El viejo partido de JEL sigue siendo más que nunca la pieza clave del sistema político; esté dentro o fuera del gobierno, habría que exigirle una actitud que contribuyera a la normalización democrática de Euskadi. Sólo que su objetivo es otro: presionar para el ‘pacto natural’ con el PSE que le devuelva su tradicional monopolio de poder.
Los relatos de batallas victoriosas que invocara Sabino Arana tienen siempre a los vizcaínos como ganadores y a los castellanos, o leoneses, que para el caso da igual, como enemigos vencidos. En el canto medieval guipuzcoano ‘Beotibarko Zelaia’ el juego de buenos y malos tiene otro signo: los navarros son los enemigos vencidos y gracias a la victoria Guipúzcoa puede regresar a Castilla: «Las aguas volvieron a su cauce» («ura bere bidean, gipuzcoarrac sartu dira, Gazteluko echean»).
Lo mismo que cuando en el siglo XV el alcalde de Fuenterrabía, hoy Hondarribia, se dirige a los emisarios del rey francés para recordarles que la ciudad había pertenecido a Castilla nada menos que ‘ab initio mundi’. El alcalde de hoy repetiría tal afirmación, sólo que asignando la pertenencia a Euskal Herria. Y no es sólo cosa de nuestro país. Ahora que empiezan las celebraciones de la unidad italiana, se da la paradoja de que el punto de origen de la expedición de Garibaldi fue la ciudad de Bérgamo, en Lombardía. De allí surgió el contingente más numeroso, ciento sesenta bergamascos, para la legendaria Expedición de los Mil que dio el golpe decisivo para la recuperación de la Italia eterna. Pues bien, en la actualidad Bérgamo es un feudo de la Liga Norte, el partido que desprecia la unidad italiana y busca la independencia de Padania. A veces las eternidades duran poco en la historia.
Lo anterior viene a cuento de la vigencia de un juicio que se repite una y otra vez, respondiendo sin duda a un estado de opinión muy arraigado, reflejado en encuestas tales como el Euskobarómetro: el acuerdo entre PSE y PP sería un «pacto antinatura» (Pello Salaburu), por contraste con la alianza al parecer conforme a la naturaleza de las cosas entre PNV y PSE.
Existen sin duda factores históricos e ideológicos que favorecieron en el pasado el enlace preferente entre socialistas y nacionalistas. A pesar de la chapuza indigna con que el PNV remató en Santoña su participación en la Guerra Civil, el Gobierno vasco fue un marco que selló la colaboración de ambas sensibilidades políticas en el antifranquismo, por contraste con los precursores políticos del PP, y ese mapa político sobrevivió hasta los años 90, con los períodos de alianza asimétrica de PNV y PSE en el Gobierno vasco. La incidencia de esa mentalidad sobre los comportamientos electorales fue visible en 2001. Sin embargo, tras una cascada de signos de ruptura, la firma por el PNV del Pacto de Lizarra supuso la creación de un nuevo escenario que no puede ser olvidado y cuyos posos están ahí, en los exabruptos de Egibar, en los brotes recurrentes de ‘antiespañolismo’ primario, en el acoso permanente al Gobierno de ‘López’, que por fortuna no ha perdido hasta ahora la calma y sigue ofreciendo el diálogo y la conciliación sobre todas las cuestiones espinosas.
En este sentido, mal puede decirse que la fórmula de Gobierno actual tenga nada de antinatural. Más extraño sería que el PSE entrara como fuerza política subordinada en el juego del PNV, basado en la duplicidad de los acuerdos con Zapatero para obtener ventajas en Euskadi por una parte (políticas de empleo) y de otra en el replanteamiento del ‘soberanismo’ a fin de sostener la puja con otras organizaciones del espectro abertzale. Ésa sí que sería una opción antinatural, creando por sí solo el PSE las condiciones para una irreversible subalternidad respecto de un peneuvismo que recuperaría la condición de líder ‘natural’ de los vascos. Otra cosa es que las urnas el año próximo golpeen con fuerza al PP y éste se vea forzado a revisar su leal política de apoyo al Ejecutivo socialista por razones de estricta supervivencia. No hay que olvidar que los conservadores vascos han ido perdiendo votos a lo largo de la década y que, como advertía el cínico democristiano Giulio Andreotti, el poder desgasta, pero sobre todo a quien no lo tiene. La suerte puede jugarse en Álava.
Eso sin contar los efectos de la táctica de alianzas múltiples anunciada por Patxi López de cara a las elecciones forales y municipales. De tener la misma como consecuencia la formación generalizada de administraciones provinciales y locales en manos del binomio PNV-PSE, difícilmente el apoyo popular en Gazteiz podría ser sostenido. Y ‘last but not least’, veremos a quién favorece el inevitable desgaste socialista, causado por la gestión de Zapatero. En todas esas circunstancias, el PNV tiene la cesta preparada para recoger desencantos y reafirmar inmerecidamente su primacía.
La política tiene historia, no naturaleza. Por eso salvo que todo cambie por la incidencia de variables externas, y a pesar de algunas ingenuidades del lehendakari y de las inevitables tensiones en Cultura, resulta posible valorar este primer año de Gobierno socialista con apoyo popular como un éxito logrado en un marco difícil, casi contra corriente, y eso es lo que cuenta. Resultados económicos positivos a corto plazo eran casi imposibles, teniendo en cuenta la crisis y el uso y abuso del presupuesto realizado por el Gobierno saliente de Ibarretxe. La forma de afrontar el tema es en todo caso bien distinta de la observada en Madrid. Patxi López no se retrata con cuatro notables para fomentar la propia imagen, sino que pone en marcha un gabinete de asesoramiento, Imaz incluido, y una mesa de diálogo social. El escollo de la enseñanza de los idiomas parece salvado en lo esencial. No hay ya en Ajuria Enea el endiosamiento esencialista de un iluminado: a muchos nos parece ya Ibarretxe un espectro a olvidar del pasado. La Ertzaintza actúa contra ETA y no dice como en la etapa anterior que actúa sin detener a nadie. El Gobierno de Patxi López busca la deslegitimación radical del terrorismo creando una mentalidad de paz, desde los centros de enseñanza, a ser posible con el concurso del PNV. El ‘españolismo’ que los jeltzales denuncian es en realidad respeto leal a las instituciones del Estado, a la Constitución.
El compromiso de proponer otra forma de construcción nacional fundada sobre la integración está siendo traducido en hechos, aun cuando su reconocimiento por la sociedad siga siendo bajo y se mantenga el acoso del PNV. El viejo partido de JEL sigue siendo más que nunca la pieza clave del sistema político; esté dentro o fuera del gobierno, habría que exigirle una actitud que contribuyera a la normalización democrática de Euskadi. Sólo que su objetivo es otro: presionar para el ‘pacto natural’ con el PSE que le devuelva su tradicional monopolio de poder.
Antonio Elorza, EL CORREO, 9/5/2010