- Querido Pablo, nos conocemos poco pero te aprecio, cosas del paisanaje tal vez: es hora de que tires la toalla, reconozcas tu derrota y evites males mayores
Hace muchas semanas que no te dirijo un simple mensaje de WhatsApp porque, primero, no he querido molestarte con consejos vanos -la manía de los periodistas de aleccionar a los políticos-, que bastante tienes con lo tuyo, los tuyos, esa tropa que te ha hecho perder pie con la realidad, y, además, porque no hubiera sabido qué decirte sin ofenderte, sin que supusiera una humillación añadida para ti, de modo que mejor callarme y esperar acontecimientos, aguardar sucesos, acechar episodios tan tristes, tan frustrantes, tan cargados de pesadumbre como los que hemos conocido, ver, oír, callar y pensar, pensar mucho durante este fin de semana, ayer mismo, lunes, sobre tu situación personal, lo mucho que debes estar sufriendo, las afrentas que tienes que estar soportando, el infierno por el que obligadamente estás pasando, para llegar a la conclusión, querido Pablo, nos conocemos poco pero te aprecio, cosas del paisanaje tal vez, de que es hora de que tires la toalla, reconozcas tu derrota y evites males mayores.
No hay ningún ejército camino de Berlín dispuesto a defender tus últimas posiciones, Pablo. Te has encerrado en el búnker de Génova y tu carrera política -el futuro se fue, se evaporó- ya no saldrá de allí si no es con los pies por delante. Has perdido, Pablo, la batalla y la guerra. Has cometido errores infantiles que demuestran que quizá el encargo te venía grande; hace tiempo hiciste dejación de responsabilidad al ceder los poderes a la persona menos adecuada, («No es saber, saber hacer / discursos sutiles, vanos / que / el saber consiste sólo / en elegir lo más sano«), no te cortaste un pelo diciendo a tirios y troyanos que «es mi amigo, no tiene agenda propia y es mi consejero delegado», y has ido a muerte por la senda que te ha mostrado, a machetazo limpio, ese consejero delegado tuyo, olvidando que la obligación del presidente de una empresa es despedir al número dos cuando pone en peligro el futuro de la firma.
No lo has hecho, has seguido a muerte la senda de migas que ese flautista de lo fatuo ha ido dejando a su paso por las cunetas de una derecha convertida en una agencia de colocación de amigos, pequeño grupo de presión carente de toda ideología. Y ahora te encuentras en mitad del desierto, sedotta e abbandonata, sin otro objetivo que el intento loco de parapetarte en Génova y resistir. ¿Esperando qué?
No hay ningún ejército camino de Berlín dispuesto a defender tus últimas posiciones, Pablo. Te has encerrado en el búnker de Génova y tu carrera política -el futuro se fue, se evaporó- ya no saldrá de allí si no es con los pies por delante
Estás muerto, Pablo. Mientras una masa de simpatizantes de tu todavía partido rodeaba tu despacho de Génova y pedía a gritos tu dimisión, cualquier persona con dos dedos de frente te hubiera imaginado este fin de semana, dramático fin de semana tuyo, ocupado de manera febril en alcanzar un acuerdo con tus pares para ver de lograr una salida lo menos traumática posible para ti, llegar a un pacto que te permita siquiera salvar los muebles, poder irte a casa sin el peso del oprobio, tout est perdú sauf l’honneur, salvar la dignidad y quizá algo más, Pablo, porque no está claro que no vayas a terminar en el banquillo, que has dispuesto de información personal de un ciudadano, información fiscal y bancaria de un privado y, en lugar de ir a denunciarlo, has pretendido utilizarla para extorsionar a una compañera de partido, por eso digo, Pablo, que lo importante ahora es minimizar daños y pensar en ti, en los años que te quedan por vivir, en el trabajo que tendrás que buscar, en el confort que deberás perseguir, y sobre todo pensar en los tuyos, pensar en Isabel, tu mujer, pensar en tus hijos, esos niños que tienen que seguir yendo al colegio, esos niños que tienen todo el derecho del mundo a seguir pensando que el suyo es el mejor padre del mundo, el tipo más honorable que parió madre.
Has perdido la partida, Pablo. Dejas un partido abierto en canal, gravemente herido, pero aún puedes evitar dejarlo muerto, razón por la cual es locura que puedas siquiera pensar en atrincherarte en Génova, que ese despacho ya no te pertenece, te lo han arrebato los votantes que no quieren que les representes más. (Guerra civil, encendida /aflige el pecho importuna: quiere vencer cada una, y entre fortunas tan varias, morirán ambas contrarias / pero vencerá ninguna).
Abrevia el tránsito, Pablo, y evítanos la vergüenza de verte resistir en una Numancia que sabes perdida. Enarbola bandera blanca y vete a casa
Pasó tu hora, Pablo; llegó la de tus pares. La de esos nombres que dirigen el partido en los territorios, esa gente sobrada de palio y carente de fibra, medrosa y pusilánime, ¡cuánto daño ha hecho el marianismo a ese partido, qué difícil superar ese trauma!, los llamados barones, ¡qué exhibición de cobardía, señores míos!, ¿no les parece llegado el momento de hablar alto y claro, dejar de estar callados cual muertos? ¿A qué están ustedes esperando? ¿Qué prudencia, qué miedos, que temores paralizan su ánimo y les impiden hacer lo que, en un mínimo rasgo de patriotismo, incluso de vergüenza torera, estarían ustedes obligados a hacer en función de su cargo?
Abrevia el tránsito, Pablo, y evítanos la vergüenza de verte resistir en una Numancia que sabes perdida. Enarbola bandera blanca y vete a casa. Pasea por el Salón de Palencia, camina por las choperas de Husillos, asómate a los atardeceres del Carrión en Puentecillas, vive y deja vivir. Ya estás muerto, de modo que, como diría Borges, dilatar tu presencia en Génova solo conseguiría alargar tu agonía y multiplicar el número de tus muertes. Tienes que pensar en lo mejor para ti y los tuyos. Evitar cualquier sufrimiento añadido a los que te aprecian de verdad, gente que difícilmente soportaría verte convertido en carne de picadillo. Piensa en lo que querrían para ti quienes te quieren. Piensa en tus padres, en tu mujer y en tus hijos. Pablo, piensa en tu familia.