Kepa Aulestia-El Correo

Tras el escrutinio del 26-M, el ceremonial negociador ha adquirido tal efervescenciay colorido que corre el riesgo de confundir a sus principales actores, empezando por Pedro Sánchez

La repentina efervescencia de las ceremonias postelectorales parece señalar que, con excepción de las instituciones forales y locales vascas, la gobernabilidad de todas las demás permite aventurar las hipótesis más dispares. Días después del recuento del 26-M se ha llegado a especular con la eventualidad de que Pedro Sánchez se vea obligado a convocar nuevas elecciones. Al tiempo que la incomparecencia pública de Albert Rivera da pábulo a las más inverosímiles combinaciones, con las que Ciudadanos estaría presto a desdecirse de todas sus juras de campaña. Tras el segundo escrutinio -de las europeas, autonómicas y municipales- todo pintaba o blanco o negro entre ganadores y perdedores. Y, de pronto, el panorama político adquiere un colorido desconcertante para los propios pintores. Manuela Carmena y Ada Colau, que ya habían entregado su bastón de mando, se postulan para seguir al frente de los dos principales ayuntamientos del país. La efervescencia postelectoral despierta la imaginación hasta presentar a Ciudadanos dando la espalda al PP y a Vox en el Ayuntamiento y en la Comunidad de Madrid -dando la espalda a sus propios votantes- para correr al lado de los socialistas. O esa otra presunción -no menos imaginaria por ahora- de que los de Rivera prestarían su apoyo decidido a la lista más votada socialista, si no en el caso de Ángel Gabilondo, sí en Castilla y León y en Aragón. A un mes y algunos días de que Pedro Sánchez se someta a la sesión de investidura, los socialistas corren el riesgo de creer que todos los demás son presa de la confusión postelectoral, y acabar confundidos ellos mismos.

La danza postelectoral está siendo desordenada, lo que propende a la equivocación. Al no existir un protocolo estricto a la hora de abrir el baile en un panorama partidario notablemente fragmentado, bastó que pasara el inicial trance del recuento del domingo para que todos los participantes en la liza autonómica y local se sintieran autorizados a proponer una u otra fórmula de gobierno que les incluyera. Hasta el punto de que los supuestos perdedores emergen aun más osados que los supuestos ganadores para sugerir la suma aritmética que más les conviene. Errejón y Valls serían, a estos efectos, los outsiders dispuestos a realizar arriesgados ensayos a cuenta, el uno y el otro, de los demás. Pero con la perspectiva de gestar sendas formaciones políticas bajo su respectivo liderazgo. Tampoco es casual que ambos sean dos perfectos ministrables para el Ejecutivo que desearía formar Sánchez si pudiera permitirse el lujo de gobernar en minoría. Pero para tal combinación de expectativas sería necesario que la política española se afrancesara mucho más, sin que los protagonismos personales sean percibidos con recelo por parte de los más próximos ideológicamente.

En esta apertura inicial del bullicioso zoco postelectoral, candidatos y dirigentes corren el riesgo de acercar tanto el ascua a su sardina que acaben malogrando el festín. Ocurre cuando, a base de realzar la impronta propia, se incomoda al denominado ‘socio preferente’. Especialmente si éste cuenta con muchos más votos y escaños. Ayer, Pablo Iglesias decidió desgranar algunas de las intenciones programáticas que piensa llevar a la mesa de negociaciones con el PSOE, presentándolas en la cita anual del Círculo de Economía de Cataluña. El mensaje que subyace es que Sánchez le necesita para hacer las cosas como deben hacerse. Pero esas son las actitudes que pueden convertir a Unidas Podemos en un aliado prescindible. Manuel Valls ha introducido en la política catalana una alternativa -votar a Colau para evitar a Maragall- que no podía reservar hasta el último momento. Pero al insistir a cada hora en su propósito final -cerrar el paso al independentismo en Barcelona- podría alentar la naturaleza reactiva del secesionismo hasta frustrar su empeño. La advertencia de Joseba Egibar respecto a la necesidad de que el PSN se alíe con Geroa Bai para negar la presidencia a Navarra Suma, como condición para el entendimiento entre el PNV y los socialistas en Euskadi y en Madrid, fue tan prematura en su contundencia que ha servido para que EH Bildu adquiera mayor relevancia de cara a la investidura de María Chivite.