ABC 28/08/16
IGNACIO CAMACHO
· El proyecto centrista de C’s se enfrenta al riesgo de parecer irrelevante tras negociar dos investiduras fallidas
LA principal habilidad que Albert Rivera ha mostrado en los nueve meses de bloqueo es sin duda la de darle máxima visibilidad a un resultado de relevancia limitada. Sus negociaciones con el PSOE primero y con el PP después, aunque desarrolladas con diferente talante y un cierto doble rasero, le han otorgado a Ciudadanos un papel protagonista adornado con la virtud del diálogo y han reforzado su vocación de partido de centro capaz de ofrecerse como bisagra a ambos lados del espectro ideológico. Sin embargo, ni en un caso ni en otro su aportación resulta determinante para encontrar una salida al problema de la formación de Gobierno; en realidad, sólo le sirve al propio Rivera como demostración de su capacidad y disposición de llegar a acuerdos. Más allá de eso carece de eficacia y plantea a C’s el problema de aparecer ante la opinión pública como una fuerza con tanta buena actitud como escaso poder de resolución. El peligro de convertirse en una opción testimonial.
La cuestión es que con su actual masa crítica, la organización naranja no puede hacer otra cosa. Rivera saca todo el partido posible a un número insuficiente de escaños pero su colaboración no basta para resolver el atasco. La potente polarización de la política española reduce el reformismo moderado a un rol voluntarista que amenaza su futuro. El fracaso constatado de la investidura de Sánchez y el que pronto va a cosechar Rajoy son para los dos grandes partidos dinásticos el mejor argumento con que llamar al voto útil, a la concentración de la decisión electoral. De hecho así ocurrió en la convocatoria de junio, que lejos de premiar el esfuerzo pactista de C’s provocó un cierto reagrupamiento en torno al PP del sufragio de centro-derecha para frenar la inquietante eclosión de Podemos. El bipartidismo, que tiende a recelar de las opciones intermedias, confía en que un eventual regreso a las urnas acentuará esa tendencia. Ninguno de los candidatos mayoritarios lo dirá abiertamente por precaución ante futuras necesidades, pero sus mensajes de campaña deslizarán la idea de que para frenar al adversario –que es la verdadera razón decisiva del voto– es menester dejarse de experimentos y volver a apostar por lo malo conocido, por el pragmatismo de las viejas certezas.
Estos meses de colapso que parecen abocar a nuevas elecciones dejan esa inquietante conclusión que puede envolver a C’s en una paradoja letal: la de que el celebrado diálogo no conduce a ningún sitio. El partido naranja se enfrenta con su proyecto renovador, ambiguo pero sugestivo, a cuarenta años de costumbre bipartidista que pesan sobre la fragilidad adolescente de su modelo y lo conducen a la antipática condición de prescindible. Rivera se juega esta semana más que el propio Rajoy; quizá no tanto él como la posibilidad de que el centro sea, además de un hermoso ideal, una posición viable y eficiente para hacer política.