Miquel Angel Aguilar-Vozpópuli

  • Cuando el centro político, la racionalidad discursiva, el ánimo de concordia predominan es cuando se impone la convicción de que es en el centro político donde a todos conviene que se celebre la pugna de los partidos

Serrat decía que sus amigos eran unos atorrantes y recordaba a su santa madre que le decía «cuídate mucho, Juanito, de las malas compañías». Estas liaisons dangereuses, están llenas de estímulos desconcertantes que a unos encanallan y a otros ennoblecen. Porque, una vez más, se comprueba cómo de las mismas causas no siempre, ni en todos los casos, se siguen los mismos efectos. También estamos advertidos de la conveniencia de proceder con la máxima diligencia en la elección de los enemigos cuidando de averiguar que sean de primera categoría, de que estén a la altura debida, no fuera a ser que, al atribuirles esa condición, resultaran enaltecidos, quedando nosotros denigrados.

En el proceso de degradación del ambiente político que se observa en España pueden señalarse tres fases. La primera es la de la polarización mental inadvertida; la segunda, es la de buscar amparo en la coincidencia que se desliza hacia el sesgo cognitivo del sectarismo; la tercera es la del desencadenamiento del antagonismo, de la discordia cainita. Pudo haber alguna vez una patología del consenso, pero en la que ahora estamos es en la de la bronca incesante del bloquismo.

Es sabido que los partidos, cuando carecen de mayoría parlamentaria, recurren para gobernar a coaligarse con los afines que más les acerquen a la mitad más uno y si aun así precisaran sumar apoyos adicionales desde fuera del Gobierno salen a los caminos para añadir invitados al banquete de bodas con el poder. Los primeros ensayos son de aritmética variable, pero terminan haciendo camino al andar y del roce viene el cariño. (Ni Joan Tardá, cuando entonces, ni, ahora, Gabriel Rufián son los mismos después de los años pasados y de las compañías frecuentadas en Madrid).

Cuando el centro político, la racionalidad discursiva, el ánimo de concordia predominan, cuando se impone la convicción de que es en el centro político donde a todos conviene que se celebre la pugna de los partidos, cuando los maximalismos sólo ofrecen oportunidades de saborear derrotas, cuando todos coinciden en que la victoria será para quien logre despertar esperanzas sin suscitar sospechas, entonces fuimos capaces de sacar de nosotros nuestro mejor yo, como quería el poeta. Por ahí discurrieron los años de Adolfo Suárez o de Felipe González, cuyos gobiernos sobre todos los del primero se esforzaron en inducir un comportamiento atemperado de la oposición.

Vinieron luego los Aznares, Zapateros y Rajoyes, cuyas apuestas fueron siempre las de radicalizar al máximo a la oposición, ya fuera de color socialista o popular. Aznar quiso hacer de ZP, que se estrenaba como Bambi, un líder pancartista. A su vez Zapatero se mostraba entusiasmado con un partido popular echado al monte y en los carteles de sus campañas utilizaba en provecho propio los excesos de sus adversarios, recordemos aquellos lemas de ¿Dudas?, escucha la COPE. Mariano Rajoy el registrador negó el pan y la sal sin dar ni agua al mejor líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, hasta que sobrevino el “no es no” de Pedro Sánchez.

Ahí está, en Moncloa, viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá que cantaba Ana Belén. A quienes le impugnan, responde puesto en jarras que España no se rompe ni está gobernada por el contubernio judeo masónico bolchevique bolivariano que algunos denuncian. Para eso se basta él frente a todos. Sin más ayuda que la de Adriana Lastra. Que haya hecho pandi con populistas y otros que se declaran comunistas, independentistas o lo que sea, y a mucha honra, no altera la ecuación.

Entonces quienes siguen de cerca la jugada y repudian ese proceder, se apresuran a disculpar a Sánchez aduciendo que se ha visto obligado a esas alianzas y comportamientos por el cerrilismo invencible de la derecha excesiva y corrupta y cifran su esperanza en que una vez aprobados los Presupuestos surgirá otro Pedro Sánchez, el del insomnio compartido, que se desembarazará de su coaligado Pablo Manuel Iglesias. Craso error de pronóstico.

Ahora tendremos más de lo mismo y en mayores dosis. Porque de vice, que fue en los inicios, Pablo Manuel pasará a consolidarse como copresidente. Y los socialistas todos contentos de ver tanta maravilla o en Belén con los pastores. Vacunémonos todos. Atentos.