que desembocó en la Constitución de 1978 fue el primer intento exitoso de superar aquella doble brecha que enfrentó fatalmente a los españoles entre sí y divorció a España de la contemporaneidad. Su primer gran fruto, tras la conquista de la libertad, fue la entrada en las entonces llamadas comunidades europeas. A partir de ahí, se inició una progresión vertiginosa en busca del tiempo perdido. El país se transformó por completo, se conectó con el mundo circundante y se comenzó a pensar y hablar de los mismos problemas que al otro lado de los Pirineos. Objetivamente, hay muchas más diferencias entre la España de hoy y la de 1975 que entre esta y la de 1808. Sin embargo, los actuales dirigentes políticos se han empeñado en devolvernos a los demonios del poema de Gil de Biedma.
Seis años desde su irrupción política son suficientes para concluir que la principal aportación de Pablo Iglesias a nuestra vida pública ha sido retrotraer el debate a 50 años atrás, resucitar los antagonismos que creímos superados y atizar todos los rescoldos del pasado para avivar los fuegos de la discordia. Su discurso es retrógrado, su pensamiento tan rancio como el lenguaje que utiliza, y su temario predilecto, una colección de antiguallas ideológicas. Lo grave es que ahora lo formula desde el Gobierno, en medio de una crisis pavorosa y arrastrando en esa deriva reaccionaria al partido que más hizo por la modernización de España.
He repasado los últimos 50 tuits del vicepresidente del Gobierno, tuitero compulsivo. He aquí los asuntos más tratados: en primer lugar, con gran diferencia, todo lo que tiene que ver con la revisión sectaria de la historia, algo que parece obsesionar al líder populista. La Guerra Civil, la represión franquista, el PCE, todos los espectros de la izquierda vieja se dan cita una y otra vez en sus mensajes. Se diría que Iglesias —nacido precisamente en el 78— trata desesperadamente de ganar la guerra en la que no combatió, derrotar a la dictadura que no padeció y protagonizar el pasado que no vivió. Lo que este comportamiento tenga de clínicamente patológico no es de mi negociado; sí lo es la muy perniciosa patología política que reintroduce en el peor lugar y momento posibles: la España de la pandemia, la depresión económica y social y el sanchismo rampante en el poder.
El segundo tema más frecuente de la antología tuitera de Iglesias es la impugnación de una imaginaria monarquía absolutista
El segundo tema más frecuente de la antología tuitera de Iglesias es, claro, la impugnación de una imaginaria monarquía absolutista, con Felipe VI trasmutado en Fernando VII, y el “horizonte republicano” como la nueva tierra prometida para el pueblo oprimido… por la oposición.
El tercero es el ataque a una derecha “proveniente del franquismo” que, según él, patrocina una “operación judicial, militar y mediática” para derrocar al glorioso Gobierno Progresista sin pasar por las urnas (no dice nada del triunfal asalto monclovita a la cúpula del principal grupo mediático, con la ayuda sumisa del empresario más poderoso del país).
El cuarto, la exaltación de los nacionalismos disgregadores y la subida a los altares de todas las esquerras y bildus que pueblan la coalición oficialista. Y el quinto, la peregrina idea según la cual nada hay tan productivo como una batalla campal permanente en el interior del Gobierno. La exaltación del conflicto como fuente necesaria de las soluciones, una idea de fondo que Iglesias comparte con teóricos de muy diversos pelajes totalitarios. Sus declaraciones en los medios amigos (los otros no los frecuenta) y sus abundantes textos confirman el perfil.
En los 50 mensajes firmados por él, solo hay una mención lateral a la pandemia. No aparece la palabra Europa. No existen propuestas sociales
Por contraste, señalaré lo que no forma parte de su activismo tuitero. En los 50 mensajes firmados por él, solo hay una mención lateral a la pandemia. No aparece la palabra Europa. No existen propuestas sociales del supuesto vicepresidente social, salvo el fatuo autofestejo por la interdicción de los desahucios. Nada sobre el cambio climático, el suicidio demográfico, la digitalización, la innovación científica y tecnológica o las nuevas amenazas a la seguridad global (esos temas tan raros de los que se empeñan en hablar políticos caducados como Felipe González). Para el eximio líder de la nueva política y de la izquierda verdadera, el pasado es un refugio, el presente una bicoca y el futuro un arcano.
Lo peor del asunto es que la regresión del debate político impulsada por Iglesias y secundada por Abascal ha demostrado ser fuertemente contagiosa, y ya es difícil encontrar un dirigente que no se exprese en términos más próximos a la España de nuestros abuelos que a la de nuestros hijos. Sospecho, por ejemplo, que a estos se la sopla lo que diga o deje de decir el Rey sobre su padre en el mensaje de Nochebuena, y preferirían que alguien les ofreciera un horizonte con empleo que uno republicano.