Conforme avanza la campaña electoral para las elecciones generales del próximo 23 de julio, va tomando cuerpo la idea de que es necesario salir del bloqueo en que se encuentra la política española desde hace cinco años. Necesitamos salir de una polarización que no nos interesa, y de unas trincheras que vemos inservibles.
La sociedad reclama también a los políticos esa capacidad de entendimiento, de llegar a acuerdos entre diferentes
Todos los estudios sociológicos nos informan que desde hace décadas más de un 80% de los ciudadanos españoles avalan la política de la Transición democrática cuya obra fundamental es la Constitución de 1978, sin duda el mejor texto político de nuestra historia. Se avala ese período, esa obra, justamente porque fue un pacto de convivencia, en que todos los españoles tenían cabida tras dos siglos terribles de persecuciones, asonadas, golpes de estado, sublevaciones, guerras carlistas, dictaduras, una guerra civil y la sangrienta dictadura del general Franco.
La sociedad quiere pactos, porque quiere entenderse con el distinto, con el que no es como uno mismo. Y la sociedad reclama también a los políticos esa capacidad de entendimiento, de llegar a acuerdos entre diferentes, exactamente como se hizo durante nuestra Transición democrática. Lo contrario es infantil: tratar de destruir al adversario, convertir al conciudadano en enemigo, es inaceptable. Y en lo que hace a la historia de España no supone sino el regreso a los tiempos tenebrosos del cainismo y de la destrucción, que queremos dejar atrás para siempre.
Pactar nos hace mejores, más confiados, más serenos, más unidos. Es el pacto con el diferente, con el que no es como nosotros, en la búsqueda de espacios de centralidad que se alejen del siempre nefasto extremismo político. Lo ha recordado estos días Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, refiriéndose a los españoles: tengan cuidado y aléjense de las fuerzas extremistas, ya sean de extrema derecha o de extrema izquierda. Lo sabe bien, pues Europa occidental, tras la victoria frente al fascismo en 1945, se fue construyendo en libertades, en estado de bienestar, en unión, sobre las bases del pacto entre distintos: la social democracia y la cristiano democracia. Y siempre huyendo de los extremismos.
Cantonalista y viejuna, donde se integran nada menos que quince fuerzas políticas, una auténtica sopa de letras donde les resulta imposible alcanzar un mínimo entendimiento
Esta legislatura que termina ahora ha sido dirigida por una coalición PSOE-Podemos, en que esta última fuerza de extrema izquierda, impugnadora de la Constitución del 78, hace tiempo que quedó demediada, y hoy sus restos se encuadran en la coalición Sumar, que tanto contiene de coalición cantonalista, en las antípodas de las necesidades de la sociedad española. Cantonalista y viejuna, donde se integran nada menos que quince fuerzas políticas, una auténtica sopa de letras donde les resulta imposible alcanzar un mínimo entendimiento. Lo comprobaremos después del 23 de julio.
Pero además de la coalición, se encontraban los aliados parlamentarios, que eran lo peor de cada casa: ERC, protagonista del fallido golpe de estado independentista del 1 de octubre de 2017; y EH Bildu, albacea del terrorismo, que siempre ha negado arrepentimiento y perdón por los innumerables crímenes que durante más de cuarenta años perpetró el terrorismo de ETA tanto en el País Vasco como en el resto de España.
Con tales aliados, era inevitable que el PSOE se alejara de la centralidad política, y mirara hacia los extremos que permitían ese gobierno. ¿Cuál ha sido la política feminista desarrollada por este gobierno? La nefasta ley del Sólo Sí es Sí, la imagen de la ministra de igualdad Irene Montero vetada por Sumar, el alejamiento radical de la izquierda feminista tradicional en España respecto de las posiciones del gobierno, los insultantes griteríos de la secretaria de estado que responde al nombre de Pam. Al punto que el presidente Sánchez reconoce, y hace bien, que hace falta menos confrontación y más integración en esa materia. Justo lo contrario de la política llevada en esta legislatura.
Está al alcance del PSOE facilitar con su abstención que Feijóo pueda gobernar en solitario, como debiera suceder al revés
No debería ser tan difícil, bastaría tomar el ejemplo que propone Felipe González en su artículo Pónganse de acuerdo. Que se deje gobernar a la lista más votada, en caso de no existir una alternativa distinta. Es decir, para evitar una reedición de elecciones, que ya llevamos bastantes en estos últimos años, y desde luego para evitar a las fuerzas extremistas en el gobierno.
Nada tan fácil como evitar a Vox. Feijóo dice una y otra vez que quiere gobernar en solitario en España. Y si no le dieran los números para ello, está al alcance del PSOE facilitar con su abstención que Feijóo pueda gobernar en solitario, como debiera suceder al revés: si fuera Sánchez el ganador de las elecciones, habría de ser el PP quien se abstuviera para evitar una reedición de los pactos de gobierno y sus aliados parlamentarios de estos cinco últimos años.
Los sondeos nos indican que aproximadamente 250 escaños se van a repartir entre el PP y el PSOE; en votos, cerca de dos tercios irán a parar a ambos partidos. Es la expresión cabal de que la sociedad española está ya muy cansada de la polarización, de la división en trincheras inamovibles. Porque un país no funciona así, porque los ciudadanos nos hacemos peores en esa división cainita.
Son tantos los pactos de estado que se necesitan, ya sea en materia de vivienda, en educación, en sanidad, en materia de agua y en tantos otros, que valdrá la pena intentarlo. Fuera los bloques que envenenan todo, y ábrase el camino de los pactos de la centralidad. Recupérese el gran pacto de la convivencia de nuestra Transición, recupérense aquellas fantásticas palabras de Adolfo Suárez: “La Transición fue, sobre todo, a mi juicio, un proceso político y social de reconocimiento y comprensión del «distinto», del «diferente», «del otro español», que no piensa como yo, que no tiene mis mismas creencias religiosas, que no ha nacido en mi comunidad, que no se mueve por los ideales políticos que a mí me impulsan, y que, sin embargo, no es mi enemigo sino mi complementario, el que completa mi propio «yo», como ciudadano y como español, y con el que tengo necesariamente que convivir porque sólo en esa convivencia él y yo podemos defender nuestros ideales”. Que se deje gobernar a la lista más votada, porque los ciudadanos quieren que los partidos lleguen a acuerdos, sean capaces de dialogar y entenderse, y liberarse definitivamente de los extremos.
Bastaría con imaginar qué hubiera sido de nuestra Transición democrática, qué Constitución se hubiera logrado si los extremismos hubieran campado por sus respetos
Pactar en la centralidad es lo auténticamente progresista. Como lo es dejar definitivamente atrás los bloques, construidos de cascotes inservibles para el futuro de nuestra nación. Es imaginable sostener que ganará las elecciones quien exprese esa necesidad de pactar en la centralidad, y huir de los extremismos. Bastaría con imaginar qué hubiera sido de nuestra Transición democrática, qué Constitución se hubiera logrado si los extremismos hubieran campado por sus respetos entonces. Sí, sólo imaginar lo que habría salido ahí con la intervención de tan siniestros actores pone los pelos de punta.
Sí, romper el bloqueo y tener la capacidad de pactar es auténticamente progresista.