¿Y eso cómo puede ser?, se pregun tarán ustedes, gentes de orden que creen en el significado unívoco de las palabras y seguramente también en la sintaxis. El dinero no es problema. La Generalidad tiene competencia para hacer consultas que sean de su interés, un suponer, preguntar a los vecinos sobre la conveniencia de construir un aparcamiento subterráneo bajo la plaza de Arenys de Munt. Así lo dispone el Estatuto de Autonomía de Cataluña en su artículo 122, que especifica la excepción a esta competencia: «Lo dispuesto en el artículo 149.1.32 de la Constitución Española». No sé si me explico.
Luego, para dar satisfacción a la CUP, se añade a los presupuestos de la Generalitat una disposición adicio- nal en la que el Gobierno catalán se compromete a habilitar las partidas para hacer frente al proceso referenda- rio sobre el futuro de Cataluña en el marco de la legislación vigente en el momento de su convocatoria. O sea, que por una parte anuncian que lo van a hacer y que van a agenciarse la pasta que necesitan para ello. Por la otra se habilitan seis millones para consultas.
Admiten implícitamente que legal, legal no es, pero confían en que lo sea dentro de 10 meses. Ciudadanos, los socialistas catalanes y el Partido Popular han anunciado su voluntad de recurrir las cuentas al Consejo de Garantías Estatutarias. La martingala para el simulacro de hace cuatro años tiene ante la Justicia a Artur Mas, a Joana Ortega y a Irene Rigau por abrirles las escuelas, y a Francesc Homs, cuyo suplicatorio aprobó hace unos días el Congreso de los Di- putados.
El programa soberanista sigue así desarrollándose según lo previsto por sus artífices, si es que se puede deno- minar de manera tan exquisita a este gavilla, y en Cataluña se está echando de menos el espíritu fundacional de Ciudadanos, que parece encontrarse algo perdido desde que extendió su campo de actividad de la comunidad autónoma al más complejo y vasto entramado nacional, y las últimas declara- ciones de Inés Arrimadas no han servido para poner claridad en el asunto. Los nacionalistas siguen agarrados a su perversa metonimia: no puede haber delito en una urna, la ley no puede estar por encima de la democracia y tonterías de ese jaez.
La democracia no es otra cosa que lo permitido por la Ley. Lo explicaban Montesquieu, va para tres siglos, y el personaje de Eliot Ness que encarnaba Kevin Costner en la película de Brian de Palma. En la secuencia final, sale de su oficina y es abordado por un periodista: «Eliot Ness, el hombre que acabó con Al Capone. Dicen que van a derogar la prohibición. ¿Qué hará usted entonces?», y el agente del Tesoro responde: «Me tomaré una copa». Qué gran idea para la tro- pa del procés. Salvo que ya se las ha- yan tomado.