Isabel San Sebastián-ABC

  • Sánchez no busca un pactode Estado, sino tender una trampa a Casado

Por mucho que el CIS de su amigo Tezanos le otorgue una holgada ventaja sobre su inmediato rival, por mucha arrogancia que imposte, Pedro Sánchez está nervioso. ¡Hasta el Instituto que manosea a su antojo proclama que la mayoría de los españoles desconfía de su gestión! Imagínense lo negra que será la fotografía auténtica…

Incapaz de tomar medidas eficaces contra el Covid-19 o de contener la hemorragia letal que el virus está causando en nuestra economía, el presidente del Gobierno no encuentra más salida que emular al boxeador sonado y abrazarse a sus adversarios con el fin de arrastrarlos consigo a la lona del fracaso. Hacerles corresponsables de la sarta de negligencias cometidas por su Gabinete en los inicios de

esta crisis sanitaria y de su actual ineptitud para idear soluciones susceptibles de atenuar sus devastadores efectos. Pero ni siquiera ahora, cuando la necesidad le obliga a recurrir a quienes desprecia y detesta, consigue aparentar la mínima humildad exigible a quien acude a su prójimo. La soberbia es tan consustancial a su persona que hasta para pedir ofende, anunciando a la prensa la fecha de un encuentro con el líder popular sin tomarse la molestia de agendarlo antes con él.

Sánchez dice perseguir otros Pactos de la Moncloa, cuando lo que en realidad anhela es un arreglo tapadera que diluya su propio hundimiento. No un acuerdo de salvación nacional destinado a poner en común propuestas y experiencia de gestión con el PP, única fuerza homologable al PSOE en cuanto a vertebración nacional, no. Si fuese ésa su meta, habría empezado por distanciarse de sus actuales socios en aras de acercar posturas. Lo habría propuesto. Lo cierto es que ni siquiera ha descolgado el teléfono. Antes, al contrario, ha dejado bien claro en reiteradas ocasiones el carácter sagrado de su relación con Podemos, ERC, Bildu y demás cómplices de investidura. Tanto, como para ignorar los insultos proferidos por algunos de ellos al Rey Felipe VI y dar la callada por respuesta a la propaganda antimonárquica agitada desde las filas moradas con absoluto desprecio a la Constitución, la sensatez y la seriedad exigible a una fuerza política que ocupa ministerios. ¿O debería escribir «okupa»?

Lo cierto es que Sánchez no está haciendo política de Estado pensando en España, sino politiqueo sectario encaminado a tender una trampa a su mayor oponente: si éste pica y se aviene a negociar en el terreno del socialista, le impondrá un trágala. Si no lo hace, el formidable aparato mediático al servicio de la izquierda (prácticamente todas las televisiones, la mayoría de los opinadores y otros múltiples beneficiaros del alpiste gubernamental) le acusará de dar la espalda a la «unión patriótica» imprescindible ante la tragedia que nos aflige. Ciudadanos, en trance de descomposición, ya ha tirado la toalla aviniéndose a negociar a cambio de poco o nada. Vox ha dado un sonoro portazo aplaudido por sus votantes. Llegados a este punto, Casado no puede aferrarse al parlamentarismo de salón. Debe pasar al ataque. Su única salida es exigir luz, taquígrafos y la verdad por delante. Por ejemplo, el nombre del proveedor/comisionista que le vendió al Ejecutivos millares de tests basura. O el número real de víctimas mortales. Por ejemplo, reclamar el desmantelamiento inmediato de cuantas medidas están entorpeciendo la libre circulación de información y opinión no solo en redes sociales, sino en las ruedas de prensa de La Moncloa. O el fin de las incautaciones que violentan el derecho a la propiedad privada y entorpecen la lucha contra la enfermedad. Sin esas y otras condiciones previas, no debería ni sentarse a hablar.