ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 11/05/15
· Cualquier frente de fracasados unidos sería un fraude.
Si el CIS afina más en su pronóstico de lo que han ido capaces de lograr las encuestas británicas (y todo apunta a que lo hará, aunque sólo sea porque el sistema electoral español no es más justo que el vigente en el Reino Unido, pero sí algo más proporcional y, por ende, previsible), la mayoría de los gobiernos municipales y autonómicos surgidos de las urnas el próximo día 24 tendrán que ser hijos del acuerdo.
Hay quien considera este hecho una calamidad, dando por sentado que semejante escenario nos aboca a una inestabilidad irreconciliable con el crecimiento económico, y quien, por el contrario, confía en que la necesidad acabe derivando en virtud. Yo asumo que las mayorías absolutas han dado origen a demasiados abusos como para merecer una vez más la confianza de los electores y creo que las alianzas son por ello inevitables. La clave de su éxito o fracaso radicará en el tipo de lazos que se establezcan; esto es, en la capacidad que demuestren tener los políticos para interpretar correctamente la voluntad de los ciudadanos a la hora de entenderse.
Hasta la fecha, con alguna rara excepción, los únicos pactos conocidos en España han sido agrupaciones de perdedores unidos con el empeño de desbancar al legítimo vencedor de una pugna electoral. Coaliciones de esa naturaleza vil y chirriante desde el punto de vista ideológico, hasta el punto de encamar a socialistas con separatistas declarados, se han armado en Cataluña, Andalucía, Baleares o Galicia, sin otra finalidad que la de hurtar el poder al partido más votado, siempre el PP, con el propósito de repartirse el botín resultante del expolio. De ahí la imagen negativa asociada al concepto «pacto» en la mente de muchas personas testigos de cómo la aritmética parlamentaria prevalecía sobre el veredicto del pueblo. Una mala fama tan profundamente arraigada como inmerecida, toda vez que la cultura del diálogo, de la búsqueda de puntos de encuentro y enriquecimiento mutuo entre fuerzas con ofertas programáticas distintas, aunque compatibles, es tan consustancial al sistema democrático como la libertad de expresión o el pluralismo político.
Dicho de otro modo; acordar no es repartirse el pastel. Por más que hasta ahora la experiencia no nos haya brindado prácticamente otra cosa que intercambios de cromos y pesebres, es factible e incluso deseable ensayar la vía de la suma entre similares encaminada a completarse y controlarse. Porque cuatro ojos siempre ven mejor que dos y se vigilan mutuamente cuando surge la tentación. Así es que si la corrupción es inherente a la condición humana, como sostiene Rajoy, mejor asegurarnos de que nadie se queda mucho tiempo solo cerca de una caja en la que meter la mano…
Resumiendo: si dejamos al margen las contadas mayorías absolutas que arrojen las elecciones, tres van a ser las opciones matemáticamente posibles en las plazas sometidas a escrutinio, pero solamente una resultará razonable. A saber, el pacto entre ganadores de centro-derecha, allá donde la suma de PP y Ciudadanos resulte suficiente para gobernar, o bien de centro-izquierda en aquellos lugares en los que el PSOE se haya impuesto a los populares. Cualquier frente de fracasados unidos para destronar al ganador constituiría un fraude democrático en toda regla, por más que la legislación lo permita, y la fórmula de la «gran coalición» entre el puño y la rosa y la gaviota sería percibida como una auténtica estafa por los votantes de ambos bandos, especialmente ahora que los antisistema de Podemos han dejado de representar una amenaza real. Si los de Pedro Sánchez deciden abrazarse a ellos y apalancar esa unión con grupúsculos nacionalistas estarán cometiendo un error histórico que pagarán caro.
Los actores son los que son. Pronto se repartirán las cartas. Veremos entonces si logran alcanzar la altura de su responsabilidad y honran ese «interés común» del que ahora se llenan la boca.
ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 11/05/15