El Correo-TONIA ETXARRI
Si Pedro Sánchez convocara elecciones, el PNV perdería su imagen de partido de la estabilidad
No hace tanto tiempo que Pedro Sánchez llegó a La Moncloa, aupado por populistas, nacionalistas y secesionistas catalanes. Apenas 130 días. En este período convulso se ha dedicado, aparte de cultivar su imagen en el exterior, a apagar los fuegos que han ido encendiendo algunos de sus ministros y que se han cobrado dos dimisiones y otros dos cargos puestos en cuestión. Y, sobre todo, se ha dedicado a intentar apaciguar los ánimos de los exaltados gobernantes catalanes que, a la mínima oportunidad, amenazan con dejarle sin Presupuestos. Exigiendo contraprestaciones tan altas y de dudoso cariz democrático (como el de reclamar que el Gobierno interfiera en la Justicia) que el presidente socialista no las puede aceptar. Por eso el PNV, que hasta ahora ha sido su socio cómodo e incuestionable, ayer aprovechó el festejo del Alderdi Eguna para hacerse valer. Como los jelkides están viendo a Sánchez sin resuello, a pesar de sus mensajes de resistencia, creen que ya va siendo hora de cotizar en la ‘Bolsa’ de La Moncloa. Por si acaso. Recordar las deudas, los compromisos sin cumplir. En fin, que aunque no vayan a rebasar la línea de la legalidad, como hicieron hoy hace un año los nacionalistas catalanes, a ellos, según Andoni Ortuzar, se les empieza a agotar la paciencia. Un guiño dirigido a las bases nacionalistas, que no vayan a creer que su partido no está siendo capaz de apretar las tuercas al Gobierno central de turno, aunque se quedó a medio camino sin explicar las consecuencias (y si Sánchez no puede cumplir lo prometido… ¿qué?), pero su mensaje parece concebido para un posible escenario electoral.
El PNV necesita que dure este Gobierno tan necesitado de sostener su frágil estabilidad a base de promesas y concesiones. Porque, de su debilidad, obtiene réditos jugosos. Eso es lo que espera. Por lo tanto, no sería el primero en retirar su apoyo a Pedro Sánchez, pero el incumplimiento de los acuerdos puede servir como comodín en caso de necesidad. Para explicar algún día su pérdida de confianza en este presidente. Pero mientras todo dependa de los independentistas catalanes, el PNV, a pesar de sus intentos de mediación, no puede hacer más que quejarse para abrirse hueco entre la Generalitat y el Estado.
Hoy hace un año que se celebró el referéndum ilegal en Cataluña y es en Cataluña donde sigue el epicentro de la tormenta que no cesa. La política de apaciguamiento de Pedro Sánchez tiene un corto recorrido. Si sus interlocutores utilizan las reuniones bilaterales sólo para ‘rascar hasta el último euro’ y pretenden cambiar la retirada del delito de rebelión o incluso la liberación de los presos independentistas por Presupuestos, se queda sin otro margen que el de la invocación a un diálogo intangible.
No es posible convocar un referéndum sobre la independencia con nuestra Constitución. Un impedimento que no tenía Escocia porque el Reino Unido no dispone de una Carta Magna que especifique la indisolubilidad de la nación española, por ejemplo. De las comparaciones con Quebec, más allá de la palabra talismán (referéndum), pocas coincidencias existen. Tras sus dos consultas, el Tribunal Supremo terminó proclamando la inexistencia de un derecho a la secesión por parte de un territorio de un Estado «que no se encuentre en situación colonial». No parece que sea ésta la situación de Cataluña. Ni la de Euskadi. Por mucho que la propaganda secesionista insista en retorcer la historia.
El PNV, que curiosamente pide «paciencia histórica» para sentar las bases del nuevo Estatuto al tiempo que reconoce que a ellos se les agota la paciencia con Sánchez (¿el ‘postureo’ de nuevo?), dice no querer ser rehén de EH Bildu pero no pone los medios para ensanchar el consenso. No resulta fácil pretender quedarse en medio de la tormenta. Ayer quiso transmitir su ‘indignación solidaria’ con sus homólogos catalanes a través de la exhibición de un gran lazo amarillo. Sin hacer mención alguna al enfrentamiento que ha provocado el ‘procés’ y que nos recuerda otras vivencias en Euskadi. Las calles de Barcelona han vuelto a ser el escenario de la fractura social que algunos pretenden minimizar. Pero la paciencia del PNV se irá midiendo según la ocasión. No le interesa que caiga este Gobierno porque perdería su imagen de partido de la estabilidad. Y no quiere ni imaginar que, en unos nuevos comicios, el PP y Ciudadanos obtengan la mayoría y, entonces, dejaría de ser necesario.