EL MUNDO 22/12/14
EDITORIAL
ANTE un auditorio rendido a su liderazgo, el secretario general de Podemos inició ayer su gira por Cataluña con un discurso cargado de ambigüedades que, si bien contentó a su público indignado, defraudó a quienes esperan de él propuestas políticas concretas. Pablo Iglesias, haciendo de la demagogia un arte de la elusión, decidió mantenerse en la indefinición y seguir capitalizando el voto de descontento de gran parte de la ciudadanía. Es su principal estrategia.
Iglesias no habló de ideologías –sólo de ricos y pobres, de banqueros y mineros, de los de arriba y de los de abajo– aunque intentó patrimonializar a una figura tan vinculada al comunismo como Vázquez Montalbán, al que atribuyó la paternidad espiritual de Podemos. Y guardó también una bala retórica para las CUP, organización con la que se disputa en Cataluña el favor del mismo electorado y a cuyo líder, David Fernández, acusó de «abrazar» la causa de Artur Mas.
Porque a eso ha ido Iglesias a Barcelona, a encontrar su encaje político entre las formaciones antisistema, bien organizadas en toda la región, y un independentismo de izquierdas al que quiere seducir sin ofrecer promesas. De ahí que en el acto estuviesen líderes como Jaume Asens (Guanyem) junto a representantes nacionales de ERC, como Joan Tardà, figuras emblemáticas e históricas del PSC, como Pasqual Maragall y miembros de ICV.
De su intervención se esperaba una posición clara sobre el proceso soberanista. Sin embargo, Iglesias jugó retóricamente con el concepto de soberanía y dijo no querer que «Cataluña se vaya». Pero justificó el independentismo en el «insulto» que supone para los catalanes que la «casta» no acepte que España es un «país de naciones». Finalmente, reivindicó el derecho a decidir, pero no sobre la organización territorial del Estado, sino principalmente sobre la economía, anteponiendo la articulación de un proceso constituyente en todo el país a la celebración de un referéndum por la independencia. Ni una sola mención a la consulta del 9-N. La secretaria de Plurinacionalidad del partido, Gemma Ubasart, que intervino antes que él, hizo similares equilibrios retóricos: Podemos no es ni «independentista» ni «unionista», sentenció. Para matizar luego: «Somos demócratas» y el futuro que queremos para Cataluña es que «los catalanes decidan».
En lo que no dudó Pablo Iglesias fue en su insistente discurso contra la «casta», los banqueros y los políticos «traidores a su pueblo» y a «su patria». Y como ya es habitual en sus intervenciones, arremetió contra los profesionales de los medios de comunicación. De forma insultante leyó unos cuantos «titulares» al inicio del mitin. Luego, siempre con los brazos en jarras, en actitud desafiante, hizo un llamamiento a los catalanes para que acudan a Madrid el próximo 31 de enero. Porque el objetivo de esa movilización, de la que resaltó su carácter estrictamente político, es convertir el acto en una «marcha histórica» que sirva para evaluar la fuerza real que hay detrás del partido y advertir a la clase política de que «su tiempo se ha acabado» y que «no hay vuelta atrás». Podemos pretende que el día 31 comience su ansiado proceso constituyente de facto, sacando a la gente a la calle como forma de advertir que están dispuestos a todo.
Una vez más, Pablo Iglesias jugó la carta de la ambigüedad, evitando así mostrarse como una alternativa seria y responsable de gobierno. Repitiendo consignas y eslóganes que buscan el aplauso fácil corre el riesgo de dilapidar las esperanzas que muchos ciudadanos han depositado en él. No basta con criticar las deficiencias del sistema, hay que proponer soluciones concretas que sean viables y eficaces. Pero parece que está más empeñado en destruir que en ser constructivo.