Miquel Giménez-Vozpópuli

Todo parece indicar que, tras las elecciones, el kilo de separatista ha aumentado notablemente de precio, especialmente el que pace en Bélgica. ¡Quién le iba a decir al niño del maletero que acabaría por convertirse en fiel de la balanza de esa España que tanto odia! Ahora, que nadie se engañe. El separata cuando besa, es que besa de verdad y a ninguno le interesa besar por frivolidad. Es decir, que, o les conceden amnistía, referéndum vinculante y además dos huevos duros o nanay del Paraguay. Y eso ya no es encarecer el kilo de lazi, es ponerlo por las nubes, señoras y señores. Deberían tener mucho ojito con los precios porque de la misma manera que Feijoó y Sánchez buscan apoyos – el segundo con menos escrúpulos que el primero, todo sea dicho – también el mundo de la estelada está palpándose las ropas con el descalabro sufrido en las urnas. Porque el griterío lógico producido entre populares y sociatas ha acallado otro, y es que los partidos separatistas se han dejado por el camino armas y bagajes a casco porro.

Ahí tienen ustedes, por poner un ejemplo, a esos anticapitalistas furibundos, a esos héroes de la república catalana tremendos y pavorosos, a esos gigantes de la revolución que son las CUP. El pueblo proletario no debió entender muy bien su mensaje ya que el pasado domingo los cupaires se quedaron sin sus dos diputados en el Congreso, perdieron el sesenta por ciento de sus votos no llegando ni a cien mil los catalanes que les dieron apoyo y, ahí está el detalle, dejarán de ingresar los tres quilitos que entraron en sus arcas proletarias a lo largo de la pasada legislatura, lo que no es grano de anís. Porque aquí en mi Cataluña natal, se lo tengo dicho en numerosas ocasiones, al final todo queda reducido a la pela. Y si se odia a España, pero estar en el Congreso te da entre pitos y flautas tres quilos en cuatro años por tener a dos surtidores de gasolina que sólo sirven para subir de vez en cuando al atril a incendiar la cosa, pues bien está. Más cornás da el hambre, dijo el torero.

¡Quién le iba a decir al niño del maletero que acabaría por convertirse en fiel de la balanza de esa España que tanto odia!

Pasa como con las diputaciones catalanas, los ayuntamientos, los consejos comarcales, las entidades que orbitan alrededor de la generalidad, los medios de comunicación y cualquier cosa susceptible de mamandurrias suculentas. Pagando, San Pedro canta, dice un conocido refrán catalán, atroz por su cruda realidad; y pagando Pedro, Sánchez, no el apóstol, también cantará independencia o el gorigori según dependa, porque la política entre los de la banda funciona así.

Puigdemont, criado en el clientelismo pujolista y conocedor de que catedrático es el que de cinco votos tiene tres, le recordará a Pedrete las soluciones felices que propuso Iceta tampoco hace tanto, lo de la consulta pero no referéndum pero vinculante según y como se mire, y le dirá que para esas cosas tiene a Conde Pumpido donde lo tiene y con esto y un bizcocho sumado a la vuelta gloriosa de Cocomocho a España sin pasar por la casilla de la cárcel ya lo tendríamos.

Cuando algunos clamábamos hace meses en el desierto diciendo que habría, por fin, la solución Tardá en forma de esa consulta, se nos tildó de poco menos que de tontos a las tres. Pues bien, ahora sólo nos puede salvar no la justicia ni el Constitucional ni siquiera la Benemérita. Quien podría detener ese despropósito de funestas consecuencias son los propios correligionarios de Puigdemont, oponiéndose a investir a Sánchez aunque les ofreciese oro molido. Ese separatismo de barretina enroscada a presión y cabezonería supina es lo único, repetimos, que nos separa de que Junts apoye al Pedrusco con la derivada de una consulta.

Aunque ya saben, en lo que antaño se denominó el oasis catalán todo es posible. Eso sí, pagando, eh, pagando.